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Un nuevo dogmatismo II

Claudio Alvarado
Por : Claudio Alvarado Investigador Instituto de Estudios de la Sociedad www.ieschile.cl /@ieschile
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Si de verdad creemos que la política es algo más que fuerza, al menos debiéramos cuestionarnos la serie de acontecimientos que llevaron a la renuncia a Carolina Echeverría. Es injusto hacer pagar a un hijo los presuntos delitos de sus padres. Pero probablemente es peor ceder tanto y en tan poco tiempo al matonaje mediático de ciertos grupos de presión. La política no puede abdicar de su misión, y si realmente valoramos el diálogo y las condiciones que lo hacen posible, es imprescindible hacer frente de manera decidida a este nuevo dogmatismo, que es todo lo que se quiera, menos algo racional.


Como si los episodios Peirano y Van Rysselberghe no hubiesen bastado, el frustrado nombramiento de Carolina Echeverría como subsecretaria de Fuerzas Armadas hizo aún más evidente, si cabe, el nuevo dogmatismo que se ha instalado entre nosotros. Echeverría fue presionada y llevada hasta la renuncia, fundamentalmente, por la presunta participación de su padre en violaciones a los derechos humanos.

Aunque después se añadió cierto manto de duda sobre sus actuaciones como subsecretaria de Marina en el anterior Gobierno de Michelle Bachelet, los hechos del último mes hablan por sí solos: si se armó una auténtica batahola contra Carolina Echeverría fue por un crimen que, en el peor de los casos –hasta hora no existe condena judicial alguna contra su padre–, ella no cometió.

Nótese que incluso si asumimos como indubitada la participación criminal del padre de Echeverría, el asunto tiene mucho de vergonzoso: nuestra sociedad se jacta de haber experimentado grandes avances en términos de igualdad y justicia durante los últimos años, pero al mismo tiempo ignoramos algo tan básico como el carácter estrictamente personal de la responsabilidad penal.

[cita]Si de verdad creemos que la política es algo más que fuerza, al menos debiéramos cuestionarnos la serie de acontecimientos que llevaron a la renuncia a Carolina Echeverría. Es injusto hacer pagar a un hijo los presuntos delitos de sus padres. Pero probablemente es peor ceder tanto y en tan poco tiempo al matonaje mediático de ciertos grupos de presión. La política no puede abdicar de su misión, y si realmente valoramos el diálogo y las condiciones que lo hacen posible, es imprescindible hacer frente de manera decidida a este nuevo dogmatismo, que es todo lo que se quiera, menos algo racional.[/cita]

Como advirtió hace algunas semanas Jorge Navarrete –uno de los pocos que se atrevió a decir algo al respecto–, si la herencia de los padres funciona para mal, “¿por qué entonces no habría también de implicar para bien, y así justificar sin eufemismos la promoción, cargo o status social, laboral o cultural de ciertas personas habida cuenta el apellido que tienen, la familia de la cual provienen o las cualidades que pudieron haber exhibido sus padres?”. En rigor, no caben dos lecturas: la incoherencia entre las intimidaciones a Echeverría y el discurso que repetimos a diario es total.

Pero si lo anterior llega a dar vergüenza, la actitud silente –¿cómplices pasivos?– de buena parte del espectro político resulta de frentón escandalosa. Es verdad que en último término la Presidenta Bachelet respaldó a Echeverría, pero eso no es gran cosa, sino lo mínimo que podía hacer quien en definitiva era responsable de su designación.

Además, ese apoyo sirvió de muy poco y, al igual que como sucedió con Claudia Peirano, el nombramiento finalmente quedó en nada. Aquí, pensando en el largo plazo, radica lo más preocupante de la situación: con el inicio del nuevo Gobierno se anuncian múltiples y complejos debates, y ello, cabe insistir hasta la saciedad, exige de nuestras autoridades cualquier cosa, menos una entrega irreflexiva ante las diversas demandas y reclamos de todo tipo. Si algo se requiere con urgencia es liderazgo político y capacidad de mediación, pero esto es precisamente lo que queda en duda a la luz del último mes.

Si de verdad creemos que la política es algo más que fuerza, al menos debiéramos cuestionarnos la serie de acontecimientos que llevaron a la renuncia a Carolina Echeverría. Es injusto hacer pagar a un hijo los presuntos delitos de sus padres.

Pero probablemente es peor ceder tanto y en tan poco tiempo al matonaje mediático de ciertos grupos de presión. La política no puede abdicar de su misión, y si realmente valoramos el diálogo y las condiciones que lo hacen posible, es imprescindible hacer frente de manera decidida a este nuevo dogmatismo, que es todo lo que se quiera, menos algo racional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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