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Catolicismo, doctrina y el signo de los tiempos Opinión

Catolicismo, doctrina y el signo de los tiempos

Ana María Stuven
Por : Ana María Stuven Historia PUC/UDP
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Bien parece que hoy es posible y necesario un progreso doctrinal. Lo piden muchos laicos, y no pocos sacerdotes y obispos. La Iglesia no debe convertirse, como advirtió Francisco, en una “aduana” por donde entran sólo las personas “certificadas”.


Las conferencias episcopales de algunos países, especialmente europeos, respondieron sorprendentemente a la consulta del Papa Francisco, en preparación para el próximo Sínodo sobre la familia. Los obispos han debido constatar que los fieles no practican los métodos naturales de control de natalidad, los divorciados rechazan la prohibición de acceder a la Eucaristía, los jóvenes tienen relaciones sexuales prematrimoniales y la homosexualidad no es considerada como un error de la naturaleza.  Las respuestas provenientes de los católicos chilenos no han sido dadas a conocer; no obstante, estudios elaborados en la Pontificia Universidad Católica presentan conclusiones que son tan preocupantes como las que provienen de Europa. En los últimos 50 años el declive de la población que se identifica como católica fue considerable; en 1960, un 89% de los chilenos se declaraba católico, mientras en 2014 la cifra bajó al 57%. Al tiempo que el catolicismo debe constatar una crisis en la credibilidad pública de la institución eclesiástica, el último censo registró el aumento del pentecostalismo.

Los pastores no debieran estar tranquilos con el curso que sigue su rebaño. Tampoco debemos dormir en paz quienes nos identificamos con el mensaje de Cristo y nos sentimos interpelados desde nuestro lugar en el mundo por el panorama que se extiende ante nuestros ojos. Como historiadora, la interpelación es a insertar la realidad eclesial en la larga duración de la presencia religiosa católica en Chile y su diálogo con los avatares del catolicismo mundial. Como católica y parte de esa comunidad de fieles que han sido consultados por Francisco, me planteo ante el debate por la inclusión o exclusión, la absolución o el castigo, de parte del pueblo de Dios confiado a los pastores, y que desafía a la doctrina en su interpretación de los signos de los tiempos.

[cita]El concepto de signos de los tiempos remite a la inserción de la iglesia en la historia y su relación con ella. En su lectura, el magisterio opina sobre la congruencia de los problemas que lo convocan con el mensaje del Evangelio.  Y lo hace también inserto en la cultura de su época, con sus luces y sombras. Algunos ejemplos permiten aclarar el punto. Cuando a mediados del siglo XIX se debatía en el país la incorporación de la mujer y su acceso a la educación llamada “científica”, el clero argumentó en contra, haciendo notar la inferioridad de la mujer: el Padre Ventura de Ráulica escribió que “todas las herejías, todos los errores, se han establecido en el mundo merced a la corrupción de las mujeres”.[/cita]

El concepto de signos de los tiempos remite a la inserción de la iglesia en la historia y su relación con ella. En su lectura, el magisterio opina sobre la congruencia de los problemas que lo convocan con el mensaje del Evangelio.  Y lo hace también inserto en la cultura de su época, con sus luces y sombras. Algunos ejemplos permiten aclarar el punto. Cuando a mediados del siglo XIX se debatía en el país la incorporación de la mujer y su acceso a la educación llamada “científica”, el clero argumentó en contra, haciendo notar la inferioridad de la mujer: el Padre Ventura de Ráulica escribió que “todas las herejías, todos los errores, se han establecido en el mundo merced a la corrupción de las mujeres”. Otro autor invocado por la Revista Católica, J. Gaume, afirmaba que la mujer era más culpable que Adán, por lo cual requería de una “regeneración particular”. Carlos Sainte-Foi, cuya lectura fue recomendada por el clero, escribía: “Si el hombre sabe obrar con más fuerza y perseverancia, la mujer debe sufrir con más constancia y energía”, siendo su destino “… la cuna, la cruz y el sepulcro”.

¿Defendería hoy la Iglesia la inferioridad de la mujer? Por cierto, no; esas afirmaciones corresponden a un momento en la historia, cuando la educación de la mujer podía parecer un riesgo para la catolicidad de la familia. ¿Podemos imaginar hoy al Arzobispo de Santiago exigiendo, como lo hizo en  1853, el Arzobispo Valdivieso, que se le denunciara a quienes “… por hecho o palabra sean sospechosos de herejía…”? ¿Entenderíamos los católicos como una adecuada lectura de los signos de los tiempos que el Papa condenara las ideas del siglo como “perversas”, o que anatemizara la filosofía moderna, como lo hizo Pío IX en Qui Pluribus de 1846? ¿Serían aceptables en la cultura de hoy la Encíclica Quanta Cura y el Syllabus de 1864 condenando la tolerancia y la libertad de cultos? Más aún, ¿cuántos católicos chilenos aceptarían el punto que impedía “reconciliarse y transigir con el progreso, con la liberalismo y con la moderna civilización”?

La historicidad de la cultura desafía a la historicidad de la doctrina. El Concilio Vaticano II asumió con coraje este desafío. El Vaticano II dio pasos doctrinales enormes respecto de épocas anteriores, mucho más importantes que, por ejemplo, la eventual aceptación de los métodos artificiales de control de natalidad. El Concilio proclamó el derecho a la libertad religiosa y renunció al antiguo principio del “Extra ecclesiam nulla salus”. Mandó a los católicos a entender que Dios puede salvar a los no cristianos por vías que la Iglesia puede ignorar y que lo único decisivo es la caridad, con lo cual reconoció la posibilidad de salvación a los ateos y de condenación de los bautizados.

Bien parece que hoy es posible y necesario un progreso doctrinal. Lo piden muchos laicos, y no pocos sacerdotes y obispos.  La Iglesia no debe convertirse, como advirtió Francisco, en una “aduana” por donde entran sólo las personas “certificadas”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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