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Educación confesional y país pluralista

Manfred Svensson
Por : Manfred Svensson Profesor de Filosofía
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¿Se expresó mal Naschla Aburman? ¿Se expresó bien? ¿O es algo sobre lo que tiene sentido deliberar por más tiempo y más allá de las consignas? Son preguntas de primera importancia no sólo para el debate universitario, sino también para el tipo de pluralismo al que en general como sociedad busquemos aspirar. Más vale, entonces, hacerse la mayor cantidad de preguntas que sea posible.


¿Corresponde que una universidad cuya propiedad es privada, cuya función es pública, y cuyo ideario es distintivo, reciba fondos estatales? La presidenta de la FEUC, Naschla Aburman, sostuvo hace dos días la posición negativa: poco a poco habría que ir cortando los fondos a la Universidad Católica. Unas dos horas más tarde ya twitteaba que “quizás me expresé mal” y todo terminó en una retractación. Pero la retractación es peculiar: la palabra “público” aparece ahí una infinidad de veces, como mantra que justifica los fondos estatales, pero persiste la crítica de fondo: “los sesgos ideológicos” de la mencionada universidad siguen siendo cuestionados. Tal vez Aburman no se expresaba, entonces, tan mal.

Expresaba, después de todo, lo que más de un dirigente estudiantil ha dado a entender, lo que su propia interlocutora Melissa Sepúlveda le estaba pidiendo decir, lo que Andrés Fielbaum ya decía dos años atrás, cuando afirmaba que sólo las universidades estatales se salvaban de tener un “sesgo” ideológico o empresarial, que sólo ellas, por tanto, podrían aspirar a fondos públicos.

No son solamente los líderes estudiantiles, desde luego, los que piensan así. Para una gran parte de la población se trata de un principio evidente: “No me cabe en la cabeza que les demos plata como Estado a colegios confesionales y a una universidad donde el rector lo elige el Vaticano” (Freddy Stock dixit, en medio de un párrafo de la más explícita confesionalidad masónica). Ante esa extendida opinión ciudadana y estudiantil, no cabe sino preguntarse si acaso se está aplicando a la discusión sobre la universidad una adecuada concepción del pluralismo.

[cita]¿Se expresó mal Naschla Aburman? ¿Se expresó bien? ¿O es algo sobre lo que tiene sentido deliberar por más tiempo y más allá de las consignas? Son preguntas de primera importancia no sólo para el debate universitario, sino también para el tipo de pluralismo al que en general como sociedad busquemos aspirar. Más vale, entonces, hacerse la mayor cantidad de preguntas que sea posible.[/cita]

¿Implica el abrazar el pluralismo contemporáneo la eliminación de perspectivas confesionales específicas, o la ausencia de financiamiento público para las mismas? La candidez con que se imagina a las instituciones estatales como carentes de “sesgo” lleva naturalmente a preguntarse si estamos siquiera en condiciones de plantearnos de modo pausado estas preguntas. Eduardo Sabrovsky ya lo hizo ver en su momento a Fielbaum, y retomó el punto en dos notables columnas en este medio durante el verano. Tienen razón los estudiantes en poner la orientación de las instituciones en la agenda de las cosas a discutir; poco se aporta, empero, a dicha discusión con la bandera de una pretendida neutralidad laica.

No está aquí en discusión la premisa de que nuestra sociedad es pluralista, de que dicho pluralismo es aceptable/deseable, y que en muchos sentidos requiere ser ampliado. La cuestión es si acaso tal ampliación debe ser mediante un mayor pluralismo interno de las instituciones (replicando el pluralismo de hecho existente en la sociedad), o a través de más instituciones que sean distintas entre sí (replicando la pluralidad de cosmovisiones posibles que se enfrentan en el campo del conocimiento). Dichos caminos pueden en algunos sentidos ser complementarios, pero como lógica última desde luego no lo son: si cada institución tiene que incorporar la mayor cantidad de visiones de mundo posible, de modo que ya no pueda ser descrita como un proyecto confesional –comprometida con un “ideario” o “sesgo”–, las universidades serán más parecidas entre sí. Habrán avanzado en un tipo de “inclusión”, pero a costa de convertir el pluralismo universitario en una mera caja de resonancia del pluralismo fácticamente existente en la sociedad.

Un pluralismo más vigoroso, en cambio, invita a diversas universidades a encarnar cosmovisiones distintas (lo que desde luego puede coexistir con otro número de universidades internamente pluralistas). El pluralismo en la sociedad –y en la búsqueda de conocimiento– se dará entonces precisamente por la existencia de dichas perspectivas rivales, expuestas a la crítica pero también libres para desplegar su identidad a través de instituciones robustas. Cuesta imaginar por qué clase de mente pasa la idea de que eso vaya a desembocar en algún tipo de uniformidad estéril: en Chile los proyectos católicos –PUC, UCSC, UAH, U. de los Andes, UCSH, UCN– representan un conjunto de alternativas de las que pocos preocupados por la pluralidad en la educación querrían prescindir. ¿Que eso aún es poco en términos de diversidad confesional? Claro está, pero difícilmente puede ser un remedio el moverse en la dirección contraria.

¿Que puede ser necesario priorizar a las instituciones del Estado, legítima preocupación de los dirigentes estudiantiles? Efectivamente, pero eso es compatible con esta comprensión del pluralismo. En palabras de los rectores Zolezzi, Peña y Sánchez, “la diversidad de orientaciones debe estar presente en la totalidad del sistema, pero no necesariamente en cada una de sus instituciones”. No es el único dilema en el debate nacional sobre educación que se despejaría por distinguir entre lo que cabe esperar del sistema y lo que cabe esperar de cada institución individualmente considerada.

Al iniciarse un nuevo gobierno, conviene tener presentes estas alternativas. El movimiento estudiantil reclama del gobierno posiciones más explícitas, y tiene razón en hacerlo; pero también los ciudadanos tenemos motivo para pedir al movimiento estudiantil que haga más explícitas sus propias posiciones. ¿Se expresó mal Naschla Aburman? ¿Se expresó bien? ¿O es algo sobre lo que tiene sentido deliberar por más tiempo y más allá de las consignas? Son preguntas de primera importancia no sólo para el debate universitario, sino también para el tipo de pluralismo al que en general como sociedad busquemos aspirar. Más vale, entonces, hacerse la mayor cantidad de preguntas que sea posible.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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