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Correa, Peñailillo y los contornos del poder Opinión

Correa, Peñailillo y los contornos del poder

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Una cohorte cuyos miembros no estudiaron precisamente en universidades de prestigio, ni descollaron por su aplicación como alumnos o dirigentes. Hasta donde sabemos a ninguno de ellos se les conoce un paper, ni una sola idea original por la cual se hubiesen hecho conocidos. La verdad es que tampoco sufrieron mucho por la falta de currículo profesional y político. Por el contrario, a partir de la transición, y a diferencia de los 60, 70 y 80, eran otras las características por las cuales se ascendía en política.


Hace unos cuatro años –2011 más precisamente– el diputado por Rancagua Juan Luis Castro, haciendo gala de su instinto depredador, había roto la ecología política local al fichar a un concejal PPD por el PS. El hecho generó la molestia del senador socialista por la región, Juan Pablo Letelier, quien habló a través del entonces presidente del PPD, Leandro Sánchez, que cuestionó el papel del ex presidente del Colegio Médico en la política rancagüina.

Castro, furibundo, llamó entonces a Enrique Correa, progenitor político del presidente del PPD local, para pedirle explicaciones. El ex ministro, con la amabilidad que lo caracteriza con alguien que ejerce algún grado de poder, le respondió indirectamente: “Yo tuve tres secretarios privados cuando fui ministro: Marcelo Díaz [actual vocero de Gobierno y entonces diputado], Marco Antonio Núñez [actual presidente de la Cámara y parlamentario en ese año] y Leandro; por alguna razón, los dos primeros son parlamentarios, en tanto el tercero no es nadie”, habría sido la respuesta del ex vocero del Gobierno de Aylwin.

Foucaultismo

El Mercurio la semana pasada daba cuenta de una reunión entre Correa, Gabriel Zaliasnik –abogado de la UDI en el Caso Spiniak– y el ex ministro Rodrigo Peñailillo. La señal era clara a La Moneda, que estaba en máxima tensión con su ex hombre fuerte: él sería la aduana para entablar esa conversación y, si bien Correa no había desempeñado papel alguno en la designación del nuevo gabinete, lo cierto es que un hombre que vive apostando permanentemente y en grande, tiene altas posibilidades de que el premio mayor le llegue por alguna parte. Y ello ocurrió el lunes 11 de mayo. Los nuevos inquilinos de Palacio se sumaban a la larga lista, accidental o no, de miembros del Ejecutivo y del oficialismo que tenían su origen en el ex vocero de Aylwin.

Inmediatamente después que se dio a conocer el nuevo gabinete surgió la polémica por el rol del actual ministro de la Segpres y ex diputado PPD, Jorge Insunza, por su trabajo anterior como gerente en Imaginaccion, la empresa de Enrique Correa que presta asesorías a Soquimich (SQM). Si bien la prensa se concentró en el ex miembro de la Comisión Política de la JS y funcionario de la empresa de Francisco Javier Cuadra en los 90, lo cierto es que no era la única pieza del nuevo elenco gubernamental, ni del oficialismo, vinculada a Correa. Lo era también Marcelo Díaz, la Fundación Salvador Allende que dirige la senadora socialista y actual presidenta del PS, y Marco Antonio Núñez, quien desde marzo pasado es el nuevo presidente de la Cámara Baja. Por lo demás, la designación del nuevo gabinete ministerial coincidía en el tiempo con el intento de una parte del oficialismo de buscarle una salida política acordada al escándalo de SQM, en que aparecen directamente involucrados Rodrigo Peñailillo y Giorgio Martelli, dos reconocidos bacheletistas.

Quizá no hay personaje político que pueda representar mejor los vaivenes –también las volteretas y los saltos al vacío, siempre en pos del poder– de nuestros últimos treinta años, que el ex ministro de Gobierno de Aylwin. Y es que el ex seminarista es un hombre de poder desde que ingresó a la política en la convulsionada década de 1960, siendo presidente de la JDC, fundador del MAPU, asesor del Gobierno de Allende, exiliado en Moscú desde donde apoyó la invasión rusa de Afganistán, el mismo que luego, al constatar la imposibilidad de la derrota política de Pinochet, viró hacia la renovación. Fue coordinador del NO, impulsó la candidatura de Aylwin en el PS desde la primera hora y, como ministro, recibió los elogios del propio Pinochet por su rol conciliador: “Si lo hubiese conocido antes, lo habría nombrado ministro”, dijo sobre él el dictador. En ese rol preparó su futuro como asesor estratégico en comunicación –lobby se llamaría más tarde–, a la vez que influyó en la formación de la generación de recambio de la Concertación, tal como con Díaz, Núñez y muchos otros.

Su empresa presta asesorías a la empresa de Ponce Lerou, donde antes había sido gerente el socialista Osvaldo Puccio. El ex embajador en España integró el directorio de la Sociedad de Inversiones Pampa Calichera S.A. desde el 31 de julio de 2012 hasta el 19 de agosto de 2013. Puccio es el mismo personaje que el periodista Manuel Salazar vio en abril ingresar a La Moneda a eso de las 16:00 horas y salir después de las 21:00, cuando el Ejecutivo diseñaba estrategias para mitigar las esquirlas del caso sobre protagonistas del Gobierno. Lo raro es que Puccio no ocupa ningún cargo en la actual administración. Correa y Puccio, a su vez, comparten asiento en el directorio de la Fundación Salvador Allende, dirigida por Isabel Allende, quien desde hace un mes es también la actual Presidenta del PS.

Es Enrique Correa, hombre transversal y punto donde confluyen hoy el nuevo equipo de ministros políticos, el presidente de la Cámara, la actual presidenta del PS, Julio Ponce Lerou y el recién defenestrado ministro del Interior, varios de ellos involucrados en uno de los principales escándalos –el otro es Penta, que afecta a la UDI– de financiamiento ilegal de la política. Correa, como nadie, entiende el poder como una red… y le saca provecho.

Peñailillo, el breve

El 2014 me relataba un viejo cuadro socialista, que leyó el concepto de nueva burguesía fiscal para timbrar a Peñaillillo y sus boys, que tal caracterización le resultaba coherente con lo que había observado en nuestra región, Rancagua, con el nuevo elenco gubernamental. Decía que, apenas asumir sus funciones, varias de sus integrantes ya se proyectaban como alcaldesas o diputadas, alguna incluso como ministra. Me confidenció, además, que ya existía más de una disputa por alguna comuna o distrito.

Y es que dicha generación, encabezada por Harboe y Peñailillo, había llegado a nivel metropolitano a la cúspide, de la mano de Michelle Bachelet y de los parlamentarios brokers en provincias. Asumían ministerios, subsecretarías, intendencias, gobernaciones, jefaturas de servicio, gerencias de empresas públicas (el último es Pablo Velozo, quien inexplicablemente sigue siendo gerente de Recursos Humanos de la ENAP a la vez que secretario general del PS). Como contraste, no pocos viejos cuadros de la Concertación, caídos en desgracia, partieron rumbo a un exilio dorado en alguna embajada, aunque no por ello denigrante.

Quien mejor personificaba ese cambio era el flamante ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo. Desde que en la segunda mitad de los 90, siendo presidente de la federación de estudiantes de la Universidad del Bío Bío, llegó a acuerdo con el Gobierno y quebró el movimiento estudiantil, su carrera fue meteórica: migró a Santiago y comenzó a hacer su práctica en la Corfo, bolsa de trabajo en torno a la cual viven familias metropolitanas completas sobre la base de créditos, proyectos y subsidios que se otorgan discrecionalmente. Allí siempre hay parientes u operadores de presidentes, ministros y parlamentarios y en el pasado fue la caja de donde salió el dinero que permitió que algunos elegidos se hicieran ricos mediante la compra irregular y a precio de chaucha de empresas públicas. De ahí a Chile 21, think tank que sirve de soporte programático a la candidatura de Ricardo Lagos, y luego a trabajar con Francisco Vidal en la Subdere, subsecretaría que pasó de menos de 100 a más de 800 dependientes, convirtiéndose en la gran bolsa de trabajo de operadores políticos. Luego se hizo con la presidencia de la juventud del PPD y cuando el presidente monttvarista renovó sus elencos gubernamentales a fines de 2001, Peñailillo se hizo gobernador de Arauco.

En aquella época no era el hombre reformista de hoy, sino más bien miembro del partido del orden. Sus discutidas actuaciones como operador político y luego como gobernador hacen que sucesivamente Francisco Vidal, Jorge Correa Sutil y Camilo Escalona tengan que salir a defenderlo. Son el propio líder de la Nueva Izquierda y Vidal quienes lo promueven como jefe de campaña de Michelle Bachelet, allá por el año 2005. Como se sabe, en la administración anterior de la Presidenta ocupó el rol de jefe de gabinete, cumpliendo a cabalidad con las características que más encantan a la Mandataria: lealtad absoluta, secretismo, obediencia debida y sin manejo de agenda propia.

Ello le permitió acceder a cuotas de poder que ni siquiera los ministros podían exhibir. Al concluir el primer mandato de Bachelet, se fue a España y a su regreso, en 2012, se transformó en el “articulador” (en versión de Marcelo Díaz) de la precampaña de la encargada de ONU Mujeres. Es en diciembre-enero que se le ve siempre, en las reuniones que preparan el regreso de Bachelet, acompañado por otro caído en desgracia hoy: Giorgio Martelli. Entonces es cuando en privado sostiene, ante quienes dudan de los aires renovadores de la ex Presidenta, que “ella no quiere nada con Camilo Escalona y que no se han hablado en casi tres años”. También, entre sus amigos y referentes generacionales, repite la frase que tanto encantó a la candidata: “Hay que jubilar a los viejos líderes concertacionistas”.

Como todo el mundo sabe su proximidad con la aspirante a La Moneda, se transforma en un referente y en torno a él se van nucleando sucesivamente Arenas, Jorratt, Elizalde, Barnechea, la supuesta generación de recambio o sub-40. Cuando se empiezan a filtrar rumores sobre sus eventuales ministros, alguien difunde que Peñailillo no quiere ir a Interior y que preferiría un cargo de más bajo perfil, con menos exposición y fusibilidad. El día en que se estrena el primer gabinete se lo observa nervioso y muy intranquilo. En sus primeras decisiones –nombramiento de subsecretarios– se complica y los errores hacen que varias subsecretarías sufran cambios aun antes de asumir. Incluso así, el 2014 fue su año: se transformó rápidamente en el político más poderoso del oficialismo, después de la Presidenta.

Entonces hizo lo que más sabe hacer: instaló a amigos en gabinetes, subsecretarías, intendencias, gobernaciones y ni la Agencia de Calidad pudo escapársele. “Los Pistoleros” –como fueron conocidos originalmente en el PPD– constituyeron desde allí cofradías desde las cuales tendieron redes, formaron empresas (en especial de asesorías y gestión de servicios subsidiados), varias de papel, y buscaron acercamientos con el mundo empresarial tradicional, especialmente el que depende de actividades con fuerte regulación pública. Y fue precisamente allí donde los alcanzó la trituradora: en SQM. La opinión pública se enteró que él, y su equipo, más otros ministros y asesores habían dado las mismas boletas falsas que, hasta entonces, se suponía eran una especialidad solo patentada por el gremialismo, en un modelo de recaudación bastante parecido al del Opus Dei: el recaudador, en este caso Jovino Novoa, era un supernumerario de la organización.

De Penta pasamos a Caval y luego a SQM. Cuando nos enteramos de que Martelli aparecía en las boletas de SQM, todos quienes los vimos en el verano de 2013 supimos inmediatamente que el escándalo llegaría directo a La Moneda y alcanzaría al ministro primero.

Mientras tuvo poder fue adulado por moros y cristianos. Es más, mientras permaneció en Interior no fueron pocos los que incluso lo elevaron a la condición de estadista. Pero no lo era. Tampoco lo es el nuevo gabinete, aunque es más fácil adjetivar su conservadurismo. Él, junto a otros muchachos de esa generación –hay que recordar que su mentor, Sergio Bitar, ya a comienzos de la década pasada y a partir del caso Chiledeportes, que involucró a Harold Correa, tuvo que soportar la dura pregunta de Raquel Correa sobre si “el PPD no era el Partido Para Delincuentes”–, fueron desde muy temprano depositarios de malas prácticas que, celebradas ayer, hoy tienen a la política hecha añicos.

Una cohorte cuyos miembros no estudiaron precisamente en universidades de prestigio, ni descollaron por su aplicación como alumnos o dirigentes. Hasta donde sabemos a ninguno de ellos se les conoce un paper, ni una sola idea original por la cual se hubiesen hecho conocidos. La verdad es que tampoco sufrieron mucho por la falta de currículo profesional y político. Por el contrario, a partir de la transición, y a diferencia de los 60, 70 y 80, eran otras las características por las cuales se ascendía en política.

Tempranamente aprendieron de los Bitar, los Escalona, los Insulza, los Martínez, Letelier y cuanto hubiese, que si no se contaba con recursos económicos de origen, para ser poderoso tampoco había que ser meritocrático, bastaba con empezar llevando el maletín, ingresar luego a algún cargo y desde ahí desviar fondos públicos a campañas –en eso precisamente pillaron a sus amigos durante el Gobierno de Lagos– o ser ‘palo blanco’, para después acceder a puestos de mayor nivel en el fisco y, desde allí, al Parlamento o a un ministerio. Fue cuando accedieron a cargos de relevancia en el Estado que algunos se inventaron títulos de dirigentes que nunca tuvieron. Y como el resultado de todo ello era bueno desde la perspectiva del ascenso personal, adoptaron y luego hicieron propias lógicas miserables aprendidas de malos maestros, en una coalición que reemplazó su sello transformador original por el de la repartija de cargos, síntoma principal que reflejaba el inicio de la podredumbre.

Ese fenómeno fue percibido por la ciudadanía y allá por el año 1997 la Concertación, en la medida que se entronizaban estas prácticas, perdía 800 mil votos que no volvieron jamás a las urnas. Peñailillo y su grupete –los Martelli, Jorratt, los Correa, los Arenas, etc.– y contra el discurso oficial de autoalabanza–, hasta hace poco seguían diciendo que “habían sido la coalición más exitosa de la historia de Chile” –jamás representaron el aire renovador de la política, por el contrario, cuando fueron sorprendidos y pillados, fue realizando las más antiguas prácticas que corrompen y degradan a la actividad pública–.

Ese será su legado y el de sus mentores a nuestra historia política. Ellos fueron más bien la continuidad de un modelo político portaliano que, pensado en dictadura –el orden constitucional al servicio del negocio–, se aplicó con éxito en democracia hasta que el hedor acumulado ha hecho insoportable su mantención.

Se ha rumoreado y escrito bastante sobre el distanciamiento feroz entre la Presidenta y Peñailillo. Y mientras la G-90 amenaza con las penas del infierno a La Moneda si Palacio continúa con la crucifixión de su ex líder en la plaza pública, lo cierto es que la ruptura con el poder no es precisamente la principal característica de ese equipo. Por el contrario, Peñailillo y los suyos son hombres y mujeres de acomodo, de transar para mantener cuotas de poder, en particular cuando el ex ministro ya tiene un nombre ganado en la política local. Pese a su apodo original, los pistoleros, poco tienen de confrontacionales, menos de apostar todo o nada. La ruleta rusa no es lo suyo.

Así como se cuenta que el ex ministro ni siquiera le ha respondido a Vidal, se comenta que Peñailillo, incluso a través de un tercero, intentó comunicarse con el dueño de El Mercurio, pero no pudo. Y es que esta generación no construyó redes en el sentido tradicional del término, sino solamente en los bordes y límites del Estado como lo entendían Lenin, Stalin y Mussolini. Eso los llevó a edificar una precampaña con fondos privados y no con los partidos políticos como soporte, con lo cual ellos y la Presidenta, quien visó aquel diseño, no hubiesen tenido las dificultades que enfrentan hoy. Entonces, cuando cayeron en desgracia, no hubo a quién recurrir. La propia Bachelet, como ayer lo hizo Pedro, los ha negado más de tres veces y por ello es que deambulan por terceros actores pidiendo contactos y redes (incluso algún abogado) que los pueda defender.

Allí se aparece, entonces, Enrique Correa. Es la lección de Correa a los fascistas del poder: estos no entienden que este es una red, y que no se posee. Correa, siguiendo a Foucault, se percató rápidamente de que, para ser importante, solo se trata de estar en el punto de la red donde convergen los diversos impulsos y a eso ha apostado permanentemente. Eso quiso decir en su foto en El Mercurio junto a Peñailillo y Zaliasnik. Nadie se acuerda de ministros ni subsecretarios, incluso se nos olvida ya algún ex Presidente. Pero nunca nadie se olvida de Enrique Correa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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