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Violencia y educación: ¿Armas del poder?

Ely Orrego
Por : Ely Orrego Politóloga. Coordinadora del Movimiento de Estudiantes Cristianos (MEC Chile) en Santiago
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En 1970 la teórica política Hannah Arendt escribía sus reflexiones sobre la violencia. Basándose en las manifestaciones estudiantiles de fines de los 60′ y en los movimientos sociales que asediaron la década, sostenía la importancia de estudiar la violencia en su sentido elemental. El entendimiento de la violencia en tanto instrumento, ha sido una forma de ejercicio de poder, afirmaba.  Sin embargo, poder político y violencia son conceptos que debieran ser cuidadosamente separados en su comprensión.

Hoy, y ante los recientes acontecimientos de violencia que ha enfrentado el país, nuevamente está en el centro lo que significa la violencia. Una violencia que se palpa en las calles, que se expresa en las fuerzas policiales durante las manifestaciones, por ciudadanos defendiendo las llamadas «detenciones ciudadanas» buscando la justicia en manos propias, por mujeres siendo acosadas en las calles por su forma de vestir, por trabajadores luchando por acceder a condiciones laborales dignas, por estudiantes que no pueden acceder a una educación digna y justa. Violencia que no solo debe entenderse físicamente, sino que simbólicamente.

[cita] La violencia, en tanto opuesta comprensión de lo que es lo político y su función, hoy tiene su cuestionamiento. Y lo seguirá teniendo el día de mañana: cuando acudamos a manifestarnos, cuando viajemos en transporte público o cuando no podamos entrar a una institución de educación superior porque mi condición socioeconómica y educacional me lo impida.[/cita]

Violencia que, en ocasiones, ha sido defendida por quienes aseguran que es una revelación de la naturaleza humana pesimista y agresiva; o como una demostración del ejercicio de poder –legítimo– por parte del Estado. No obstante, la violencia es la radical manifestación que se opone a la política entendida como aquella actividad donde convergen las voces plurales en el espacio público por medio de la acción. De este modo, la denuncia que hoy los estudiantes y la ciudadanía declaran es una de carácter político. El movimiento, junto con la ciudadanía, se están politizando en aras de diferenciarse de la violencia sistemática que ha marcado las últimas semanas y manifestaciones públicas. A través del discurso público, las pancartas, las expresiones artísticas, los homenajes y los cantos, se disputa el espacio de la política. Y debe seguir resguardándose ese espacio. Es por ello que los recientes hechos de violencia –tanto desde los individuos aislados que causan disturbios al finalizar las marchas, así como las fuerzas policiales del Estado–, buscan centrar la atención en ello más que en la práctica de la política. Del mismo modo que las fotografías que circulan en medios sociales que buscan enfrentar ambas realidades : violación de derechos humanos hacia y desde las fuerzas policiales.

No obstante, tanto el Gobierno como el movimiento estudiantil debieran profundizar y destacar su rol político en el contexto actual. Apuntar en el meollo del asunto: la crisis de la educación y su importancia de hacer cambios. Esto es, cambiar el enfoque de una concentración del capital de fuerza física a una donde prime el capital cultural, como diría el sociólogo francés Pierre Bourdieu. Este capital cultural está basado en los conocimientos y habilidades que son adquiridos por los niños y estudiantes durante la escuela, familia y vida diaria. Sin embargo, para que este capital cultural se desarrolle en la sociedad es necesario que las diferencias en educación y cómo se adquiere el conocimiento, reduzca su profunda brecha. Por ello, es que el movimiento estudiantil debe retomar y profundizar una de sus consignas: el discurso de una educación igualitaria, así como de calidad. Por su parte, el gobierno debiera abrirse al diálogo con los diferentes actores sociales que hoy critican la reforma educacional, así como implementar y gestionar a nivel nacional el anuncio de educación cívica en los colegios o una educación en derechos humanos que hoy es casi inexistente. A pesar de lo anterior, no debe remitirse únicamente a la educación formal, sino que también a la informal, incluyendo a la sociedad civil y agrupaciones ciudadanas, juntas de vecinos, sindicatos, entre otros. De este modo, la educación entendida en sentido transversal comenzará a ser una respuesta a la violencia, tanto física como simbólica, que en la actualidad ha trascendido a todos los espacios públicos. Por medio de la educación es que entendemos a relacionarnos con los otros, respetando su pluralidad y actuando en libertad.

La ciudadanía está expresando su rabia por un sistema injusto; donde los políticos y el Gobierno están deslegitimados por un conflicto de elites; donde el día de mañana se desconoce si los habitantes de un barrio periférico vivirán tranquilamente, sin la incertidumbre de que una bala culmine con la vida de uno mismo; donde el movimiento estudiantil seguirá movilizándose por un mejor sistema educacional; donde los ciudadanos chilenos seguiremos esperando una nueva constitución que refleje el Chile actual. Por ello, se requiere una articulación común de los movimientos ciudadanos que hoy convergen en motivaciones por el cambio del sistema político, y junto con ello, un cambio de perspectiva. Es lo que ocurrió en España y hoy nos sorprende en términos de política participativa. En medio de una crisis institucional y económica, así como de crítica a los bancos y corrupción política, los indignados comienzan a articularse como movimiento político que recientemente ha logrado varios escaños y cargos en el Parlamento Europeo (mayo 2014) y municipales (mayo 2015). Con la consigna de la no violencia, así como participación horizontal expresada en asambleas, manifestaciones y colectivos, se abre la esperanza en una política inclusiva y que es expresión del poder del pueblo.

La violencia, en tanto opuesta comprensión de lo que es lo político y su función, hoy tiene su cuestionamiento. Y lo seguirá teniendo el día de mañana: cuando acudamos a manifestarnos, cuando viajemos en transporte público o cuando no podamos entrar a una institución de educación superior porque mi condición socioeconómica y educacional me lo impida. Pero la esperanza surge cuando en esa misma manifestación nos encontramos con miles de personas, de todas las edades y condiciones sociales, uniéndose en una caminata llena de encuentros con conocidos y desconocidos, con cantos y expresiones artísticas; cuando en el transporte público veo a quien cede su asiento al anciano o mujer embarazada; o cuando el estudiante desaventajado entra a la universidad porque tuvo opciones de una educación de calidad.

La violencia seguirá manifestándose de múltiples formas. O como algunos estudiantes en un curso me indicaron: la violencia seguirá usándose para llamar la atención y atemorizar. Que no sea esa la forma de llamar la atención, sino que nuestros actos, los que son manifestación de un encuentro con la diversidad, pluralidad y libertad. Un encuentro con lo que es la política, como diría Arendt.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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