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De la selección y otros demonios

Gabriel González
Por : Gabriel González Ex presidente Centro de Alumnos Instituto Nacional y ex vocero nacional de la Cones 2012
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No podemos creer que, tal y como escueta y cándidamente lo está planteando el Gobierno, el fin a la selección en los colegios emblemáticos acaba ni un ápice de la segregación actual. Si no se hacen esfuerzos previos por igualar en excelencia los liceos de la esquina de la casa de las poblaciones con estos liceos de mayor demanda que oferta (como los emblemáticos), proceso que requiere de grandes esfuerzos de las comunidades locales y el Estado; si no terminamos con cuestiones tan medievales como los liceos por género, acabando con la retrógrada tradición de colegios de hombres y colegios de niñas, que es una de las discriminaciones de género tendientes a una visión de una educación masculinizante y patriarcal; si no acabamos con las selecciones de los colegios que eligen a sus alumnos bajo parámetros de orden eclesiástico o religioso y se sigue dejando a merced del mercado esta desregulación, esta reforma, tal y como se está viendo, va a carecer de determinaciones a favor de la Educación Pública y de Excelencia para todos.


Bien sabemos que todo proceso de selectividad porta en sí mismo la idea de “discriminación”. Desde un punto de vista ético, ninguna discriminación resulta ser positiva en un ámbito tan fundamental de la sociedad como la Educación. La selección en los colegios es un proceso que esconde más de lo que la Nueva Mayoría ve en la superficie de este problema. Se ha dicho desde el Mineduc que terminar con la selección que realizan los establecimientos escolares es un paso significativo a la hora de acabar con las desigualdades de nuestro sistema educativo. Sin embargo, esta propuesta carece de una lectura específica de los diferentes procesos de selección y de sus causas, por tanto, no se entrama sino como una idea (como la mayoría del programa de gobierno) ambigua y sin una resolución clara.

Actualmente en Chile cerca de 1/3 de la matrícula total de escolares está en la educación pública, dependiente de las municipalidades; los 2/3 restantes se lo llevan mayoritariamente los colegios particulares subvencionados, mientras que menos de un 7% se encuentra en el mundo privado. Este último mundo, el privado-privado, encuentra, en general, buenos resultados en pruebas estandarizadas como la PSU, puerta de entrada a la educación superior (del Consejo de Rectores, por lo menos). No obstante, muchos de ellos, poseyendo diferentes inclinaciones religiosas, incurren no sólo en tipos de selecciones prohibidas, en teoría, por la LGE (“en ningún caso se podrá considerar en cada uno de estos cursos el rendimiento escolar pasado o potencial del postulante. Asimismo, en dichos procesos no será requisito la presentación de antecedentes socioeconómicos de la familia”), sino que incluso posterior a pasar por este filtro selectivo, continúan filtrando en otros aspectos como la inclinación sexual de los estudiantes aun una vez dentro de estos colegios, con innumerables casos de persecuciones y expulsiones.

Según el estudio realizado por los investigadores Ignacio y Cristóbal Madero «(…) En la educación particular, el 97,2% de los establecimientos católicos hace una selección social de sus estudiantes y un 83% se centra en el nivel de conocimiento del alumno”. Los colegios particulares, pero pasando piola, como la mayoría de los negocios rentables del gran empresariado de este país.

[cita]No podemos creer que, tal y como escueta y cándidamente lo está planteando el Gobierno, el fin a la selección en los colegios emblemáticos acaba ni un ápice de la segregación actual. Si no se hacen esfuerzos previos por igualar en excelencia los liceos de la esquina de la casa de las poblaciones con estos liceos de mayor demanda que oferta (como los emblemáticos), proceso que requiere de grandes esfuerzos de las comunidades locales y el Estado; si no terminamos con cuestiones tan medievales como los liceos por género, acabando con la retrógrada tradición de colegios de hombres y colegios de niñas, que es una de las discriminaciones de género tendientes a una visión de una educación masculinizante y patriarcal; si no acabamos con las selecciones de los colegios que eligen a sus alumnos bajo parámetros de orden eclesiástico o religioso y se sigue dejando a merced del mercado esta desregulación, esta reforma, tal y como se está viendo, va a carecer de determinaciones a favor de la Educación Pública y de Excelencia para todos.[/cita]

No es posible que esta desregulación persista, reproduciendo la autosegregación de la élite económica chilena de la del resto del país. Por esto, es que tenemos que comprender que precisamente debe ser uno de los objetivos “acabar con la segregación escolar”, pero de verdad y sin matices. Terminar con la segregación escolar significa acabar con esta Educación Privada, que hace que los que tienen más ingresos en este país se segreguen a sí mismos por religión o credo, por estados civiles de los padres, pero por sobre todo por su privilegiado ingreso económico. Asimismo, entendiendo que el fin al financiamiento compartido, uno de las objetivos del programa de Bachelet, ha de ser una realidad, los únicos que comprarán su educación entonces serán los de este cerca del 7% de la población que estudia en colegios particulares privados, generando un pequeño núcleo enaltecido de adinerados encerrados en su propio mundo, en su propia clase y en sus propios privilegios, temiéndonos producir un efecto contrario a lo que buscamos, que es resignificar la educación pública, dándole el valor y vigor que le corresponde por sobre la educación privada, en una sociedad donde la Educación sea el vehículo de integración social.

Por otro lado, y ante la debacle de la educación pública en el sector escolar durante los últimos 30 años, los colegios municipales cada día son menos, su matrícula migra cada vez más rápido al sector particular subvencionado y su valoración, en consecuencia, ha ido aminorando sustancialmente. Ante esto, los colegios emblemáticos no sólo de Santiago, sino que considerando al menos la existencia de uno por región y haciendo énfasis en la construcción cultural de desconfianzas que la población hoy tiene respecto a nuestra educación pública, cuentan excepcionalmente con una alta demanda por parte de la población, dándose casos como el Instituto Nacional, en donde para 600 vacantes postulan más de 3 mil alumnos; o el Abate Molina de Talca, donde postulan cerca de mil 200 a 1° Medio, siendo no más de 350 los seleccionados. Sin duda, estos colegios generan, por tradición y resultados, expectativas mayores de “movilidad social” que otros ad portas de cerrarse por el descuido de sus municipios y el abandono del Estado.

Esta demanda, muy por sobre la oferta de la que pueden dar abasto colegios como éstos, es una cuestión que ha sido causada por la pérdida progresiva de esperanzas que se tiene del colegio de la esquina de la casa. Este fenómeno ha sido culturalmente enfatizado por la mercantilización de nuestros derechos sociales fundamentales. Hay casos de comunas que no tienen siquiera colegios científico-humanistas municipales en su territorio. ¿Podemos culpar a una familia de los primeros tres quintiles de San Joaquín, Pudahuel, Nacimiento o Pelarco por postular a su hijo en un liceo con mayores expectativas de futuro como el Instituto Nacional de Santiago o el Abate Molina de Talca? Hoy, en las actuales condiciones, sabemos que no. En este sentido, sabemos que más del 80% de los estudiantes del Instituto Nacional no reside en la comuna de su liceo. ¿Acabar con la selección académica de este tipo de establecimientos municipales significará, entonces, dar prioridad seleccionando en estos colegios a quienes sí son de la comuna? ¿Se seleccionará al azar haciendo de la vida académica un premio de lotería? No hay respuesta.

Cuando la oferta es mayor que la demanda, factor atribuido en esencia a la precarización del colegio de la esquina de la población, es imposible dejar de seleccionar de alguna manera. Y aquí reside el problema: la selección es una problemática que evidencia el carácter mercantil de la Educación. No podemos creer que, tal y como escueta y cándidamente lo está planteando el Gobierno, el fin a la selección en los colegios emblemáticos acaba ni un ápice de la segregación actual. Si no se hacen esfuerzos previos por igualar en excelencia los liceos de la esquina de la casa de las poblaciones con estos liceos de mayor demanda que oferta (como los emblemáticos), proceso que requiere de grandes esfuerzos de las comunidades locales y el Estado; si no terminamos con cuestiones tan medievales como los liceos por género, acabando con la retrógrada tradición de colegios de hombres y colegios de niñas, que es una de las discriminaciones de género tendientes a una visión de una educación masculinizante y patriarcal; si no acabamos con las selecciones de los colegios que eligen a sus alumnos bajo parámetros de orden eclesiástico o religioso y se sigue dejando a merced del mercado esta desregulación, esta reforma, tal y como se está viendo, va a carecer de determinaciones a favor de la Educación Pública y de Excelencia para todos. Aún más, sin el diálogo correspondiente con las diferentes comunidades escolares, esta política pública en vez de resultar un pequeño paso para acabar con las desigualdades educativas, puede implicar un paso torpe que vaya para atrás.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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