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La Nueva Mayoría en el ring: entre las reformas y las manos en alto Opinión

La Nueva Mayoría en el ring: entre las reformas y las manos en alto

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Que el tono Andrade haya empezado a contagiar al resto de los líderes de la coalición oficialista es algo que sí preocupa. Que a sus espontáneas y coloridas afirmaciones se hayan ido sumando diversos dirigentes de la Nueva Mayoría es algo que debe inquietar a Palacio, pues –más allá de las diferencias programáticas de fondo entre los distintos actores oficialistas– dan cuenta, también, de una falta de fraternidad y compañerismo que inquieta, considerando los propios desafíos que la coalición de gobierno se ha autoasignado.


Es cierto. Osvaldo Andrade, y él mismo lo reconoce, jamás se ha caracterizado por hacer declaraciones amistosas ni de carácter estratégico, lo suyo, claro está, no es la Cancillería; pero que el tono Andrade haya empezado a contagiar al resto de los líderes de la coalición oficialista es algo que sí preocupa. Que a sus espontáneas y coloridas afirmaciones se hayan ido sumando diversos dirigentes de la Nueva Mayoría (NM) es algo que debe inquietar a Palacio, pues –más allá de las diferencias programáticas de fondo entre los distintos actores oficialistas– dan cuenta, también, de una falta de fraternidad y compañerismo que inquieta, considerando los propios desafíos que la coalición de gobierno se ha autoasignado.

Sintomático de esta compleja situación es que la disputa a veces ni siquiera es entre partidos sino al interior de las propias colectividades. Felipe Harboe fue un nítido ejemplo de ello cuando se enfrascó en una querella con otros parlamentarios del PPD que cuestionaban el nombramiento de su esposa y que encontró por parte del senador la siguiente respuesta: “No es culpa suya que los nombres de otros no hayan sido considerados”. Que el PPD hubiese pasado de partido ordenado a una organización más bien convulsionada, lo dejan en evidencia las declaraciones de su máximo representante, el senador Jaime Quintana, primero con su tesis de la “retroexcavadora” y, después, tras las críticas de Andrés Zaldívar a la reforma tributaria, con su irónica respuesta al papel del senador DC: “No sabía que era cardiólogo”.

Estas ponen de manifiesto, además, su tensa relación con la actual directiva del PDC y su presidente Walker. Dicha disputa se traspasó a actores del PS. Ya no sólo tenemos enredados a Andrade con Escalona y a éste con Letelier, sino que, fruto de sus ambiciones presidenciales, también ha entrado al campo de batalla el senador Fulvio Rossi, quien no escatima esfuerzos por ganarse un titular cada día. Y no sólo a costa de Walker, sino también en detrimento de la mínima cohesión del bloque oficialista. Ni hablar de Ignacio Walker, senador por la Quinta Cordillera –salió con el apoyo absoluto del PS el 2009–, que con sus declaraciones del sábado pasado volvió a encender “el fuego amigo” y no sólo se ganó la crítica del PPD y los socialistas –la propia senadora Isabel Allende, ajena en general a las disputas, tuvo que salir a decir que “hay que tener más cuidado con el lenguaje”– sino también de personalidades del propio PDC, como el senador Jorge Pizarro, quien le manifestó que con sus dichos “no sólo se olvida que es el presidente del partido” sino que “debe entender que cuando él habla debe representar a toda la Democracia Cristiana, y la DC con esos dichos no se siente representada, yo por lo menos no». La respuesta de Walker a su camarada no puede simbolizar mejor el difícil ambiente que se vive en la NM, y en particular en el PDC: “Si el senador Jorge Pizarro quiere pelear conmigo, allá él”.

[cita]La DC de Walker es un partido de Barrio Alto que no se condice con la propia historia de la falange y del mismo Frei Montalva, que sí lograba conectarse con los sectores populares al punto de transformar al PDC en un partido modelo, tanto que el gobierno estadounidense, en su afán por detener el avance del comunismo en América Latina, lo usó como ejemplo.[/cita]

El otro actor significativo de la coalición, el Partido Comunista, que podría aportar cable a tierra, se autoanula porque tiene su alma dividida en dos frentes: el que representan sus jóvenes liderazgos atrincherados en la bancada estudiantil, que se mueven ambiguamente entre la lealtad al gobierno y al movimiento estudiantil, y el de la vieja guardia –Teillier y Carmona– que han hecho una apuesta por “mirar pa’l lado” y seguir con su plan estratégico de no hacer olas para lograr el reconocimiento del grueso de la elite política que los ha maltratado por cerca de 40 años, y realizar gestos de “madurez política”. Si a ello sumamos la figura de una Presidenta que ha aumentado sus dosis de audacia, y que se mueve entre el viento conservador y las frescas brisas estudiantiles y sociales, con una desconfianza perenne en las directivas que la apoyan, obtenemos la radiografía actual de la coalición de gobierno. Esta, queda bien representada por la situación que atraviesa el ministro de Educación, cuya agenda está virtualmente paralizada como resultado de las desavenencias estratégicas en torno a uno de los proyectos emblemáticos del Ejecutivo.

El PDC: entre el lucro y la historia

Y es que las dificultades por las que atraviesa la actual directiva DC no son menores y tienen como eje a un partido que no repunta –pese a los permanentes subsidios del PS– desde que en 2000 una parte de su electorado, el de más edad, se fue con Lavín, y luego con Piñera en 2010. Un electorado que, grosso modo, respondía a la política de la Guerra Fría, que viene a la baja y que, en la medida que pasan los años, va desapareciendo. Walker responde en parte a ellos y en parte a las élites económicas, es decir, un segmento que hoy no es mayoría ni en la propia DC, ni en la NM, y menos aún en la sociedad civil. Y ofrece las mismas críticas que la derecha tanto a la reforma tributaria como a la educativa, en un nicho electoral que por lo demás ya fue copado por Andrés Velasco. No fue casual que varios connotados DC en las pasadas primarias no estuvieran con Orrego sino que abrazaran tempranamente la candidatura del ex ministro de Hacienda de Bachelet. Uno de ellos incluso hoy es ministro de Economía.

La DC de Walker es un partido de Barrio Alto que no se condice con la propia historia de la falange y del mismo Frei Montalva, que sí lograba conectarse con los sectores populares al punto de transformar al PDC en un partido modelo, tanto que el gobierno estadounidense, en su afán por detener el avance del comunismo en América Latina, lo usó como ejemplo, como bien lo evidencia el libro escrito en 1968 por el norteamericano George Grayson (El Partido Demócrata Cristiano Chileno), que daba cuenta de una organización muy potente en el movimiento estudiantil, entre los profesionales jóvenes y en el mundo poblacional y, por ende, con mucho futuro. Prueba de ello fueron los compromisos de Frei Montalva con la promoción y participación popular, la chilenización del cobre, la Reforma Agraria y su revolucionaria Reforma Educacional, que fortaleció el sistema público chileno. La de entonces no tiene nada que ver con la DC acartonada de Ignacio Walker, que puede tener vigencia en la coyuntura pero que no posee ya sentido histórico, porque su propio presidente ha decidido ponerlo a contrapelo de ella y, de paso, sumergir a la falange en una situación de convivencia interna límite.

Si en la NM primara un clima de amistad cívica, así como la percepción de que se forma parte de un gran proyecto de transformación política, las cosas en el bloque oficialista podrían ser distintas: se neutralizaría rápidamente a la minoría que representa Walker, se pondría límite a la escalada de declaraciones odiosas que se repiten cotidianamente y la política saldría del área chica del “yo” en que está prisionera hoy, para ingresar a la cancha grande del “nosotros”.

Esa fragilidad de los actores públicos se enfrenta a un movimiento estudiantil que, instalado en la desconfianza, va modelando un nuevo proyecto de país en sus cabezas y cambiando los parámetros de la política transicional tal como se fueron instalando después de 1990 y que, hoy, son ya mayoritariamente rechazados por la sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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