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Los pobres no eligen la televisión que ven

Dino Pancani
Por : Dino Pancani Doctor en Estudios Americanos
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Es imprescindible que desde el Estado se estimule la formación de audiencias, esfuerzo que debiera ir acompañado de la enseñanza de los medios en la escuela, invitando a la comunidad a trabajar para que los estudiantes codifiquen y resignifiquen la noticia, construyendo conocimientos que consideren la propiedad de los medios de comunicación, y que esos dueños articulan una empresa que defiende, entre otros, intereses económicos, religiosos, sociales; en definitiva, sincerar que hay grupos de poder que pretenden influir en las conductas de la sociedad.


La tragedia en Valparaíso visibiliza un sinfín de agujeros comunicacionales que el Estado y, con menos responsabilidad, la sociedad en su conjunto han tolerado con una abominable desidia. A propósito del puerto, hemos visto y escuchado, a veces con estupor, una secuencia de frases comunes emanadas de profesionales que, desde el lugar del inquisidor que comercia con el dolor del pobre, se vinculan con la víctima del desastre.

La pregunta hecha por una señora periodista de un canal público: «¿Por qué vive en un lugar tan peligroso?», grafica el espacio que ocupan las personas humildes para los medios de comunicación; permanentemente son presentadas como sujetos de mofa, de acusación o un peligro latente para otros. El reportero establece una relación desigual con su entrevistado; el pobre es un producto que se mercantiliza a través de las pantallas de su estación televisiva; una buena nota es aquella que rentabiliza, que acapara la preferencia de los telespectadores y, como consecuencia, de los empresarios que avisan sus productos.

La televisión se autoimpuso, ateniéndose estrictamente a una lógica de mercado, que la entretención era su única función social, informa para entretener, banaliza la cultura en función de divertir, estereotipa y segrega para sacar, a un distraído telespectador, una risotada. No se hace cargo del contenido formativo que hace circular y tampoco del rol social que tiene por definición, ya que utiliza el espectro radioeléctrico público.

La tragedia de Valparaíso reitera la necesidad de cambiar el rumbo de la industria televisiva y la incorporación activa del Estado, no sólo para velar por que los contenidos televisivos sean los adecuados en la formación de ciudadanía; a mi juicio, es urgente que también se involucre en la enseñanza de los medios en el sistema educativo.

[cita]Es imprescindible que desde el Estado se estimule la formación de audiencias, esfuerzo que debiera ir acompañado de la enseñanza de los medios en la escuela, invitando a la comunidad a trabajar para que los estudiantes codifiquen y resignifiquen la noticia, construyendo conocimientos que consideren la propiedad de los medios de comunicación, y que esos dueños articulan una empresa que defiende, entre otros, intereses económicos, religiosos, sociales; en definitiva, sincerar que hay grupos de poder que pretenden influir en las conductas de la sociedad.[/cita]

La pregunta de la señora periodista devela no tener conciencia de su condición económica de privilegio, la cual le da la posibilidad de elegir. Expone su rigidez cuando trata de explicarse las causas que llevan a la gente a vivir en “lugares peligrosos”, la profesional es víctima de una escuela y una formación universitaria que discrimina, que castiga a la pobreza, relevándola como si fuera opcional vivir en condiciones de carencia, como si la pobreza fuese una cuestión individual y no un problema sistémico en donde los únicos no responsables son aquellos que viven en condiciones de peligro y marginalidad. Ojalá que la anunciada reforma educativa vaya en dirección de construir una escuela como un espacio de crítica y entendimiento social, multicolor e integrador.

Es la escuela la llamada a entregar herramientas a la ciudadanía para que interprete el enmarañado mensaje de la industria televisiva. La televisión es un espacio de libertad relativa, que será suprimida si se altera o cuestiona el paradigma que origina las injusticias sociales que majaderamente naturaliza, disfrazándolas de crónica roja.

En este escenario, es imprescindible que desde el Estado se estimule la formación de audiencias, esfuerzo que debiera ir acompañado de la enseñanza de los medios en la escuela, invitando a la comunidad a trabajar para que los estudiantes codifiquen y resignifiquen la noticia, construyendo conocimientos que consideren la propiedad de los medios de comunicación, y que esos dueños articulan una empresa que defiende, entre otros, intereses económicos, religiosos, sociales; en definitiva, sincerar que hay grupos de poder que pretenden influir en las conductas de la sociedad y en la toma de decisión de las élites.

Para transformar la sociedad, para avanzar en la justicia social, para alcanzar el desarrollo, se hace necesario crear audiencias exigentes en la apreciación del arte y la cultura, pero no sólo en las expresiones doctas o con arraigo en la “tradición” cultural de las comunidades locales y nacionales, también es deseable poner al centro el carácter ideológico de la cultura de masas, sólo así la señora periodista no tendrá dificultades en entender, fruto de su propio proceso reflexivo, que “los pobres no eligen donde vivir”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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