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El origen privado de lo público

Francisco Belmar y Jean Masoliver
Por : Francisco Belmar y Jean Masoliver Columnistas Fundación Cientochenta www.cientochenta.cl
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La apropiación de instancias privadas por parte del Estado, nos ha conducido a la ilusión de que lo público siempre ha sido estatal. Esto implica, a la larga, que los seres humanos no son capaces de interactuar sin la tutela del Estado. Esto nos parece falso, sobre todo si consideramos que los Estados previos al siglo XVI no eran como los de hoy y las interacciones aun así existían. De ahí que Habermas considere que si bien “lo público”, como hoy lo conocemos, surge desde lo privado, también podemos hablar de expresiones públicas en épocas anteriores a la nuestra.


El discurso que presenta a lo público como exclusivamente estatal pareciera ser tan natural, que la discusión de hoy muestra claras intenciones de invisibilizar la importancia de las iniciativas privadas que participan del origen de lo público.

La idea del origen estatal de lo público no sólo es antojadiza y falaz, sino que además —nos atrevemos a decir— lo público nunca ha provenido del Estado. Sostendremos aquí que lo público es una producción privada, definida, operacionalizada, institucionalizada, mantenida y mejorada por mecanismos de exclusiva competencia privada. Lo que subyace a nuestra tesis es una defensa de lo público, pero no entendido como el ámbito de despliegue del Estado, sino más bien como la más importante expresión asociativa de la sociedad civil. Por el contrario, la concepción estatalista propendería a la destrucción de los valores del origen no estatal de lo público.

Para Habermas, durante los siglos XVIII y XIX hace su aparición la esfera pública en el contexto de la construcción de la modernidad. Esto significó el desarrollo de este espacio que se convirtió en el lugar de intermediación entre el Estado y los individuos. Según el autor alemán, se dieron tres condiciones generales para la aparición de este fenómeno. Primero, durante el período en cuestión se fue dando una separación entre la autoridad política y la vida cotidiana, lo que se expresó de manera más clara con la separación entre la Iglesia y el Estado. El poder estatal dejó de regir la vida de los individuos y se concentró en la administración de las normas públicas. Fue así que en la privacidad emergieron diversos grupos de acción pública que tendían a buscar la limitación del poder estatal.

En segundo lugar, el trabajo y el hogar se privatizaron durante este tránsito del siglo XVIII al XIX. La posesión y control de los medios de producción comenzó a ser sinónimo de lo privado. Al mismo tiempo, el hogar comenzó a albergar el consumo y producción de la cultura, la que se vio fomentada por otros grupos de interés y conversación, especialmente literarios, que sentaron las bases para una posterior discusión pública.

[cita]La apropiación de instancias privadas por parte del Estado, nos ha conducido a la ilusión de que lo público siempre ha sido estatal. Esto implica, a la larga, que los seres humanos no son capaces de interactuar sin la tutela del Estado. Esto nos parece falso, sobre todo si consideramos que los Estados previos al siglo XVI no eran como los de hoy y las interacciones aun así existían. De ahí que Habermas considere que si bien “lo público”, como hoy lo conocemos, surge desde lo privado, también podemos hablar de expresiones públicas en épocas anteriores a la nuestra.[/cita]

Por último, el acelerado desarrollo de las técnicas de impresión llevó a la emergencia de periódicos, revistas y panfletos. Inicialmente, este tipo de publicaciones habían aparecido para satisfacer la demanda de información oportuna de los comerciantes que habían visto extendido el tamaño y regularidad de sus transacciones. Poco a poco, ese material de publicación dio paso a información que iba más allá de lo meramente comercial, convirtiéndose en un insumo para el despliegue de ideas y discusiones de diversos grupos de interés.

Si bien Chile tiene algunas diferencias comprensibles con lo que Habermas narra para Europa, no podemos negar que, tras la Independencia, una serie de organizaciones tendieron a delinear lo que posteriormente sería lo público. La Aurora de Chile, primer periódico nacional, nace como órgano de una institucionalidad espontánea, surgida de la coyuntura política de 1808 en España y que buscaba solucionar el problema fundamental del autogobierno: evitar la imposición de un poder considerado ilegítimo. Con los años, la primera camada de intelectuales chilenos posterior a la Independencia, sería formada en la privacidad del hogar de Andrés Bello y posteriormente ellos mismos crearían una organización de carácter literario (la Sociedad Literaria de 1842), que nacía por completo de la voluntariedad y que buscaba plantear situaciones que redundaron en una narrativa de lo que debía ser la identidad chilena. Es aquí que se presenta también la génesis de movimientos posteriores como la Sociedad de la Igualdad, grupo de carácter mutualista que intentaba limitar el accionar de un gobierno que no temió recurrir a su monopolio de la fuerza para aplacarlo. Ya en estos momentos, el debate periodístico era fuerte y representaba a las diversas miradas de la sociedad civil. Algo muy parecido sucedió con la privatización del culto religioso y el fortalecimiento de la Iglesia a partir de las cofradías.

Tal como hemos mencionado, el proceso de desarrollo de la esfera pública significó un fortalecimiento de los individuos. Aun así, el Estado adquirió también las herramientas que le permitirían rivalizar con ellos y así lograr apropiarse de una serie de espacios que, siendo naturalmente público-privados, lograrían constituir lo que, con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, denominamos Estado de bienestar. Un ejemplo de este proceso acaece durante el siglo XX. La clase media chilena se fortaleció a partir de su ingreso a la competencia por el poder, mediante las redes territoriales de bases y de gremios que los partidos políticos —con un fuerte arraigo cultural– establecieron. Como consecuencia, quienes accedieron al Estado lograron afectarlo dejando entrar en su aparato demandas privadas, dejando como legado una institucionalidad que regulaba aspectos que, hasta ese entonces, pertenecían a lo privado. Desde ahí surgen mecanismos de acción gubernativa que demuestran estos elementos: las reformas agrarias o la creación de la CORFO, por ejemplo.

La apropiación de instancias privadas por parte del Estado, nos ha conducido a la ilusión de que lo público siempre ha sido estatal. Esto implica, a la larga, que los seres humanos no son capaces de interactuar sin la tutela del Estado. Esto nos parece falso, sobre todo si consideramos que los estados previos al siglo XVI no eran como los de hoy y las interacciones aún así existían. De ahí que Habermas considere que si bien “lo público”, como hoy lo conocemos, surge desde lo privado, también podemos hablar de expresiones públicas en épocas anteriores a la nuestra. Siguiendo a Jean Cohen y Andrew Arato, podemos decir que en el “mundo de la vida” la gente se comunica de manera no instrumental, sino intersubjetivamente. Así es como surgen, poco a poco, diversas instituciones especializadas que reproducen diversas tradiciones e identidades, permitiendo la diferenciación estructural de la vida cotidiana. De ahí que la sociedad civil no sea otra cosa que la vida cotidiana institucionalizada.

Fruto de la cotidianeidad, la esfera pública no sería necesariamente un espacio homogéneo, sino una red que cobija flujos de comunicación. Durante la Ilustración, la llamada “República de las Letras” funcionaba bajo ese esquema, sobre todo constituido por las relaciones epistolares de los intelectuales europeos. Hoy, en una sociedad más compleja y democratizada, las redes sociales han comenzado a cumplir esa función. Las formas en que los distintos movimientos sociales –a escala mundial– se han organizado a través de la fuerza comunicativa de internet, es prueba de ello.

¿Cuál es el rol de la sociedad civil en este esquema? Ser lo público, lo cual, tal como pasaba hace siglos, es el mecanismo de limitación del poder estatal sobre la vida cotidiana, la cual, aunque los políticos no se percaten de eso, es aquello donde la mayoría de la población vive y trasciende. Rescatemos la tradición de lo público no estatal y cuidémosla, especialmente de falacias que –irónicamente– buscan eliminar esa idea en nombre de lo social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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