Publicidad
Gaza: el inframundo de la globalidad EDITORIAL

Gaza: el inframundo de la globalidad

Gaza es hoy el fracaso de la política y de los planificadores militares. Si en cualquier conflicto se deja de contar las vidas humanas que caen, se perdió toda noción política de lo que es interés nacional, y la objetividad material de lo que es victoria o derrota a través de una guerra.


Dios ha muerto. No existe guerra en la Franja de Gaza. Es apenas un exterminio practicado por dos adversarios materialmente asimétricos, pero culturalmente idénticos en su amoralidad. Gaza es hoy el inframundo de la globalidad, porque la comunidad internacional permanece impávida. Ninguna rendición incondicional practicada como doctrina por alguien, sea material o imaginaria, tiene ventana alguna a la racionalidad, y ese es lo que ocurre entre Israel y Hamas.

Hamas aspira a la desaparición del Estado Judío. Israel, al exterminio de los enemigos que acechan su seguridad. Las treguas en el combate se suceden unas a otras sin otro propósito que tomar aliento para seguir golpeándose. No son un instrumento humanitario. La contabilidad de seres humanos muertos, la mayoría niños, mujeres y ancianos, apenas son ya una estadística de los planificadores burocráticos del orden internacional.

La pérdida de ventanas mínimas de racionalidad en un conflicto, desde los tiempos de Heródoto y sus relatos sobre la rendición incondicional, son una convocatoria a la lucha a muerte. Nivel que ha sido sobrepasado largamente en el conflicto palestino-israelí. Por lo mismo, no tiene sentido analizarlo desde el punto de vista militar o en sus lógicas de redes o poder. Conceptos como respuesta proporcional, unidades tácticas o estrategia militar, ya están de más. Casi sobra, incluso, el juego diplomático en la lógica de solución de este conflicto, si no fuera porque es un distante punto de retorno a la humanidad.

[cita]No se puede hablar de seguridad en estas circunstancias. Hace rato que Hamas dejó de tener condiciones para ser considerada una fuerza racional capaz de sostener un gobierno y dar bienestar y libertad a su pueblo. Hace rato que Israel, un Estado asediado y cuya historia de Holocausto en el pasado pudo justificar su defensa, dejó de luchar por su sobrevivencia o el bienestar de su población. Los actores directos de este drama ahora se han colocado al margen de una humanidad que mira impávida cómo se exterminan.[/cita]

La lucha en Gaza se da en un espacio amoral, en la subjetividad de todo y de todos, y se inmaterializó y transformó en irracional.

Hamás decidió el exterminio de su propio pueblo. Nacido de la primera Intifada en 1987, su acción se orientó al exterminio del Estado Judío aunque incluyera el martirologio propio y el de toda su población. El fin era aniquilar moralmente a un enemigo capaz de masacrarlo, pero que al final perdía, porque su crueldad no tenía sostén moral como hoy está ocurriendo. Pero esa victoria no es de este mundo. Es de un paraíso prometido y del más allá; es de la negación de toda estatalidad y de toda política, la negación de toda sustancialidad, no es de la tierra. Y entonces no importa cuántos mueran. La muerte es el triunfo

Israel demuele cada piedra de Gaza, y ha demostrado una voluntad de ocupar un territorio que considera propio desde que se fundó su moderno Estado. Montado en la superioridad moral que le brindó el Holocausto, construyó un hogar en medio de la hostilidad. Pero lentamente fue perdiendo esa superioridad moral, pues la transformó en superioridad militar por razones de seguridad, hasta el punto que ello se hizo fanático e irracional. La capacidad de exterminio sobre Hamas no es otra cosa que una expresión de ira e impotencia, porque el poder militar no puede contrarrestar los riesgos que vienen del más allá. Hamas se inmaterializó de toda consideración militar y, por lo tanto, la superioridad militar ya no sirve e Israel está perdiendo. El escenario es un juego de suma negativa para todos.

Gaza es hoy el fracaso de la política y de los planificadores militares. Si en cualquier conflicto se deja de contar las vidas humanas que caen, se perdió toda noción política de lo que es interés nacional, y la objetividad material de lo que es victoria o derrota a través de una guerra.

Si Gaza es el inframundo salvaje de la globalidad, la vergüenza pública que de ello proviene no es un asunto de palestinos o israelitas. Ellos están locos y ciegos en el centro del drama. La vergüenza debiera conmover a aquellos que toman partido y hacen campañas de apoyo para unos u otros, y no para que se detenga todo.

La vergüenza debiera también habitar en las oficinas de la ONU, en las del Consejo de Seguridad, en Washington, Moscú, Londres, Berlín, París o Beijing. En todas las cancillerías del mundo, incapaces de salir del Estado de parálisis mental en que la comunidad internacional se encuentra, y de inhibir los cálculos burocráticos de sus planificadores políticos.

No se puede hablar de seguridad en estas circunstancias. Hace rato que Hamas dejó de tener condiciones para ser considerada una fuerza racional capaz de sostener un gobierno y dar bienestar y libertad a su pueblo. Hace rato que Israel, un Estado asediado y cuya historia de Holocausto en el pasado pudo justificar su defensa, dejó de luchar por su sobrevivencia o el bienestar de su población. Los actores directos de este drama ahora se han colocado al margen de una humanidad que mira impávida cómo se exterminan.

Publicidad

Tendencias