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La ideología del chileno medio Opinión

La ideología del chileno medio

Eddie Arias
Por : Eddie Arias Sociólogo. Academia de Humanismo Cristiano. Doctorando en Procesos Políticos y Sociales.
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Es la base de votación popular de los sectores de derecha y centroderecha, es inculto, pero hábil, es pillo, ha aprendido a ganar, como filosofía de cabecera. Puede ser pobre, pero es facho, está del lado opuesto de la emancipación, no la quiere, no le gusta, no la entiende, y es muchas veces ¡como para no entenderla!


Se trata de un sujeto particular que está en la epidermis de nuestra estratificación social como muestra de un aspiracional vulnerable, cultural y económicamente hablando. Es un espacio homogéneo que decae con los vaivenes de los ciclos del capital, esa rueda que no ejerce ninguna fuerza centrípeta de contención, sino, más bien, patea para fuera todo lo que no se agarra a las dinámicas del ajuste, es decir, estos nuevos integrados débiles caen cuando no aguantan el embate y tienen que vender el auto, la casa, arrancar de los acreedores.

Su majestad el crédito sustenta su hábitat, sin él ya no juegan el juego, su regulación es trabajólica, emprendedora, negociante. Viven en casas pareadas con antejardín, de una precaria arquitectura simétrica, o en los modernos espacios inmobiliarios de las moles cementales que desconfiguran el entorno de nuestra ciudad. Es creyente de la católica, chuncho o indio, pero tiene afán, su auto pagadero en cuotas es el símbolo magistral de su clase, de su cultura. Lee los titulares de los diarios, y alguna vez los ojea en los baños, se jacta de no leer, pero saber lo necesario para ganar su sustento. El plasma es su cubículo confesional por antonomasia, ahí degusta el gastronómico festín de mensajes visuales que conforman una red imaginaria deseante que da sentido a su subjetividad pulsional, ese cubículo es una conexión umbilical indispensable, sin él la sociedad programada de The Wall no funciona.

[cita] Esta franja humana es el Chile actual, pero a la vez profundo con raíces en un sueño, el sueño de estar integrado a una sociedad que desintegra todo lo que no tiene sustentabilidad monetaria, por eso que la pega es sagrada, y la participación social y política una pérdida de tiempo, y hay certidumbre en eso, porque después de dos décadas y más, la alegría de una democracia sustanciosa nunca llegó a los corazones a dar felicidad, no estrés, colon, gastritis, depresión, hipertensión, sino dignidad.[/cita]

Esta franja humana es el Chile actual, pero a la vez profundo con raíces en un sueño, el sueño de estar integrado a una sociedad que desintegra todo lo que no tiene sustentabilidad monetaria, por eso que la pega es sagrada, y la participación social y política una pérdida de tiempo, y hay certidumbre en eso, porque después de dos décadas y más, la alegría de una democracia sustanciosa nunca llegó a los corazones a dar felicidad, no estrés, colon, gastritis, depresión, hipertensión, sino dignidad.

Esa dignidad flagelada hasta la saciedad por los militares que borraron el Chile donde tener amigos era mejor que tener plata, y donde la cultura cuica era impopular, ser progresista era abrazar un nuevo mundo. Esa dignidad la reemplazó el miedo, un miedo latente, un miedo que alimenta las crisis de pánico social, un miedo que anida en cada pecho nacional, es un miedo del alma, es un miedo instalado hasta lo más profundo de nuestros tiempos, es un miedo que produce cobardes, sujetos diezmados.

Tanta extensión puede tener, que en un momento antropológico los que estudien las sociedades futuras, si es que sobrevivimos al cambio climático y al capitalismo global que lo provoca, dirán que en algún punto encuentran al indio violentado como un reflejo, como una conexión, en una clave inconsciente. Ese trauma es tan poderoso que no podemos soslayarlo, ese dolor está tan vivo que todo cambia para que nada cambie. Nada ni la piel con que se toca la historia, que al final es la misma piel mestiza que se forjó en la primaria ocupación de nuestra psicogeografía ancestral.

Ese chileno medio corresponde a los códigos de sus patrones, porque ha sido planificado, orquestado de esa laya, ese chileno vota y defiende a sus patrones porque así ha sido el relato que le han impuesto. Aprender a obedecer tiene un gesto maquinal, una estructura muy definida, tiene sala de tortura y encanto, este sistema se mueve en ese código binario como lo ha hecho siempre la colonización del hombre por el hombre. Es lo que Marx develó en El Capital, esa fetichización de la vida y su relación con la imaginación de una falsa conciencia, esa superestructura imaginaria que sólo oculta la verdadera realidad. Que el esquema de desigualdad nacional es una estructura que reproduce a través de distintos dispositivos una jaula de hierro de la vida social. Es el alma de Hayek, que sería como el ideólogo de nuestras vidas neoliberales, todo orientado a la concentración de capital, la fuerza de los actores fuertes se impone; los individuos y sus colectivos, en definitiva, son controlados.

Este tango chileno tiene un desenlace tragicómico, en ese tallero existencial que define cierta sociología legrandiana (Coco), es un tipo muy común que habita el espíritu del cuerpo cultural chileno, es una identidad transversal muy presente, es la mofa de todo un relato, que es el relato de sí mismo, el metarrelato de esta caricatura de un chileno que cruza el escenario mental.

Su distancia de la polis se instala porque no es un animal político sino un animal cuyo ecosistema es el mercado, que es un eje de interacción simbólica potente. En la polis hicieron destrucción creativa e instalaron el concreto de una condición liberal totalizadora, de tal manera que el productor de este engendro medio nos trae un mundo de símbolos, el neoliberalismo es una oferta cultural y produce esta base militante confesional.

Desde los laboratorios de la apolítica de los Chicago Boys, junto con un militarismo chileno muy creativo que funda un nuevo orden, una nueva matriz  económica y sociopolítica, esta combinación única nos trae un ethos que resignifica en el ideario de la clase media. En el contexto de la masiva concentración de la renta nacional en un sector de la población (2%), se produce un dominio, una densidad poblacional situada en este referente medio vulnerable según aproximaciones recientes de Hardy (2014).

Ese nos empata con la dictadura, vota por la continuidad de Pinochet (43%), a pesar de todo el terrorismo de Estado, y de las luchas sociales tan populares en esos tiempos. Es un “pinochetismo popular” que genera una alteridad en los grupos marginales, arrebata espacios a los imaginarios de izquierda, enquista una equiparidad.

Es la base de votación popular de los sectores de derecha y centroderecha, es inculto, pero hábil, es pillo, ha aprendido a ganar, como filosofía de cabecera. Puede ser pobre, pero es facho, está del lado opuesto de la emancipación, no la quiere, no le gusta, no la entiende, y es muchas veces ¡como para no entenderla!

Quiere el orden que existe, consume, trabaja, está en un orden no ideal, pero que es el orden que hay, y esa cosa de cuestionar es de comunistas. Siempre hay que trabajar; esté quien esté, hay que trabajar. Y es una razón poderosa, la pragmática de la vida, es un principio de orden. Todos los que protestan quieren desorden, un caos simbólico que instaló la dictadura con su gris tejido de muerte sobre el significado de la UP. Ese fascismo medio está en estos corazones, está en su principio de realidad, vive en sus costumbres. Cuando se violaban los derechos humanos se decía “por algo será”, “algo habrán hecho”, y así era, la gente algo hacía, algo que a la larga sería importante.

Fue la voluntad de una muchedumbre (1988) la que abrió los caminos de una alegría que fue un truco gestual, sin un alma popular verdadera; la fuerza procedimental de la llamada transición termina por modelar un asomo pálido, con dispositivos tutelares, acumuladores y abiertamente represivos.

El Estado es instrumento de poder, puede cambiar el estilo del administrador pero la salida será adormecedora. Puede haber un gatopardismo travestista, hasta camaleónico, pero hay una grasa que no se puede sacar, su carácter legal, reservado, sacrosanto, su rol en la apropiación de la renta nacional.

Los medianos chilenos que día a día viven en la jungla construida del marketing, de lo privado por esencia, donde la propiedad y sus derechos son tema preponderante. El individuo como la consecución de una identidad potente que transforma al “chileno medio” en personaje de marcas, de productos y servicios, donde el hombre común hace gala de una identidad semióticamente construida. Sublimada en una imagen de estereotipos diversos que deambulan en un sentido del ser chileno con el espíritu de la selección de fútbol o en el rescate de los 33 mineros. Una nación que justamente reifica los símbolos patrios en un contexto de mercado.

Existe una inmoralidad en su ideología, una falta de humanismo, sobre todo cuando se transgreden los derechos de compatriotas. Quizás un miedo aún más fuerte, es un miedo inconsciente, microfísico, que se incrusta en la entraña, y al final es una ideología. Porque la noción de enemigo interno supone colaboradores activos y lo más importante es la inmensa masa crítica de pasivos.

Se transforma en un discurso social desde donde defender un sistema profundamente excluyente, y tiene algo demoledor, porque es pueblo policía (Ranciere, 2006), una ideología de un orden autoritario omnipresente, que está en la raíz, que duele.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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