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Reivindicando la vieja política

Carlos Vásquez Órdenes
Por : Carlos Vásquez Órdenes Magister en Educación (Universidad de Chile). Ex Dirigente Nacional Colegio de Profesores
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Desde que el golpe de Estado se llamó pronunciamiento militar hemos asistido a un uso abusivo del lenguaje tendiente a socavar el sistema democrático, pero con un recurso poderoso, según Gramsci, que es el dominio del sentido común acuñando frases como: políticos profesionales, gobierno de turno, políticos corruptos, parlamentarios ociosos y otros propios de una ideología fascista que repiten sin rigor tanto a la derecha como a la izquierda.


 Aunque cada vez nos alejamos más de una concepción política donde la lucha ideológica, la aspiración legítima de organizarse por alcanzar el poder y la distribución equitativa de la riqueza se transformen en acción pública para el bienestar del conjunto de la sociedad, creo conveniente instalar una nota disonante en este enrarecido ambiente de denostación gratuita y permanente sobre quienes se dedican a la política.

Reflexionando junto a Hannah Arendt y asumiendo que la política es la expresión más sublime de la condición humana, constructora de civilización al confrontar el deseo del individuo arrojado al mundo, que busca su propia satisfacción hasta que toma conciencia de formar parte de una comunidad cuya coexistencia le permitirá alcanzar su plena libertad.

[cita]Desde que el golpe de Estado se llamó pronunciamiento militar hemos asistido a un uso abusivo del lenguaje tendiente a socavar el sistema democrático, pero con un recurso poderoso, según Gramsci, que es el dominio del sentido común acuñando frases como: políticos profesionales, gobierno de turno, políticos corruptos, parlamentarios ociosos y otros propios de una ideología fascista que repiten sin rigor tanto a la derecha como a la izquierda.[/cita]

Ello explica que en el hacer política se deba poner tanta pasión y no poca razón, que no se escondan los sentimientos y que la ambición, salvo la de quien carece de méritos, sea tan legítima como erigirse en auténtico representante de la soberanía popular.

Basta recordar a Allende al celebrar el triunfo de la Unidad Popular, cuando invocaba: “Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante”; o a Frei Montalva ante el Congreso Pleno exclamando de manera dramática: “Porque no se humilla quien ruega en nombre de la patria”; o la decisión de Alessandri de no condenar a Cuba en 1960 por considerar “en primer lugar el interés patrio”, para darnos cuenta de la  profunda responsabilidad de nuestros líderes de la vieja política, que asumían con pasión y coraje su carácter de servidores públicos.

Sin embargo, se ha hecho un lugar común desconfiar y poner en duda toda actividad pública, instalando en el imaginario colectivo la inutilidad de los partidos políticos y el actuar culposo de quienes, dedicándose a la política, viven despotricando contra el viejo modo de hacerlo. Para ello, ponen en acción un lenguaje descalificador, débil en contenido pero fuerte mediáticamente.

Desde que el golpe de Estado se llamó pronunciamiento militar hemos  asistido a un uso abusivo del lenguaje tendiente a socavar el sistema democrático, pero con un recurso poderoso, según Gramsci, que es el dominio del sentido común acuñando frases como: políticos profesionales, gobierno de turno, políticos corruptos, parlamentarios ociosos y otros propios de una ideología fascista que repiten sin rigor tanto a la derecha como a la izquierda.

Lo curioso es que entre los portadores de una nueva visión de la política, entre los que prometen hacer las cosas de manera distinta, ya se expresan malas prácticas que, viejas o nuevas da lo mismo, hacen desconfiar de la sinceridad de su postulación. Es preocupante escuchar explosivas declaraciones de un candidato que jamás estuvo en la primera línea de combate contra la dictadura, u otros que para instalarse en la política hicieron uso y abuso de los partidos tradicionales, qué decir de otros que han creado un partido para satisfacción de sus propios deseos o que con recursos de la derecha han agitado banderas de la izquierda.

Solo cabe ir al fondo, rescatando de Norberto Bobbio un pensamiento: concebir la política como un instrumento necesario para la realización de cualquier forma de convivencia civil; aunque enfatiza: que se trata de un instrumento que no tiene fines propios, sino que sirve a los fines últimos que los hombres se proponen. Es decir, la política como un medio para deconstruir el andamiaje social cuya finalidad es perfeccionar la obra humana.

Es por ello que solo cabe reivindicar la vieja política, con sus líderes que fueron capaces de imprimirle un sentido ético y moral a la acción pública, para relevar un sistema democrático que nos asegure:

-Que las mayorías gobiernen y las minorías fiscalicen, haciendo que todos respeten y cumplan las reglas del juego democrático.

-Que la disciplina partidaria no permita que el oportunismo se disfrace con una autonomía solo al alcance de su desmedida ambición.

-Que junto con la elección de un Presidente o Presidenta se garantice constitucionalmente la concreción de su programa de Gobierno.

-Que cada vez se profesionalice más la gestión política a partir del conocimiento acumulado, siendo la voluntad popular el único medio de revocación.

-Que las Corporaciones de ambas cámaras estén obligadas a contener toda injuria, denostación pública o menoscabo moral contra la función o ejercicio individual de cada parlamentario.

El cambio constitucional que se avecina pondrá mayores atributos a la función pública, fortaleciendo al sistema democrático y en ningún caso limitando el acceso a los cargos de representación popular, a pesar de que una jauría analfabeta ideológicamente pretende desplazar todo lo existente so pretexto de reemplazar a la vieja política, aunque sea con prácticas más viejas aún, que ni siquiera pretenden la toma del poder sino la ingobernabilidad total.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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