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Reforma tributaria: ¿Por qué los ricos deben pagar más?

Álvaro Muñoz Ferrer
Por : Álvaro Muñoz Ferrer Profesor de Ética, Universidad Adolfo Ibáñez.
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Como suele ocurrir en Chile cuando se tratan temas de alta complejidad, la discusión sobre la reforma tributaria ha devenido en tecnicismos incomprensibles para la mayoría de la población y en una campaña propagandística de dudosa procedencia intelectual. Como consecuencia de lo anterior, se ha dejado de lado o ignorado una discusión previa que es de la mayor importancia y que tiene que ver con la base ideológica de la reforma, es decir, su motivación principal en términos de las ideas. Hemos escuchado al actual gobierno decir que “los que tienen más, deben pagar más”, pero jamás ha justificado dicha afirmación. Esto es un error político grave, pues si se quiere generar consenso acerca de una idea es fundamental –además de explicitar sus aspectos técnicos– hay que transportarla a la esfera del sentido común. Ganando esa “batalla ideológica”, el apoyo popular viene por añadidura y los opositores no pueden hacer más que aceptar la visión social consensuada. Hoy, en cambio, vemos una nube de indefiniciones que impacta negativamente en el aparente afán redistribuidor del oficialismo.

No sabemos por qué el gobierno ha evitado transportar la discusión sobre la reforma hacia el ámbito del sentido común y tampoco es objetivo de esta columna ahondar en aquello. La pregunta a abordar es si efectivamente es posible generar consenso acerca de la idea fuerza que debería sustentar un cambio en la estructura tributaria del país más desigual de la OCDE, esto es, que los ricos deben contribuir más mediante impuestos.

Un ejemplo “personalizado” podría ser útil para demostrarlo. Imagine a un típico gerente de una empresa “grande” trabajando en su oficina. Para haber llegado a ese lugar, el gerente necesitó una particular combinación de, básicamente, cuatro factores: capital cultural familiar, educación, aporte social y mérito. Los primeros dos componentes de la fórmula son notablemente determinantes en el éxito material del gerente. La acumulación de capital cultural y las redes de contactos establecidas durante su paso por el sistema educacional estratifican la sociedad de tal forma que, por ejemplo, el 50% de los altos ejecutivos de grandes empresas egresan hoy de sólo cinco colegios. Sobre esto es difícil encontrar disidencia y es transversalmente aceptado que, en Chile, la cuna determina la tumba y que el sistema educacional genera valor sólo para las capas más favorecidas de la población mediante la formación de redes que perpetúan las diferencias de origen.

Analicemos ahora el tercer factor: ¿Cuánto aporta la sociedad en esta fórmula? Veamos. Durante su vida, el gerente adquirió conocimientos técnicos, salud, vivienda, alimentación, vestimenta y mucho más. Todo lo anterior es el aporte social y, como debiese ser evidente, incide directamente en el éxito individual del gerente. En otras palabras, la persona de nuestro ejemplo no estaría hoy en su oficina sin el aporte de obreros, profesores, médicos y cientos de otros profesionales, técnicos y trabajadores que, muchas veces, obtienen salarios indignantemente inferiores a los de un alto ejecutivo. ¿Por qué es la ley de oferta y demanda del mercado laboral la encargada de definir qué profesión u oficio es más “rentable”? Esta pregunta es clave para lo que sigue.

Hemos visto, hasta aquí, que gran parte del éxito individual del gerente del ejemplo se explica por factores externos a él. Si esto suena contraintuitivo es debido a que el cuarto factor, el del mérito individual, se ha instalado estratégicamente como pilar constituyente de la ideología dominante. La meritocracia ha sido impuesta como ideal social y es el sustento perfecto para justificar la desigualdad: el éxito individual es consecuencia únicamente del mérito y el fracaso es apenas una externalidad negativa de una sociedad competitiva que el Estado intenta hacer más justa aportando “igualdad de oportunidades” de forma deficiente. Aquí, al interior de este paradigma, es donde la idea de una reforma tributaria en la que los “exitosos” deban pagar más debe hacerse fuerte. ¿Por qué? Porque basados en que, como se vio, el éxito individual NO es fruto sólo del mérito personal, sino que de un conjunto de factores preponderantemente externos, el aporte de los más favorecidos no es “caridad” o “un robo por parte del Estado” (como suelen llamar algunos a los impuestos) sino que una justa retribución a un proceso de construcción conjunta de valor.

El desafío, entonces, es generar consenso respecto de esto, pues una sociedad que se permite el lujo de justificar la existencia de “ganadores” –que concentran la mayor parte de la riqueza– y “perdedores” –que quedan a su suerte porque el sistema les dice que no se esforzaron lo suficiente o que simplemente no tienen las capacidades intelectuales para “ser más”– terminará deteriorando inexorablemente las relaciones humanas en su interior. Como señala Matías Cociña en una interesante columna de Ciper: “El orden meritocrático sufre de contradicciones internas en sus principios de operación, que le son constitutivas y que tienden a subvertirlo. No hay meritocracia sustentable”.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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