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Moulian, Sófocles y la Unidad Popular

Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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Por aquellos días el destino aciago de los personajes consistía en la imposibilidad de alterar el curso de los acontecimientos y evitar el despeñadero –escapar a la predestinación desatada por las fuerzas indestructibles de la propiedad privada–. Ello tiene su mayor efervescencia entre junio y agosto de 1973. A pesar de la extraordinaria fuerza emancipadora del proceso chileno, la Unidad Popular puede ser interpretada desde una “concepción trágica” de la historia.


En El diálogo de América, documental registrado por el periodista Augusto Olivares, Fidel Castro y Salvador Allende intercambian ideas sobre los procesos de transformación social. El comandante cubano lo mira como a un hermano mayor, lo escucha con una mezcla de respeto y pesadumbre por la “peculiaridad” del caso chileno, pero desde una admiración por las tradiciones demo-republicanas que el Presidente «encarna». Se oye su voz bajo la solemnidad que infunde alguien que busca descifrar los laberintos del destino y trata de revertir una concepción determinista de la historia. Salvador Allende sabe de entrada que vive en medio de un atajo, que debe poner mesura a la algarabía que invade a los actores de una trama emancipatoria, mas no puede erradicar las energías utópicas. Fidel toma nota y le advierte de los terribles problemas que enfrentará.

Pese a ello, existe una dimensión dionisíaca en la Unidad Popular que se expresa en baile, canto y embriaguez. En la pérdida de los límites factuales. Ya en su discurso del 4 de septiembre de 1970 hay destellos de una «consciencia trágica»: “…y que esta noche cuando acaricien a sus hijos… piensen en el mañana duro que tendremos por delante” (las cursivas son mías).

[cita] Por aquellos días el destino aciago de los personajes consistía en la imposibilidad de alterar el curso de los acontecimientos y evitar el despeñadero –escapar a la predestinación desatada por las fuerzas indestructibles de la propiedad privada–. Ello tiene su mayor efervescencia entre junio y agosto de 1973. A pesar de la extraordinaria fuerza emancipadora del proceso chileno, la Unidad Popular puede ser interpretada desde una “concepción trágica” de la historia.[/cita]

Una vez que asume, el líder de la UP se mantiene plenamente consciente de que no hay posibilidad de migrar hacia un “reformismo radical”. Para 1970 las predicciones del oráculo a favor del “realismo” son desatendidas, no queda más que apelar a un mundo heroico. Solo cabe implementar el camino elegido y defender la convicción ante el compromiso adquirido. El Presidente intuye, pero sin decirlo jamás, que la coalición que encabeza no posee la madurez cultural necesaria para una trama que debía “equilibrar” los efectos del “desenfreno pasional” (algarabía, delirio…) bajo un apego al marco constitucional.

Por obra de la cubanización quedó atrás la vía de una “profundización reformista”. La crisis de la receta Cepalina para la región (1950-1970) obliga a establecer cambios radicales. Ir más allá del “Estado de compromiso” significaba cambios primordiales, irrenunciables, pero fatídicos. A la sazón, la Cuba libre ‘pesaba’ más que mil ríos de tinta, la llamada isla de la dignidad era el horizonte de la insurrección latinoamericana. Se trata de un “desgarro” incurable a la luz del cual debe ser evaluada nuestra trama histórica. La Unidad Popular en su afán por conciliar institucionalidad y movilización social representa un horizonte de sentido necesario en la historia de Chile, pero eventualmente imposible. Si bien podemos admitir un eventual acercamiento empírico hacia el programa populista de Tomic en los primeros tres meses del gobierno popular, ya a fines de 1972 se trata de un proyecto prácticamente librado a su suerte. La Unidad Popular, salvo este intervalo, se debate en los márgenes de la política.

Este es el acompañante macabro de la vía chilena al socialismo, nuestra “divina comedia”. Sospecho que Tomás Moulian –sibilinamente– se hizo parte de una concepción trágica de la historia y tematizó a la Unidad Popular desde el teatro griego –aunque nunca verbalizó tal relación–. En su célebre Conversación interrumpida con Allende (1998) aparece la fatalidad de las revoluciones y el peso “termidoriano” de la tragedia. Allende sabía de entrada la necesidad ineludible de trascender el martirologio. Pero a poco andar reconoce que la derrota puede ser una «opción moral», una derrota posible. Ya en los primeros días de su gobierno admite con lucidez que las oligarquías no aceptarán perder sus beneficios, no cesarán en aplicar obstáculos lícitos o mercenarios, así trataba de moderar la embriaguez que empapaba a los actores comprometidos con una teología secular. Salvador deviene en un intérprete de las transformaciones en curso y, a su vez, en un “teórico político” (sí, un Teórico) de los límites históricos de cualquier exuberancia utópica que desestime el “fatídico” peso del realismo. En resumidas cuentas, la Unidad Popular representa un callejón sin salida y por esa vía una lección moral para la historia de Chile (…. el martirologio aleccionador).

Para terminar podemos explorar algunos contrastes empíricos que hacen más evidente nuestra catástrofe. La historia nos dice que la izquierda chilena tuvo su “sala de parto” en los locos años 20 (“la cuestión social”). La Unidad Popular heredaba a su manera las conquistas iniciales, superando el llamado “Estado de compromiso”, a saber, el período que va desde 1938-1970 basado en el régimen de tres tercios. La experiencia de los años 70 era enteramente distinta al Frente Popular (1938), como, asimismo, al economicismo desarrollista de Raúl Prebisch. De un lado, el allendismo venía a implementar cambios estructurales sobre la base de un diagnóstico compartido sobre las profundas desigualdades imperantes en los años 70. De otro, el imperativo de una ruptura con el predominio oligárquico estaba sellado en el programa de gobierno. Todo ello se trataba de encauzar por el institucionalismo del Partido Comunista (“último vagón del reformismo”), aparente “dueño de la cordura” por aquellos días. Al mismo tiempo, el proceso se ensombrecía por la ausencia de diálogo político con el sector más progresista de la DC, sin olvidar que tal diálogo era impracticable por la inevitable cubanización del Partido Socialista que tornaba inviable todo acercamiento centrista. La fracción de los “elenos” calificaba toda travesía de “realismo” como una infidelidad al proceso revolucionario. De paso la Unidad Popular prologaba la evolución de la izquierda chilena desde 1938 en adelante (el contexto de postguerra y los frentes populares, hasta la constitución del FRAP). Solo nos resta consignar que el proceso de indoctrinamiento ideológico que recibieron las Fuerzas Armadas (Guerra informal) en la Escuela de las Américas de Panamá, trasciende la citada “doctrina Schneider”, ello a juzgar por los hechos conocidos. Finalmente, se suma la complejidad de lidiar con los sectores más “radicales” de la Unidad Popular (MIR y otros); aquellos hijos no apegados a la vía institucional –de fuerte inspiración emancipatoria– pero que hacían de “aprendices de bruja” por cuanto presionaban por una salida no institucional. Todos estos contrastes, que se expresaban en un sinnúmero de revoltosos contrapuntos, conjuraban en favor de una catástrofe, o bien, pujaban hacia una reducción del campo político.

Como podemos apreciar, la vía chilena gradualmente se fue quedando sin campo de acción. La tragedia es la cancelación total de la política, la reducción del juego de posibilidades: la impolítica. Tampoco había lugar para una caída inducida. Nos deslizamos hacia el precipicio. Por aquellos días el destino aciago de los personajes consistía en la imposibilidad de alterar el curso de los acontecimientos y evitar el despeñadero –escapar a la predestinación desatada por las fuerzas indestructibles de la propiedad privada–. Ello tiene su mayor efervescencia entre junio y agosto de 1973. A pesar de la extraordinaria fuerza emancipadora del proceso chileno, la Unidad Popular puede ser interpretada desde una “concepción trágica” de la historia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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