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Revolución Democrática

Rodolfo Fortunatti
Por : Rodolfo Fortunatti Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Autor del libro "La Democracia Cristiana y el Crepúsculo del Chile Popular".
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«El movimiento no ha necesitado imitar a José Antonio Primo de Rivera, como Pablo Iglesias y Podemos en España, para perfilarse sobre el tradicionalismo de derechas e izquierdas. Diríase que le ha bastado el caldo de corrupción que exhiben los negocios y la abdicación de las izquierdas a sus promesas de reforma».


Revolución Democrática ha anunciado su constitución como partido político. El movimiento nacido de las persistentes y convocantes luchas sociales del 2011, no hace sino seguir el curso natural de las sociedades en cambio, que es —como en los años 60 observó Carlos Huneeus— el de generar nuevas elites dirigentes a partir de los procesos de reforma universitaria. Así habría de confirmarlo el nacimiento del MIR, del Mapu y, más tarde, de la UDI.

Porque, si bien el de Magallanes por el alza del gas fue el primer grito fuerte de protesta social que escuchó el gobierno de Piñera tras el exultante rescate de los 33 mineros, y sobre el fondo de la tragedia de la cárcel de San Miguel, es la demanda universitaria la que viene a fijar el punto de inflexión. Es entonces cuando las manifestaciones públicas se masifican y sus principales dirigencias empiezan a ser reconocidas como los liderazgos emergentes de un nuevo tiempo político.

Sus detractores los asocian, cuando no con el chavismo, con los indignados y con la violencia de los encapuchados. Los señalan como la expresión inmanejable de una fuerza contracultural, anti-sistémica y anti-partidos. Como los adversarios de la democracia representativa hecha a la medida de lo posible. Para los autocomplacientes, en una palabra, son la calle.

Pero es precisamente ese giro aún imperceptible de nuestra historia política y social lo que pone de relieve Revolución Democrática. La juventud de sus seguidores, la pureza de sus testimonios, su aplomo frente al porvenir y, sobre todo, la limpieza moral de sus trayectorias, capaces de evocarnos el amanecer de todo gran paradigma, acaso sea el mayor contraste con una modernidad que agoniza.

Y es que el movimiento no ha necesitado imitar a José Antonio Primo de Rivera, como Pablo Iglesias y Podemos en España, para perfilarse sobre el tradicionalismo de derechas e izquierdas. Diríase que le ha bastado el caldo de corrupción que exhiben los negocios y la abdicación de las izquierdas a sus promesas de reforma.

Revolución Democrática ha escogido una buena estación para convertirse en partido. Así las cosas, para la primavera de 2016 habrá cosechado con seguridad los mejores frutos de la temporada.

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