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Bergoglio, el Papa y la Crucifixión de Cristo en la Hoz y el Martillo

César Ross
Por : César Ross Instituto de Estudios Avanzados Universidad de Santiago
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Ni Bolivia ni Chile son Estados confesionales, la buena voluntad del Papa siempre es bienvenida, pero eso tiene un límite muy claro, no provocar con su intervención un daño mayor en la relación que pretende mejorar.

Bergoglio puede adherir a Bolivia como lo hace con el equipo de fútbol de San Lorenzo. Está en su legítimo derecho, pero el Papa, Jefe de Estado, no debe hacerlo y, si accede a ello, como ha hecho, no puede alegar inocencia por las consecuencias de sus actos.

El regalo de Evo Morales al Papa Francisco, consistente en un cristo crucificado en una hoz y un martillo es una magnifica metáfora de la situación que se vive cuando se intenta desarrollar relaciones con gobiernos que juegan al límite del riesgo político y al uso y abuso de los medios de comunicación.

[cita] La diplomacia vaticana nunca debió programar una visita en medio de un impasse como el que viven Bolivia y Chile. O visitaba ambos países en la misma gira o no visitaba ninguno. Al optar por uno, ha tomado partido y ha decidido con su gesto distanciarse del otro.[/cita]

La instrumentalización de los conceptos, de las instituciones y de los símbolos es frecuente en política, pero tiene límites morales y convencionales. La imprudencia se paga cara, sobre todo en el campo internacional donde muchas veces no hay espacio para explicaciones y segundas opciones.

El Papa ha hecho gestos al Gobierno boliviano, llevando las cosas a una tensión indebida e innecesaria. El Papa es un Jefe de Estado en un sistema internacional donde las intervenciones de estas autoridades en asuntos de otros Estados es inaceptable, aún más en un mundo donde los católicos no son mayoría y en una época en que la Iglesia Católica ha sido fuertemente cuestionada por escándalos que ponen en cuestión la moral de sus sacerdotes y la probidad en el uso de sus recursos (pedofilia por doquier y casos de corrupción como el del Banco Ambrosiano). Es legítimo preguntarse por la autoridad moral de esta Iglesia para dictar normas de buenas relaciones, especialmente cuando revela una y otra vez que ni siquiera tiene capacidad para gobernar a los suyos.

El Vaticano ha hecho un mal cálculo y mucho me temo que ha comenzado a padecer el síndrome de Trilby, agitando una varita que no domina y que se le devuelve en forma de cristo crucificado en una hoz y un martillo.

Cuando un país ha concurrido al tribunal internacional que la ONU se ha dado para ver los asuntos de los Estados integrantes, es altamente improcedente que un tercer Estado (Vaticano), intente intervenir rompiendo las formas y reglas que nos hemos legitimado para zanjar nuestras diferencias.

El Vaticano no es un hegemón bajo el cual nos situemos el resto de los países; no es la autoridad moral indiscutida que nos guíe, máxime para países laicos como los nuestros; no es un ejemplo de virtud a seguir, precisamente por carecer de una historia limpia de crímenes (baste recordar las Cruzadas) y por haber protegido a criminales.

El Papa, debe reconocer que su intervención es un gran error y que con ella abre la puerta a muchos potenciales conflictos en las relaciones vecinales de su propio continente, que también pueden afectar a su propio país. ¿Estará dispuesto el Papa a apoyar a Bolivia en una eventual causa por recuperar territorio perdido a manos de Argentina, Brasil, Paraguay y Perú?, ¿estará dispuesto el Papa a apoyar a Chile, Bolivia y Paraguay en eventuales futuras causas por recuperar territorios perdidos en litigios entre estos países y Argentina? ¿Querrá el Papa agitar la varita de Trilby en todos los casos o se trata de solidaridad selectiva?

La diplomacia vaticana nunca debió programar una visita en medio de un impasse como el que viven Bolivia y Chile. O visitaba ambos países en la misma gira o no visitaba ninguno. Al optar por uno, ha tomado partido y ha decidido con su gesto distanciarse del otro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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