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La dignidad y el interés nacional de Chile EDITORIAL

La dignidad y el interés nacional de Chile

De su punto de vista se desprende que Francisco Starace parece estar más cerca de la “Tangentópolis”, y la crisis de financiamiento ilegal de la política que sacudió a Italia hace un par de décadas, que de una visión ética de los negocios.


En medio de la crisis de financiamiento ilegal de la política es imposible no preguntarse acerca de cómo quedan, con los hechos acaecidos, la imagen y la dignidad del país. La dignidad –valor intangible esencial de la reputación y componente estructural de su identidad soberana– ha sido duramente golpeada; e inexplicablemente, su defensa, omitida por todas las autoridades.

En su definición más general, “la dignidad implica la cualidad de hacerse valer como persona, comportándose con responsabilidad, seriedad y respeto hacia sí mismo y hacia los demás, sin permitir que lo humillen o degraden”. Tal definición es perfectamente aplicable a una persona jurídica de fuerte contenido moral como es el Estado. Ese es también el alcance contenido en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 que, hablando de la dignidad intrínseca de todas las personas, afirma en su artículo 1º que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos».

De una manera absolutamente desconsiderada –y ante la pasividad de autoridades, líderes políticos y empresarios–, Francesco Starace, CEO de Enel, empresa italiana dueña de Enersis y que está en el centro de la polémica por financiamiento ilegal de la política, declaró a la agencia de noticias Bloomberg que los montos involucrados son muy pequeños y que el hecho es una práctica generalizada en Chile. Lo ocurrido –dijo– “no es realmente un escándalo político”, y agregó que todo «es un poco de una historia de impuestos aburrida que se está bombeando un montón.»

El punto no es solo el contenido de sus declaraciones sino el contexto en que las hace. Las emite en medio de una entrevista en que informa de una profunda reestructuración de las filiales de Enel en el mundo, con un ambicioso plan de innovación de gestión que retorne las ganancias y la confianza de los inversionistas en la empresa. Es decir, califica de aburrido un tema que lesiona a instituciones democráticas y en el que su empresa es protagonista, dando luces sobre la escala de valores empresariales que aplica.

Las expresiones de Francesco Starace resultan displicentes y francamente ofensivas a la dignidad del país, y reflejan una mentalidad alejada de una práctica empresarial ética y respetuosa de la legalidad. Para el señor Starace el esfuerzo en que se encuentra empeñado el país –que implica incluso que el gobierno corporativo de su empresa pueda ser citado en masa a declarar ante la Justicia– es un tema “aburrido” y solo un problema de impuestos.

Ingeniero nuclear y ciclista, amante de la poesía como él mismo declara, y exitoso renovador de empresas, no requeriría haber leído Ética para la empresa, de Fernando Savater, para identificar cuándo está al filo de la ofensa y de la ilegalidad en un país donde su empresa es inversionista. La sola práctica exitosa de su participación en gobiernos corporativos debiera darle luz de que virtudes como la capacidad de identificar el interés común, la prudencia, la responsabilidad, la eficacia, la confianza y la capacidad de establecer niveles de moralidad socialmente aceptables, son esenciales para el buen desempeño de la función social de satisfacer necesidades humanas, de cualquier empresa moderna.

[cita] Las expresiones de Francesco Starace resultan displicentes y francamente ofensivas a la dignidad del país, y reflejan una mentalidad alejada de una práctica empresarial ética y respetuosa de la legalidad. Para el señor Starace el esfuerzo en que se encuentra empeñado el país –que implica incluso que el gobierno corporativo de su empresa pueda ser citado en masa a declarar ante la Justicia– es un tema “aburrido” y solo un problema de impuestos.[/cita]

De su punto de vista se desprende que Francisco Starace parece estar más cerca de la “Tangentópolis”, y la crisis de financiamiento ilegal de la política que sacudió a Italia hace un par de décadas, que de una visión ética de los negocios.

Tal vez por ello no puede percibir lo impresentable que resulta que una empresa extranjera y regulada como la suya aparezca cogobernando la recolección de fondos de campaña para un candidato presidencial, y contribuya de manera discriminatoria a sostener a políticos con procedimientos de dudosa legalidad. Detrás de ello solo parece estar el obvio objetivo de acceder a posiciones de privilegio en decisiones gubernamentales que los pudieran afectar.

Enel y Starace se desentienden de la reputación e imagen de legalidad de nuestro país, afectando con ello nuestro Interés Nacional. Para mejorar su propia postura en los mercados exteriores y ante sus accionistas y eventuales inversionistas, realizan una cuidadosa operación de imagen propia que, entre otras cosas, lleva a la renuncia de Jorge Rosenblut, quien se va “agradeciendo a la vida” la oportunidad de haber trabajado con tan buenos empleadores.

Pero nadie se hace cargo del daño de imagen que tiene el país. Menos, del daño a su dignidad y la de sus ciudadanos, al calificar sus esfuerzos por transparentar y punir la corrupción como un “tema aburrido” y “bombeado de más” por razones oportunistas.

Es un hecho que tanto los empresarios chilenos investigados por actividades corruptivas y que, dado su tamaño, transan valores internacionalmente, como los gigantes Enersis/Enel, le han dado un duro golpe a la reputación del país, dañando un intangible fundamental de su imagen internacional. Francesco Starace se solaza en dañar, además, la dignidad y nos humilla con un cuento de aburrimiento, bombo político y valores monetarios insignificantes.

Peor aún, las autoridades se omiten silenciosas y actúan como si no ocurriera nada. Tal vez porque es el principal inversionista extranjero, tal vez porque la dignidad va después de la economía, tal vez porque le deben mucho, como dice Jorge Rosenblut en su carta de despedida, tal vez porque la reestructuración de Starace –que tiene en Chile un pie derecho– augura éxito y buenas inversiones, tal vez por muchas cosas más.

Lamentable sería que, a medida que somos una plaza cada vez más preciada para los inversionistas extranjeros, seamos también más débiles en reputación y dignidad, bienes muy a merced del mercado y la política venal, lo que inevitablemente lesiona el Interés Nacional de Chile.

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