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Los desafíos de la integración social en Chile

María Teresa Rojas
Por : María Teresa Rojas CIDE, Facultad de Educación Universidad Alberto Hurtado
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Para integrarnos socialmente necesitamos experiencias pedagógicas y un currículo escolar que marche en esta dirección. Llama la atención que la propuesta de ley del gobierno no vaya acompañada de una narrativa pedagógica, expresada en el currículo, que favorezca experiencias, aprendizajes e instancias ciudadanas, de encuentro con otros, en que se evalúe y se valore el llamado efecto par. Al respecto, una política de integración social no puede dejar al currículo al margen. Sabemos por otros estudios que el currículo chileno, respecto a otros latinoamericanos, otorga poco tiempo y pocos temas a la formación ciudadana. Aquí un punto que urge mirar.


Chile vive un momento crucial en su sistema educativo. Después de más de 30 años, el proyecto de ley que impulsa el gobierno y que busca terminar con el lucro, la selección escolar y el copago, cuestiona la profunda segregación del país. Por fin, la integración social del sistema escolar se vuelve prioridad en la política pública. Lamentablemente los gobiernos anteriores hicieron muy poco por favorecer la mixtura social en las escuelas. A inicio de los 2000, encontramos solo una política que hacía alusión explícita a este tema, la ley del 15%, que obligaba a los establecimientos subvencionados a tener dentro de su matrícula, al menos, a un 15% de niños y niñas vulnerables. Esta disposición pasó inadvertida, nunca se fiscalizó y demuestra la invisibilización del tema hasta mediados de la década. Lo mismo con la prohibición de seleccionar alumnos hasta 6º básico que estipuló la LGE. Las prácticas de admisión de los centros particulares hicieron que esta regulación fuera letra muerta desde un inicio.

La tarea de la integración social en las escuelas, como hemos visto, es muy compleja. Los que investigamos estos temas, presenciamos cómo las familias salen a buscar escuelas que aseguren el estatus social a sus hijos e hijas. En un sistema educativo que ha legitimado que cada cual debe asegurarse individualmente su propio destino, es profundamente complejo instalar creencias que promuevan la solidaridad, la colaboración y la aceptación entre pares. Esto es muy evidente en las familias de clases medias en Chile. Al no tener una opción de educación pública de calidad en sus propios barrios, que garantice el bienestar social y educativo de sus hijos, padres y madres, especialmente madres, enfrentan solas, sin institucionalidad mediante, sus elecciones escolares. Sin querer a priori segmentar, sus decisiones terminan reproduciendo y ahondando esta división y fractura social.

[cita]Para integrarnos socialmente necesitamos experiencias pedagógicas y un currículo escolar que marche en esta dirección. Llama la atención que la propuesta de ley del gobierno no vaya acompañada de una narrativa pedagógica, expresada en el currículo, que favorezca experiencias, aprendizajes e instancias ciudadanas, de encuentro con otros, en que se evalúe y se valore el llamado efecto par. Al respecto, una política de integración social no puede dejar al currículo al margen. Sabemos por otros estudios que el currículo chileno, respecto a otros latinoamericanos, otorga poco tiempo y pocos temas a la formación ciudadana. Aquí un punto que urge mirar.[/cita]

La segmentación y fragmentación social de los chilenos no se resolverá de la noche a la mañana. La desactivación de un sistema mercantil de educación no es simple, más aún si persisten incentivos perversos, como un sistema de subvención que insiste en hacer que las escuelas compitan por alumnos, y un sistema de aseguramiento de la calidad estandarizado que coloca su norte fundamentalmente en el Simce, otorgando escasa visibilidad a la compleja red de aprendizajes sociales, cognitivos y emocionales que niños y niñas construyen en su estadía escolar. A ello, se suman condiciones externas al sistema educativo, como la profunda segregación urbana, que dificulta aún más que niños y niñas de clases sociales diferentes se encuentren en una misma escuela.

Para integrarnos socialmente necesitamos experiencias pedagógicas y un currículo escolar que marche en esta dirección. Llama la atención que la propuesta de ley del gobierno no vaya acompañada de una narrativa pedagógica, expresada en el currículo, que favorezca experiencias, aprendizajes e instancias ciudadanas, de encuentro con otros, en que se evalúe y se valore el llamado efecto par. Al respecto, una política de integración social no puede dejar al currículo al margen. Sabemos por otros estudios que el currículo chileno, respecto a otros latinoamericanos, otorga poco tiempo y pocos temas a la formación ciudadana. Aquí un punto que urge mirar.

La integración social requiere repensar la calidad de la educación. Dejar de seleccionar alumnos en el sistema escolar y terminar con el copago son medidas necesarias y justas. Pero deben ir a la par de saber cómo convivirán niños y niñas de condiciones sociales diferentes. Hemos visto que sin soporte pedagógico, las escuelas pueden reproducir en su interior los estigmas, distinciones sociales y currículos ocultos que diferencian por condición social y cultural a los niños. Un sistema escolar sin selección y gratuito requiere una calidad educativa más diversa, que ponga acento en la formación ciudadana y moral de los sujetos y valore explícitamente el valor agregado que les otorgan las escuelas a sus alumnos y alumnas. Pensar la calidad y el sistema de aseguramiento de ésta es clave en un proceso de la envergadura del que estamos viviendo. Evaluar y medir importa, pero siempre que esta evaluación valore el progreso y la transformación de los sujetos desde su punto de partida real. Esta reflexión es impostergable si se quiere realmente que Chile sea un país más inclusivo e integrado social y culturalmente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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