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Fundación Irarrázaval responde

Por: Arturo Irarrázaval


Señor Director:

Con especial interés y atención hemos leído el artículo sobre la Fundación Arturo Irarrázaval, publicado el día de hoy.

Con 94 años de historia, esta Fundación es, tal vez, la institución privada que mayor aporte ha realizado a la educación técnica de miles de jóvenes de sectores vulnerables durante tres generaciones. Todo esto, sin gran figuración pública, alarde ni reconocimientos los que, en realidad, tampoco se han buscado.

Por esta razón, todos los herederos y descendientes de don Arturo estamos orgullosos de la labor encomendada por él y los resultados que se han obtenido en todos estos años. Lamentablemente, el artículo no destaca de manera suficiente la importancia de la ayuda que se presta y que, naturalmente, con el cariño propio de una familia, a todos nos gustaría que se recalcara.

Así todo, sin perjuicio que se podrían hacer algunas precisiones al reportaje publicado y enfatizar que se trata de una Fundación familiar, nuestro ánimo no es discutir públicamente asuntos familiares ni menos polemizar acerca de su contenido, pero sí lamentar que su enfoque se haya centrado en las participaciones que se pagan y no en la labor realizada, durante tantos años y a lo largo de todo Chile.

Asimismo, y si bien no es responsabilidad de su medio, debemos apenarnos porque algunos descendientes de don Arturo hayan elegido ventilar públicamente las diferencias normales que existen al interior de una familia. Más aún cuando se trata de la administración de una herencia, siguiendo unos estatutos que fueron redactados por él mismo, para ser cumplidos después de su muerte. Estatutos que, tal como un testamento, expresan su voluntad acerca de la disposición de sus bienes.

Es importante recordar que don Arturo Irarrázaval cimentó una gran fortuna durante su vida y, dado que no tuvo hijos, el año 1920 resolvió crear una fundación con el objetivo de contribuir a la educación media técnico–profesional de más de 80.000 alumnos al año, la gran mayoría de sectores vulnerables. Con el fin de preservar su herencia encargó a los mejores abogados de la época que elaboraran una serie de requisitos y condiciones que se debían cumplir, luego de su muerte, para la mejor administración y distribución de los bienes que dejaría en manos de sus familiares y que de esta forma se garantizara el incremento constante de dicho patrimonio y los aportes que con ellos se hicieran en cumplimiento del objetivo.

De ahí, que actualmente la Fundación posea un patrimonio que se ha multiplicado varias veces y que genera un excedente anual que permite financiar proyectos de casi 100 colegios y liceos desde Alto Hospicio hasta Punta Arenas. De acuerdo a la voluntad expresa del fundador, de los excedentes anuales: el 50% se debe destinar a las ayudas a las escuelas y liceos beneficiarios; el 40% se debe reinvertir acrecentando el fondo, asegurando así la continuidad de las ayudas; y, el 10% se debe destinar a la administración del patrimonio y de los aportes. No podemos dejar de plantear el orgullo que nos produce mirar la obra de esta Fundación y darnos cuenta que la visión de su fundador nos ha dado la oportunidad de cumplir con su voluntad, asegurándonos no sólo de mantener el aporte a muchos niños y jóvenes chilenos sino que también garantizar que su legado permanezca en el tiempo.

 

Por Arturo Irarrázaval

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