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Autoflagelantes versus autocomplacientes: el debate que se toma a la derecha Opinión

Autoflagelantes versus autocomplacientes: el debate que se toma a la derecha

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Los autoflagelantes creen que no tiene mucho sentido volver a gobernar si no se cuenta con un relato más o menos sofisticado, de esos que tienen sentido histórico, hilo ideológico conductor y reconocimiento a ciertas tradiciones intelectuales. Los autocomplacientes están más preocupados de volver a gobernar porque parten de la base de que siempre lo harán mejor que los otros.


El seminario organizado por el senador Andrés Allamand y el diputado Jaime Bellolio –cuyo objetivo declarado era “repensar la derecha”– fue el escenario que delató la colisión de frecuencias –diálogo de sordos, dijeron algunos– entre los jóvenes intelectuales y los políticos profesionales del sector.

Primero tomaron la palabra los académicos Hugo Herrera (Universidad Diego Portales), José Francisco García (Libertad y Desarrollo), Daniel Mansuy (Universidad de Los Andes) y Pablo Ortúzar (Instituto de Estudios de la Sociedad), un cuarteto que según reportes mercuriales representa lo más lúcido de la crítica interna en el seno de la derecha chilena. No es un título desmedido. Son de la casa, pero no vacilan en denunciar el conformismo cognitivo, la pobreza estratégica, la faramalla irreflexiva y la vacuidad conceptual de los líderes y las estructuras de la Alianza. Una rareza esto de tener tanto “investigador de las humanidades” en el planeta de los economistas, administradores y técnicos en políticas públicas.

Aquella mañana reiteraron el pesimista diagnóstico que han esbozado en libros, artículos y columnas de opinión: hay una enormidad de trabajo pendiente si se trata de actualizar, complejizar y densificar la narrativa ideológica que la derecha ofrecerá a la ciudadanía en el futuro. No solo eso: agregaron que en los últimos 25 años los partidos de derecha se habían dedicado a sacar provecho de las ventajas institucionales heredadas de la dictadura para bloquear las transformaciones promovidas por la izquierda, sin hacer el esfuerzo de generar contenidos innovadores propios.

[cita]Si la desaceleración económica se instala como eje semántico en el debate nacional –junto a la agenda de seguridad ciudadana– la derecha podría esperar sentadita que las encuestas pongan a uno de los suyos en la cima. Lo más probable es que sea Piñera. Sería la peor noticia para los autoflagelantes: en la lógica del ex Presidente no hay cuña, eslogan o conjunto de tres adjetivos que no pueda reemplazar a un trabajo teórico-político reposado. En su estructura mental, ideología es una mala palabra, todo se resuelve invocando la reactivación de la economía, y la libertad es un vocablo talismán intercambiable.[/cita]

Luego intervinieron los políticos de fuste, los viejos cracks, los profesionales: Alberto Espina, Patricio Melero, Juan Antonio Coloma y el mismísimo Sebastián Piñera, que se robó la película y copó las notas del día siguiente con sus críticas al Gobierno de Michelle Bachelet. Entre todos ellos reforzaron un mantra conocido en el sector: no es que nuestras ideas sean malas o impopulares –mucho menos que no tengamos ideas- sino que tenemos problemas para comunicarlas. En otras palabras, indirectamente rechazaron la osadía de estos jóvenes inquisidores que –debieron pensar para sus adentros– muy inteligentes serán pero nunca han ganado elecciones.

Un nuevo clivaje tiene entonces la derecha criolla: por un lado, los autoflagelantes que creen que seguir repitiendo como loro que se defiende la libertad, la subsidiariedad y la propiedad  privada es insuficiente para fundar un proyecto político serio; por el otro lado, la generación autocomplaciente que creció con la retórica de la Guerra Fría, adquirió pétreo convencimiento de que los mercados libres y el orden público son la llave del desarrollo de los pueblos y están orgullosos de las ideas que sembraron en Chile durante las últimas décadas. Los autoflagelantes creen que no tiene mucho sentido volver a gobernar si no se cuenta con un relato más o menos sofisticado, de esos que tienen sentido histórico, hilo ideológico conductor y reconocimiento a ciertas tradiciones intelectuales. Los autocomplacientes están más preocupados de volver a gobernar porque parten de la base de que siempre lo harán mejor que los otros.

Aunque en lo personal creo que la interpretación de los autoflagelantes es la correcta –la derecha ha sido efectivamente un páramo desértico en materia de reflexión intelectual y sus políticos profesionales nunca le han prestado demasiada atención a este déficit– pienso que los autocomplacientes tienen todas las de ganar. No solo porque en la práctica son los que administran el poder en la derecha sino porque el desmoronamiento de Michelle Bachelet les viene como anillo al dedo: ¿para qué sacrificar tiempo y recursos en disquisiciones filosóficas mortificantes si la (hipotética) debacle de la Nueva Mayoría les puede devolver las llaves de La Moneda? A fin de cuentas, fue la misma exitosa estrategia de irritante pasividad que aplicó la Concertación bajo Piñera: nunca se dio por aludida en la necesidad de acometer cambios profundos en sus partidos, pues la carta de Bachelet bastaba para abrochar el regreso. No importó que fuera una mala oposición y desarrollara escasas ideas propias. Lo que sus cuadros no pensaron en cuatro años sí lo hizo el llamado “movimiento social”. Por eso, llegado el momento, no les quedó más remedio que comprarles el manifiesto y convertirlo en programa.

Si la desaceleración económica se instala como eje semántico en el debate nacional –junto a la agenda de seguridad ciudadana– la derecha podría esperar sentadita que las encuestas pongan a uno de los suyos en la cima. Lo más probable es que sea Piñera. Sería la peor noticia para los autoflagelantes: en la lógica del ex Presidente no hay cuña, eslogan o conjunto de tres adjetivos que no pueda reemplazar a un trabajo teórico-político reposado. En su estructura mental, ideología es una mala palabra, todo se resuelve invocando la reactivación de la economía y la libertad es un vocablo talismán intercambiable. En la UDI, por su parte, no sería extraño asistir a la resurrección del lavinismo. Las primeras señales ya están disponibles.

Hace algunas semanas los diputados José Antonio Kast y Ernesto Silva publicaron una carta fustigando las prioridades políticas del Gobierno y emplazando a retomar las urgencias sociales (una versión actualizada de los problemas reales de gente). Luego vino la memorable cuña del senador y mandamás gremialista Hernán Larraín, quien con admirable soltura de cuerpo señaló que la UDI no era un partido de derecha. Es decir, en lugar de dar la batalla para que las ideas de centroderecha ganen el favor mayoritario, se estima conveniente esconder las chapitas de filiación o procedencia doctrinaria. Mejor no hablar de ciertas cosas. En síntesis, la combinación entre una mala situación económica, la consolidación de Piñera como carta de triunfo y un cosismo revisitado es el peor escenario para que los jóvenes teóricos autoflagelantes sean escuchados en sus pertinentes recomendaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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