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El Rey Lear: su actualidad en el Chile de hoy

Todo esto se parece extrañamente a nuestra realidad. Cuánto hay de cierto en lo que se dice. La división artera entre lisonja barata y sentimientos profundos. La necesidad de la compasión como articuladora en las relaciones sociales y el amor como pegamento necesario para estimular la convivencia armoniosa y constructiva. Y ciertamente el reconocer que existen grandes marcos que cautelan un orden que, aunque en ocasiones parezca caótico, reconducen al ser íntimo por los caminos de la cordura y el bien común social.


El drama de Shakespeare Rey Lear fue escrito en 1605. Sin embargo, al verlo recientemente en una producción del English National Theatre, transmitido por pantalla gigante aquí en Santiago, parecía que hubiese sido compuesto ayer. Del beneficio de una perspectiva de 400 años, nos expone temas actuales con los cuales muchos en el auditorio parecían sentirse identificados. Es el caso, invariablemente, de las grandes obras del teatro clásico; y esta pertenece a la estrecha meseta de la cumbre, donde convive con otras como Antígona, de Sófocles, y Woyzzeck, de Georg Büchner.

Su argumento, en apariencia, es sencillo: “El Rey Lear, ya muy viejo, decide dejar la dirección de su reino a sus tres hijas, con el fin de poder vivir tranquilo sus últimos días; para ello las somete a prueba. Sin embargo, pronto se sentirá amenazado por ellas al verse absolutamente abandonado. Sólo algunos fieles al rey intentarán devolver el reino a su antiguo propietario.

“La obra describe las consecuencias de la irresponsabilidad y los errores de juicio de Lear, dominador de la antigua Bretaña, y de su consejero, el duque de Gloucester. El trágico final llega como resultado de entregar el poder a sus hijas malvadas por partes iguales y no a Cordelia, quien manifiesta un amor capaz de redimir el mal por el bien; sin embargo, ella muere al final, brindando la idea de que el mal no se destruye a sí mismo; no obstante, acaece el funesto destino de las hermanas de Cordelia y del oportunista hijo bastardo del conde de Gloucester”.

[cita]Todo esto se parece extrañamente a nuestra realidad. Cuánto hay de cierto en lo que se dice. La división artera entre lisonja barata y sentimientos profundos. La necesidad de la compasión como articuladora en las relaciones sociales y el amor como pegamento necesario para estimular la convivencia armoniosa y constructiva. Y ciertamente el reconocer que existen grandes marcos que cautelan un orden que, aunque en ocasiones parezca caótico, reconducen al ser íntimo por los caminos de la cordura y el bien común social.[/cita]

Pero no nos engañemos, en Shakespeare, cuyas historias rara vez eran originales, lo importante es el tratamiento y cómo se arman e imbrican los personajes, escenas y temas para formar un todo que causaba, por lo general, gran impacto en el público. Asimismo, vale considerar que en los inicios del siglo XVII el autor no disponía de muchas herramientas intelectuales que solo vinieron a desarrollarse un par de siglos después, como , por ejemplo, el psicoanálisis, los avances en la psiquiatría y las teorías filosóficas del siglo XIX que ayudan a mejor entender los fenómenos y cambios acaecidos en el globo en el siglo XX.

Así y todo, en el Rey Lear, el autor fue capaz de conjugar todo un rango de emociones, su trasfondo y sus consecuencias, básicamente a través de un uso hábil y depurado del lenguaje, adelantándose a las corrientes existencialistas y el expresionismo, tan en boga a principios del siglo XX como herramienta para presentar y explicar los horrores de la guerra y la desintegración de un orden establecido.

Y es que este es el nudo temático de la obra en comento: un hombre, el protagonista, cree que por ser Rey está más allá del bien y del mal y que puede desencadenar procesos cuyo desarrollo puede controlar. Craso error, ya que al poco andar se da cuenta de que las pasiones humanas son difíciles de gobernar, y que cuando estas se remueven, es el caso de dos de sus hijas, sus consecuencias son tanto imprevisibles como no deseadas por sus protagonistas. Es decir, se da cuenta de que mal podía gobernar las voluntades ajenas cuando la propia padecía de desgobierno. Un buen caso para la introspección y el autoconocimiento.

Más aún. Shakespeare no menciona ni hace alusión siquiera a la religión, como marco moral y transubstancial de la acción y las motivaciones de los personajes. Se contenta con ejemplificar a través del viento, el relámpago y el trueno, la lluvia y la tormenta que desvalidos son los hombres ante los elementos de la naturaleza, los cuales enmarcan con sus vibraciones terráqueas lo efímero de la existencia humana. Lo efímero y la vanidad de la pervivencia: cuando creemos que realizamos acciones que llevan a grandes cambios y, al final, todo revierte a la pasmosa regularidad de la naturaleza y sus ciclos. Y los grandes temas que remecen al hombre son eso, justamente: grandes temas que no pueden ser encarados por mentes pequeñas y más preocupadas de lo accesorio que del fondo. La trascendencia, a través de las ideas, es un privilegio mezquino del ordenamiento superior de las cosas y de la vida, por mucho que se aleguen razones de un peso dudoso y de un espesor evanescente.

Lear, al encarar la verdad, que le estalla en la cara al reflexionar que los truenos y relámpagos ya no obedecen sus órdenes (y que nunca lo hicieron), dimensiona su real peso en el orden de las cosas y el verdadero sitial que le corresponde en el mundo. Pierde la razón. Se le desordena la mente, y de ese caos interno (mezcla de conocimiento y conciencia) emerge la verdad luminosa que le hace comprender lo que antes se le había escapado ya fuera por irreflexión, ya fuera por energías mal conducidas y resueltas.

Todo esto se parece extrañamente a nuestra realidad. Cuánto hay de cierto en lo que se dice. La división artera entre lisonja barata y sentimientos profundos. La necesidad de la compasión como articuladora en las relaciones sociales y el amor como pegamento necesario para estimular la convivencia armoniosa y constructiva. Y ciertamente el reconocer que existen grandes marcos que cautelan un orden que, aunque en ocasiones parezca caótico, reconducen al ser íntimo por los caminos de la cordura y el bien común social. Estos grandes marcos son fuente de algunas de las grandes frustraciones humanas. Están allí desde que el mundo es mundo y el hombre es hombre. Habrá evolucionado su apariencia mas no el fondo. Prueba de ello es que aún nos conmueven, y son plenamente actuales, obras de más de cuatro siglos de antigüedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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