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¿Es la riqueza un obstáculo para la democracia?

Felipe Torres
Por : Felipe Torres Investigador Asociado Núcleo de Teoría Social, UDP
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Esto da cuenta de la focalización del problema meramente en las capacidades de los agentes para crear o no riqueza sin mirar más profundamente parte de las causas estructurales de la pobreza: por una parte, la acumulación de mucho por parte de pocos y, de otra, la emergencia de un discurso que no cuestiona los límites de tal acumulación. Las políticas públicas en contexto de democracia deben esgrimir parámetros para el tratamiento de la acumulación, pues sin ello la autodescripción de una sociedad como democrática se ve cuestionada básicamente porque quienes participan en ella, si bien difícilmente pueden ser todos, están aún muy lejos de ser mayoría.


Existen muchas formas de riqueza dentro de las cuales la acumulación de capital económico es sólo una y a la vez dominante hoy en día. Si consideramos la riqueza como una figura que a grandes rasgos refiere a la posesión en abundancia de uno u otro atributo deseable, es posible mantener la forma general y variar sólo en el contenido. Resulta factible entonces identificar como susceptibles de riqueza diferentes atributos, tales como el conocimiento, la espiritualidad, una habilidad física, erudición, etc. Sin embargo, centrarse en el eje tradicional de la riqueza (a saber, la acumulación de dinero), es centrarse en lo que hoy es, muchas veces de facto, motor de las otras.

En una columna publicada anteriormente en este medio («El verdadero nuevo ciclo: fundación para la superación de la riqueza«) se establecen algunas líneas generales de lo que podría ser una crítica de la razón económica según un pensamiento imperante en relación a la obtención (desmedida) de riqueza. Y es que no se esgrime, al parecer, una crítica a la creación de riqueza por sí misma, sino más bien una pregunta en torno a la acumulación y específicamente la acumulación de un particular. ¿Quién podría poner en duda la riqueza de una cultura o la riqueza socialmente adquirida de un pueblo o nación? Pasa, sin embargo, que la identificación de una riqueza colectiva con la de individuos no es necesariamente correlativa. Podemos estar en presencia de individuos muy ricos que, no obstante, en agregación no constituyen un país rico. También podemos encontrar un país menos desigual que otro en el cual la riqueza pueda no ser un motor de diferencia: el clásico argumento según el cual es posible encontrar una nación muy equitativa, en donde todos se igualan en condiciones paupérrimas.

Pero más concreta aún es la incidencia que la riqueza puede ejercer en un régimen de gobierno como el democrático. Si la riqueza es a grandes rasgos una concentración, resulta importante observar los alcances y límites que impone a la promoción y participación del juego democrático. Si defendiéramos y promoviéramos la riqueza en cualquiera de sus vertientes, deberíamos estar dispuestos a aceptar la posibilidad de concentrar la participación en el poder por parte de quienes asumen la tarea de inmiscuirse en los asuntos que competen a todos.

[cita]Esto da cuenta de la focalización del problema meramente en las capacidades de los agentes para crear o no riqueza sin mirar más profundamente parte de las causas estructurales de la pobreza: por una parte, la acumulación de mucho por parte de pocos y, de otra, la emergencia de un discurso que no cuestiona los límites de tal acumulación. Las políticas públicas en contexto de democracia deben esgrimir parámetros para el tratamiento de la acumulación, pues sin ello la autodescripción de una sociedad como democrática se ve cuestionada básicamente porque quienes participan en ella, si bien difícilmente pueden ser todos, están aún muy lejos de ser mayoría.[/cita]

Ahora bien, ¿cómo un determinado tipo de riqueza puede incidir en una forma de gobierno como la democracia? Si en una sociedad las distancias entre los que tienen mucho y los que tienen poco es significativa, el nivel de democracia presente en ella se verá afectado, puesto que los que tienen más no sólo acumulan dinero sino, habitualmente, también las condiciones necesarias para el ejercicio democrático (redes de información, participación cívica y política efectiva, decisión en asuntos públicos, etc.). Así, por tanto, en el discurso sobre desigualdad que se viene instalando hace un tiempo en la esfera pública, debe ser objeto de discusión no sólo la pobreza, sino también la riqueza. Las políticas públicas suelen enfocar sus esfuerzos en mejorar las situaciones de carencia, dejando inmaculado el tratamiento de la riqueza. Una de las condiciones para el correcto ejercicio democrático es que se mejoren las conciciones de pobreza y se hagan coherentes las condiciones de riqueza con el resto de la sociedad. Sin ello no es posible la participación mayoritaría en iguales condiciones según los términos del ideal democrático. No abordar aspectos relevantes de la riqueza y direccionar enteramente el discurso en la solución de la pobreza es señal de una ideología según la cual la política debe centrarse en la carencia sin tocar la abundancia. Esto da cuenta de la focalización del problema meramente en las capacidades de los agentes para crear o no riqueza sin mirar más profundamente parte de las causas estructurales de la pobreza: por una parte, la acumulación de mucho por parte de pocos y, de otra, la emergencia de un discurso que no cuestiona los límites de tal acumulación. Las políticas públicas en contexto de democracia deben esgrimir parámetros para el tratamiento de la acumulación, pues sin ello la autodescripción de una sociedad como democrática se ve cuestionada básicamente porque quienes participan en ella, si bien difícilmente pueden ser todos, están aún muy lejos de ser mayoría.

La democracia requiere de cierta igualdad básica entre los ciudadanos para ejercer capacidades que se materialicen en resultados políticos efectivos. La creación de riqueza es una meta deseable, que a cierto umbral se vuelve obstáculo al propósito democrático mismo en la medida que las oportunidades de poner en práctica sus ideales (diversidad, participación, libertad) no pueden ser ejercidas por parte importante de sus ciudadanos.

Es, por tanto, necesario que la desigualdad se aborde desde uno y otro plano: pobreza y riqueza. Y la ecuación dinero-poder es seguramente el factor gravitante de todos. La creación de una Ley de Lobby o la aplicación de una Reforma Tributaria son ejemplos de abordajes a la relación dinero-poder que resultan parte de la distancia a recorrer en el eterno camino hacia ciertas condiciones para la democracia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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