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La discriminación y el silencio cómplice

Lorena Fries Monleón
Por : Lorena Fries Monleón Diputada distrito 10.
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En nuestro país se discrimina cada día en las calles, en las escuelas, en los lugares de trabajo y en los hogares. Cada día mujeres y hombres son discriminados y violentados en razón de su género, orientación sexual, nacionalidad, situación socioeconómica, apariencia personal y muchos otros factores. Lamentablemente como sociedad nos hemos acostumbrado a reaccionar cuando los hechos nos atañen directamente, pero frente a la afectación de derechos de una tercera persona muchas veces, demasiadas veces, mantenemos un silencio cómplice.


Gran conmoción ha tenido en las redes sociales el reciente episodio de violencia vivido por el escritor y activista de los derechos LGBTI, Pablo Simonetti, cuando, en el ascensor de una clínica, un hombre lo increpó duramente por su orientación sexual, profiriéndole lamentables dichos, tales como que no se le fuese a “pegar el SIDA”.

Más allá de la ignorancia de la persona que realizó dicho comentario y que, de paso, estigmatiza y denigra a las personas que viven con VIH, Simonetti, al igual como lo viven miles de personas LGBTI a lo largo de Chile, en diferentes ámbitos y espacios, fue discriminado por el estigma que significa ser homosexual en Chile.

Junto con lamentar la evidente discriminación que sufrió y que atenta contra la igualdad de derechos que poseen todas las personas por el sólo hecho de ser tales, resulta especialmente preocupante la falta de respuesta de la ciudadanía al respecto, en este caso, el silencio de las otras personas que estaban en el ascensor y la legitimación del trato discriminatorio a través de frases como “no te hagas mala sangre”.

[cita]En nuestro país se discrimina cada día en las calles, en las escuelas, en los lugares de trabajo y en los hogares. Cada día mujeres y hombres son discriminados y violentados en razón de su género, orientación sexual, nacionalidad, situación socioeconómica, apariencia personal y muchos otros factores. Lamentablemente como sociedad nos hemos acostumbrado a reaccionar cuando los hechos nos atañen directamente, pero frente a la afectación de derechos de una tercera persona muchas veces, demasiadas veces, mantenemos un silencio cómplice. [/cita]

Las organizaciones sociales, homosexuales, lésbicas y trans han hecho su parte relevando las diferentes situaciones de discriminación y violencia a las que se enfrentan a diario y han planteado la necesidad de avanzar en derechos civiles, políticos, económicos y sociales en igualdad de condiciones con el resto de la población y atendiendo también a sus especificidades.

No obstante, más allá del caso en particular, algo sucede en lo cotidiano –y por cierto no sólo respecto a violencias por discriminación en razón de la orientación sexual– que llama profundamente la atención y que, en este caso, se refleja en la apatía del resto de las personas que presenciaron el acto discriminatorio y no hicieron nada. Lo mismo sucede en el caso de las mujeres que sufren violencia doméstica, de niños y niñas, migrantes o personas de la tercera edad, entre otros.

En nuestro país se discrimina cada día en las calles, en las escuelas, en los lugares de trabajo y en los hogares. Cada día mujeres y hombres son discriminados y violentados en razón de su género, orientación sexual, nacionalidad, situación socioeconómica, apariencia personal y muchos otros factores.

Lamentablemente como sociedad nos hemos acostumbrado a reaccionar cuando los hechos nos atañen directamente, pero frente a la afectación de derechos de una tercera persona muchas veces, demasiadas veces, mantenemos un silencio cómplice.

Es importante que, tal como la ciudadanía ha ido despertando y empoderándose para profundizar nuestra democracia, cada uno y cada una de nosotros comprenda que el respeto por los derechos humanos, por los derechos de las otras personas sólo por el hecho de ser tales, es tarea de todos y todas. Como país debemos promover y fortalecer una cultura respetuosa de la diversidad que nos constituye como sociedad y en la que, junto con las acciones que deba impulsar el Estado como principal responsable de su garantía y respeto, se requiere una ciudadanía alerta, responsable y comprometida.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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