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Chile actual: Antonio Gramsci revisitado

Danny Monsálvez Araneda
Por : Danny Monsálvez Araneda Doctor en Historia. Académico de Historia Política de Chile Contemporánea en el Depto. de Historia, Universidad de Concepción. Twitter: MonsalvezAraned
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Dentro del marxismo, Gramsci fue un pionero en el análisis de la cultura y la importancia de los intelectuales en la sociedad. El pensador sardo consideraba que la cultura no se asociaba al saber enciclopédico, donde el hombre no es más que un recipiente que acumula datos para almacenarlos en el cerebro y posteriormente utilizarlos para responder a los estímulos del mundo exterior. Esta forma de concebir la cultura, a través de la acumulación de datos y fechas en la memoria, sólo sirve para asumir una postura superior al resto de la humanidad y levantar una barrera entre sí mismo y los demás.


Eric Hobsbawm señaló que Antonio Gramsci era el pensador más original de Occidente desde 1917, específicamente por su contribución a la teoría política. Su figura es ampliamente conocida y valorada, incluso por aquellos que no han leído su obra. En su pensamiento destacan, entre otros, los conceptos de hegemonía, crisis orgánica, bloque histórico, guerra de posiciones y guerra de movimientos, reforma intelectual y moral, lo cuales constituyen elementos teóricos presentes en el discurso político de la izquierda y de otros sectores políticos y sociales. De esta forma –como indica uno de los principales estudiosos de Gramsci en América Latina, el argentino José Aricó– las diversas elaboraciones de Gramsci se han constituido en el tiempo en parte de una cultura y patrimonio común de todas aquellas tendencias y corrientes del pensamiento democrático y reformadoras del continente.

Si bien algunos señalan –con algo de exageración y optimismo– que el primer contacto de Gramsci con América Latina se dio en la década del veinte del siglo pasado a través del peruano José Carlos Mariátegui, lo cierto es que aquello resulta difícil de comprender, ya que por aquellos años –como bien apunta el citado Pancho Aricó– Gramsci era casi un desconocido hasta para los propios italiano. En consecuencia, su proximidad con nosotros no es de larga data, más bien se circunscribe a nuestra historia reciente, léase desde los años cincuenta en adelante y con mayor intensidad desde las décadas del sesenta y setenta, cuando la revolución cubana ya se había consumado y los golpes de Estado y dictaduras militares imponían la violencia armada en el continente. Lo mismo para el caso chileno, sus primeras lecturas se dan preliminarmente en los cincuenta y sesenta, pero los “años de cuba”, del guevarismo, foquismo, los influjos del marxismo leninismo y el althusserismo, tendieron a invisibilizar sus escritos y propia figura. Será el golpe de Estado de 1973 y el proceso de renovación de la izquierda socialista, el momento en el cual Gramsci (y también Foucault) será releído como una forma de pensar el poder, sus prácticas y relaciones, y una estrategia para salir de la dictadura.

Al respecto, varios son los campos desde donde se puede pensar y revisitar a Gramsci y la importancia de leerlo en clave del Chile actual. Gramsci escribió relativamente poco sobre desarrollo económico, pero sí mucho sobre política. Por ejemplo, desde el punto de vista del Estado, uno de sus grandes aportes estuvo en ir más allá de aquella lectura marxista que circunscribía al Estado a la fuerza coercitiva; sin desconocer aquello, entendía que el Estado no sólo actuaba por la fuerza, sino por el consenso; por lo tanto, éste no sólo estaba constituido por aquellos “aparatos” visibles del poder político, sino que por todo un conjunto de instituciones que tienen como objetivo dar dirección política e ideológica a la sociedad (persuasión, consenso). En aquella tarea situó a la escuela, iglesia y los medios de comunicación.

[cita]Dentro del marxismo, Gramsci fue un pionero en el análisis de la cultura y la importancia de los intelectuales en la sociedad. El pensador sardo consideraba que la cultura no se asociaba al saber enciclopédico, donde el hombre no es más que un recipiente que acumula datos para almacenarlos en el cerebro y posteriormente utilizarlos para responder a los estímulos del mundo exterior. Esta forma de concebir la cultura, a través de la acumulación de datos y fechas en la memoria, sólo sirve para asumir una postura superior al resto de la humanidad y levantar una barrera entre sí mismo y los demás.[/cita]

En todo este proceso, la sociedad civil y sociedad política juegan un papel fundamental. La primera se relaciona con aquellos aparatos privados de hegemonía; es decir, presuponen de sus miembros una adhesión voluntaria contractual. Son privados, ya que, con su acción, tienen un innegable papel en las relaciones de poder, en la determinación del modo mediante el cual se constituye la esfera pública de la sociedad. De esta forma, el Estado aparece dotado de la dimensión del consenso. En consecuencia, la división que se realiza entre sociedad política (el Estado) y sociedad civil (aparatos privados), tiene un carácter básicamente metodológico, ya que la sociedad civil forma la base de la sociedad política con la que está indisolublemente ligada y sirve precisamente para articular y transmitir la ideología dominante.

Otra de las contribuciones de Gramsci, fue su análisis de la crisis hegemónica. Hegemonía entendida como la dirección política e ideológica de un sector sobre otro, la cual conlleva una distribución del poder, jerarquía e influencia; en el fondo, la habilidad que tiene o dispone una clase, grupo o sector para asegurar la adhesión y el consentimiento libre de las masas.

En el caso de la crisis hegemónica, esta implica que las clases dominantes han perdido la dirección y el consenso social, produciendo una separación entre sociedad civil y política, con lo cual se refuerza el rol coercitivo del Estado. En uno de los pasajes de los Cuadernos de la Cárcel señala que la crisis no tiene un comienzo, origen único, una sola causa (económica, por ejemplo), sino manifestaciones que obedecen a un proceso social complejo con varias expresiones, donde se intensifican cuantitativamente algunos elementos y fenómenos, mientras que otros se han vuelto ineficaces o han muerto. Si bien en cada país el proceso es distinto, una crisis hegemónica se expresa en el distanciamiento de los grupos sociales con sus partidos y dirigentes. “Sus prédicas son cosas extrañas a la realidad, pura forma sin contenido”. Asimismo, la clase dominante ha perdido el consenso de los grupos subalternos, y estos han pasado de la pasividad política a una determinada actividad (inorgánica) para plantear sus reivindicaciones. “Se habla de crisis de autoridad y en esto consiste precisamente la crisis de la hegemonía, o la crisis del Estado en su conjunto”.

Un último campo de acción dice relación con el tema cultural. Dentro del marxismo, Gramsci fue un pionero en el análisis de la cultura y la importancia de los intelectuales en la sociedad. El pensador sardo consideraba que la cultura no se asociaba al saber enciclopédico, donde el hombre no es más que un recipiente que acumula datos para almacenarlos en el cerebro y posteriormente utilizarlos para responder a los estímulos del mundo exterior. Esta forma de concebir la cultura, a través de la acumulación de datos y fechas en la memoria, sólo sirve para asumir una postura superior al resto de la humanidad y levantar una barrera entre sí mismo y los demás. La cultura es otra cosa, es organización, disciplina interna, conquista superior de la conciencia, lo cual llevará a comprender el valor que los hombres tienen en la sociedad, tanto en sus derechos como en sus deberes. De ahí, entonces, que el actuar (práctica) del hombre en el mundo va creando cultura. Así la cultura se convierte en historia, y esta no es otra cosa que la creación de los hombres en el tiempo.

En consecuencia, revisitar al pensador sardo, leerlo, comprender sus escritos y aportes teóricos en clave del Chile actual, implica –parafraseando a Gramsci– pensar críticamente el presente, pero sin menospreciar el pasado, acusándolo de no haber cumplido con el objetivo del presente, ya que en ese menosprecio puede estar el riesgo de la nulidad del presente. Peor aún, creerse o asumir posturas destructoras y creadoras de ciertas novedades históricas o momentos históricos. De ahí que sólo es destructor y creador quien tiene la capacidad de destruir lo viejo (especialmente aquellas relaciones invisibles, impalpables que se esconden en las cosas materiales) para que aparezca lo nuevo, aquello que realmente es necesario e imprescindible para el umbral de la historia, de lo contrario se transformarán en “sedicientes destructores” y “procuradores de abortos fallidos” de nuestra historia. Y, de esos, tenemos varios y lamentables ejemplos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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