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¿Mitigación o adaptación?: una falaz disyuntiva ante el cambio climático Opinión

¿Mitigación o adaptación?: una falaz disyuntiva ante el cambio climático

Hernán Dinamarca
Por : Hernán Dinamarca Dr. en Comunicaciones y experto en sustentabilidad Director de Genau Green, Conservación.
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El desafío de la sustentabilidad hoy debe discutirse políticamente en el corazón de la Polis, por cuanto es un asunto acuciante de la res publica (cosa pública). Si alguien en Chile aún cree que los desafíos de la sustentabilidad son un asunto de las élites o de allá lejos, es que lisa y llanamente no conecta ni un ápice con la principal cuestión de nuestro tiempo, que es transversal a lo humano, que tensiona el centro de nuestro modo de vida, y cuyas secuelas socio-ambientales están siendo y serán de impacto masivo.


El abogado Jorge Ossandón, en una columna en CIPER, recordaba que, cuando recién se comenzaron a estudiar los efectos del cambio climático, se consideraban al mismo nivel de eficacia las medidas de mitigación y las de adaptación. Hoy, correrían con ventaja estas últimas. Los Estados están impulsando cada vez más medidas de adaptación que alivian a comunidades azotadas por sequías, tifones o huracanes de intensidades nunca antes vistas. La Unión Europea acaba de lanzar su “Mecanismo de Protección para la Población Civil”. En Latinoamérica, Colombia ya puso en marcha una estrategia financiera para encarar los desastres naturales.

Durante el gobierno de Sebastián Piñera, en Chile, la tendencia fue la misma. A través de un estudio técnico se generó un preliminar “Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático”. El sector silvoagropecuario, golpeado por la desertificación, hizo un plan ad hoc, y otros sectores productivos hoy avanzan en los suyos.

Las regiones de Coquimbo, Valparaíso, Maule, Biobío, La Araucanía, Los Lagos y Aysén, ya han sido impactadas por la desertificación y sequía, con la consecuente crisis del agua. Incluso en Chiloé, en algunas zonas, no hay disponibilidad de agua para uso doméstico y de la pequeña agricultura. Según Greenpeace, en el norte hay conflictos por agua entre comunidades indígenas y el sector minero, en el centro hay robo y derechos de agua ilegales, y en el sur conflictos por los proyectos de grandes embalses, que es otra forma de uso irracional del agua.

El cambio climático, la pérdida de biodiversidad, el crecimiento de la población y de la actividad económica extractiva, directa o indirectamente, son las causas de las crisis precedentes y también de otras crisis socioambientales. Por ello, sin duda, los planes de adaptación resultan ineludibles y urgentes.

Sin embargo, tras esa lógica excluyente entre “¿adaptación o mitigación?” para enfrentar el desafío de la continuidad intergeneracional, subyacen cuestiones nada triviales.

En este sentido, los actores pro sustentabilidad deben discutir y reaccionar ante el profundo error, en los gobiernos y algunas organizaciones y sujetos, que implica la lógica de “sí a esto, no a lo otro”, como si se tratara de un simple asunto de temporalidad: ayer habría sido el tiempo de la mitigación, hoy sería de la adaptación. Pues, ambos planes, mitigación y adaptación, son complementarios y cada uno imprescindible.

El (mal) sentido político de disociarlos y derechamente empezar a eludir uno (la mitigación) constituye un error que en el fondo oculta una concepción acrítica, complaciente y simplemente continuista del mismo modo de vida históricamente moderno (basado en el crecimiento económico ilimitado, el productivismo y el consumismo) que nos ha llevado a la actual eco-crisis.

En la columna de Ossandón –que no necesariamente suscribe la lógica excluyente aquí cuestionada–, se define la adaptación como una “respuesta a los impactos de los eventos climáticos actuales o esperados, ajustes y cambios en procesos, prácticas y estructuras para moderar daños potenciales o beneficiarse de oportunidades asociadas al cambio climático”. Léase: ajustar procesos para moderar daños y así aprovechar las oportunidades de beneficios (económicos) asociados al cambio climático.

Nos preguntamos: ¿acaso en la mitigación no hay tantas oportunidades de negocio como en los planes de adaptación? ¿Acaso priorizar unilateralmente por la adaptación no significa la renuncia explícita a actuar en pos de un cambio radical a nuestro actual modo de vida? Modo de vida que, en rigor, es la causa última de la eco-crisis. Hoy, como humanidad, sabemos que estamos consumiendo casi dos biósferas; proceso, además, cuyo curso es una demencial e insostenible expansión.

No son inocentes las interrogantes anteriores, pues es la mitigación la que precisamente conlleva cambios conductuales y valóricos capaces de cuestionar el actual modo económico y de vida.

Por ejemplo, entre otras, son medidas de mitigación cambiar las fuentes de energía e incorporar la eficiencia energética. Es mitigación educar e incentivar el consumo responsable. Es mitigación regular y promover el reciclaje. Es mitigación regular que las empresas extractivas generen con fuentes de energía renovables no convencionales u otras, que no sean ni megarrepresas ni combustibles fósiles, y que en su operar respeten el recurso agua. Es mitigación impulsar una nueva ley orientada al bien público para el uso y propiedad del agua. Es mitigación regular con criterios ecológicos las actividades extractivas, territoriales y marítimas. Es mitigación la educación e incentivo de la forestación ciudadana y de los gobiernos locales con especies nativas (o concordantes con los ecosistemas) y evitar, por ley, la deforestación o el abuso con monocultivos de especies de alto consumo hídrico.

Basta agregar, en el último punto, que la Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo viene hace rato denunciando que en Chiloé la actual carencia de agua ha sido causada por la introducción masiva de eucaliptos (más información aquí).

En estas discusiones sobre políticas de Estado es clave la participación de la ciudadanía y de los actores políticos democráticos. Aquí sólo vale un eslogan de sello parriano: “Mitigación y adaptación, única solución”.

El futuro sólo será posible si como comunidades nos adaptamos a la severidad de los cambios por venir, pero esa adaptación presupone el aprendizaje de una nueva manera de vivir, que es ni más ni menos una prevención/mitigación permanente en sustentabilidad.

Es complejo ese equilibrio. Un ejemplo interesante en este debate es el qué hacer ante la sequía. Cambiar la conducta de despilfarro del agua y usarla con sabiduría ecológica, evitar la contaminación de la misma, eliminar la irracional apropiación privada del recurso, regular el uso del agua en pos de lo público, forestar para activar ciclos hidrológicos, etcétera, etcétera, son todas acciones de mitigación. Mientras que mal “adaptarnos” sería unilateralmente seguir al tecnócrata que ya anda diciendo que nada de eso es necesario, que sólo basta con saturar de plantas desalinizadoras el Océano Pacífico, un pingüe negocio además, para que así continuemos con la fiesta del derroche.

Caricaturizo un poco, lo sé. Simplemente lo hago para graficar el absurdo de la lógica excluyente entre unos y otros planes, cuando es indispensable la promoción de ambos: cambios conductuales y nuevos marcos regulatorios para mitigar, y plantas desalinizadoras allí donde sea inevitable para adaptarnos.

El desafío de la sustentabilidad hoy debe discutirse políticamente en el corazón de la Polis, por cuanto es un asunto acuciante de la res publica (cosa pública). Si alguien en Chile aún cree que los desafíos de la sustentabilidad son un asunto de las élites o de allá lejos, es que lisa y llanamente no conecta ni un ápice con la principal cuestión de nuestro tiempo, que es transversal a lo humano, que tensiona el centro de nuestro modo de vida, y cuyas secuelas socioambientales están siendo y serán de impacto masivo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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