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La autoprotección de la casta política Opinión

La autoprotección de la casta política

Ignacio Fernández
Por : Ignacio Fernández Director Departamento Psicología Organizacional, Universidad Adolfo Ibáñez
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No hay interés por el bien común, preocupación por la representación, cercanía con la ciudadanía, interés por el diálogo participativo ni comportamientos transparentes. Con desesperación están dedicados a cuidar la propia parcela de poder y mantener el statu quo. Están dedicados a asegurar la estructura y estantería para seguir sirviéndose a sí mismos, su familia, grupo y aportantes. Están protegiendo su identidad de poder a como dé lugar.


Cualquier grupo para definir su identidad debe diferenciarse de los que están al lado, para que sus fronteras permitan decir claramente que el partido es distinto del vecino. La diferenciación de los grupos es esencial para conservar su vida. Por eso es frecuente que la UDI y RN se peleen, pues su subsistencia se juega en la diferenciación. Igual que la DC con el PPD, el PS con el PPD y los socialistas más de izquierda con el PC.

El conflicto es esencial para los partidos, pues su identidad como grupo se juega en atacar las posturas de los vecinos. Cuando tienen que colaborar tienen problemas significativos. Por ejemplo, la UDI subordinó a RN en el Gobierno de Piñera; o la actual estrategia de la DC para desmarcarse y ganar hegemonía y poder de veto en la Nueva Mayoría para quitar el control del PPD y el PS en el ineficiente e impopular primer año y medio de Gobierno de Bachelet.

Eso no es novedoso. Lo sorprendente es que ahora todos los partidos están unidos por un objetivo superior de sobrevivencia: mantener el poder a como dé lugar. Las fronteras entre los partidos se diluyen y las diferencias pasan a un segundo lugar cuando existen objetivos superiores que los unen, por ejemplo, recuperar la democracia, ganar el poder luego de cuatro gobiernos de la Concertación o lograr crecimiento con equidad.

Normalmente esos objetivos son superiores en términos morales, es decir, trabajar por el bien común, generar un país más justo y equitativo o cualquiera de las frases que profusamente nos regalan los partidos en tiempos de campaña. Lo dramático del momento actual es que ese objetivo que une transversalmente a los políticos es mantener el poder para los propios intereses y el de sus financistas. Un objetivo instrumental, pequeño y de subsistencia.

[cita]Los partidos actuales no están leyendo la profundidad de la crisis de su paradigma de valores pragmáticos y de un estilo de liderazgo tradicional de casta autoprotectora. Así lo han pensado y diseñado. Lo que no ponderan es el despertar progresivo de la ciudadanía, el cambio en los estándares de exigencia moral y de transparencia, la conciencia de ciudadanos cada día más activos en reclamar sus derechos locales y nacionales, y la creciente incubación de un nuevo sistema de valores comunitarios: la colaboración, el diálogo, los acuerdos por objetivos sociales más que individuales, la honestidad y la participación.[/cita]

No hay interés por el bien común, preocupación por la representación, cercanía con la ciudadanía, interés por el diálogo participativo ni comportamientos transparentes. Con desesperación están dedicados a cuidar la propia parcela de poder y mantener el statu quo. Como lúcidamente señaló Alberto Mayol, se ha configurado el partido del orden, ese que se mira el ombligo, es egocéntrico, autorreferente y ya no ronronea palabras como «equidad», “la gente”, la «comunidad» ni menos «vocación de servicio». Están dedicados a asegurar la estructura y estantería para seguir sirviéndose a sí mismos, su familia, grupo y aportantes. Están protegiendo su identidad de poder a como dé lugar.

¿Es esta crisis terminal para los partidos? ¿La brutal distancia con la ciudadanía tendrá costos relevantes para ellos en las próximas elecciones? ¿O es solo un mal momento y la mala memoria de los electores y la poca conciencia cívica hará que estos malos tiempos se olviden en la municipal del 2016?

Hoy no lo sabemos. La creación de los nuevos partidos políticos que vienen (Revolución Democrática, Todos, Izquierda Autónoma, entre otros), más el voto voluntario y la incertidumbre del modo de financiamiento de las campañas, torna muy incierto el ambiente eleccionario.

Si efectivamente la cancha se nivela en términos de financiamiento público y se suprime el financiamiento de empresas privadas, la sorpresa de los partidos actuales puede ser mayúscula. Es sorprendente cómo, a pesar de las muchas señales ciudadanas de hastío, repudio y desconfianza masiva en el modo actual de hacer política, a los partidos les importe nada. Están luchando por no soltar la manija, conservar los privilegios y armar conflictos artificiales para que nadie cambie. La estrategia de la pelea artificial es de las que mejor manejan, pues saben que el conflicto perpetúa el statu quo.

Si con la llegada de los nuevos partidos la ciudadanía vota por una política nueva y caras confiables, y los partidos tradicionales son castigados en las próximas elecciones (fenómeno probable, pues habrá alternativas y la mayoría de las personas está hastiada), la crisis será interesante y profunda para el partido del orden. Estarán obligados a repensarse. No por motivaciones altruistas ni de bien común. Para no perder poder. Es sorprendente cómo la clase política que logró salir de la dictadura con democracia, con una cierta estabilidad y crecimiento (una épica poderosa), se haya convertido en esta grasosa casta de administradores de privilegios, sin épica ni valores superiores observables de ninguna especie (más allá de la retórica de palabras vacías y en las que ya casi nadie cree).

Los partidos actuales no están leyendo la profundidad de la crisis de su paradigma de valores pragmáticos y de un estilo de liderazgo tradicional de casta autoprotectora. Así lo han pensado y diseñado. Lo que no ponderan es el despertar progresivo de la ciudadanía, el cambio en los estándares de exigencia moral y de transparencia, la conciencia de ciudadanos cada día más activos en reclamar sus derechos locales y nacionales, y la creciente incubación de un nuevo sistema de valores comunitarios: la colaboración, el diálogo, los acuerdos por objetivos sociales más que individuales, la honestidad y la participación.

Da la impresión de que cuando se den cuenta, será tarde para sus códigos añejos, habrán perdido poder y el tiempo de transformación para adaptarse a los nuevos tiempos tomará varios años. La autoprotección presente de la casta, que solo aleja e indigna más a la ciudadanía, parece pan para hoy y hambre para mañana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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