Publicidad

Crisis y continuidad en el neoliberalismo chileno

Eddie Arias
Por : Eddie Arias Sociólogo. Academia de Humanismo Cristiano. Doctorando en Procesos Políticos y Sociales.
Ver Más


Crisis y continuidad parece ser la tónica, se cae la estantería de la probidad y la educación, pero el hormigón de mercado se mantiene, el establishment de la política está en el mismo lugar. Es un juego de luces, la crisis provoca pirotecnia, pero el poder mantiene las aguas bajo control, se ajusta el naipe al statu quo.

La maquinaria del poder en la expresión procedimental del Estado termina adormeciendo las energías, procesa las tensiones con la metodología del tiempo, ese tiempo que parece jugar a favor de un realismo neoliberal, y nos quedamos aquí no más, porque nadie propone otra cosa.

Nuestra política dejó de soñar el país, el país hay que soñarlo para encarnar las posibilidades de algo distinto. Ya no queremos un país, solo una voluntad general de mercado y más mercado, sin polis, solo mercado. No hay vocación de país, solo el estrecho margen de una política calculista, una política de pasillos que reduce su margen a un profesionalismo representacional.

Mucha cocina. Un fuego lento cabrón que desintegra lo esencial del sabor de la historia, los cambios, las aperturas de las alamedas. El procesamiento es un dispositivo de una tecnología ideológica muy antigua, de esa forma se apaciguan las revueltas y las cosas se enfrían. Es la ciencia de los viejos cortesanos operadores, esperar su momento.

Los medios de comunicación de espiritual mercado, hacen su enjuague, y en un punto pueden armar una teleserie para temas de probidad y otra de estudiantes revoltosos. En fin, todo se puede, los medios licuan contenido y visualizan los iconos culturales de lo hablado, de tal manera que la imagen es todo y todo se vuelve imagen, por tanto, todo puede ser cristalizado y desaparecer.

[cita] Porque cuando hablamos de delincuencia se nos sale el facho impúdico que llevamos dentro y queremos castigar para higienizar nuestra ciudad, nuestro barrio, nuestra vida, sacar de acá, armar un apartheid. Y esa crisis de seguridad alimenta un fascismo contra nuestros jóvenes, que ya demuestra en la inauguración de las detenciones preventivas y la criminalización de ciertos estereotipos sociales a manos de la policía que siempre plantea una metodología clasista a mansalva y sin asco. Cuál es nuestra igualdad ante la ley, sino la parodia de una balanza cargada. [/cita]

Ser parte de un álbum de fotos de la identidad país de almanaque, ahí se opera el contenido, se extirpa la sospecha de toda política, de toda sensible manifestación de emancipación, es control, es policía, como diría Rancière.  Los medios son una expresión policíaca del poder, hay control de la información y creación de símbolos, relatos que extienden una cultura del consumo, una cultura del mercado, en eso es muy social.

El paso de los días y las semanas, los meses, y las cosas se reacomodan para ir quedando en el mismo lugar. La geometría puede ser analítica, simétrica, se mueve para volver a un mismo sitio, que cambie todo, para que nada cambie, porque al final hay un profundo interés para que nada cambie. Todos ganan, los mismos de siempre, y así un país preciosamente democrático mantiene la Ley Reservada del Cobre como un afluente curioso, particular, una exótica forma nacional de mantener las cosas igual hace tantos años. Muchas caras distintas y eslóganes parecidos para una cristalería muy conservadora.

Y la crisis continúa como un relato periodístico de los niños malos que son estos yuppies de la política mercado, y se dice que se sabía que era así, solo que ahora se sabe con obscenidad, porque a los chilenos no les afecta que hagan pornografía con su dignidad. Hay un síndrome social masoquista, se acepta el relato y se resigna la posibilidad de un cambio, se goza el orden del consumo negando el rol de ciudadano, como una clase de educación cívica a la que siempre llegamos tarde.

La crisis tiene un secreto en sus ojos y así aparecen los relatos de los calabozos perdidos de nuestros derechos humanos doloridos, como la deuda moral siempre pendiente de esta jibarización ineludible de nuestra vida social.

De tal manera que la justicia se vuelve una parodia de la peor característica, es un grosero sarcasmo de nuestras vidas nacionales. En uno de los países más neoliberales del mundo existe la justicia más clasista que se pueda observar, a vista y paciencia de todos la justicia arregla sus alcances con los ricos y poderosos, y actúa como espada de Damocles contra los pobres, los estigmatizados, criminalizados de nuestro país.

Porque cuando hablamos de delincuencia se nos sale el facho impúdico que llevamos dentro y queremos castigar para higienizar nuestra ciudad, nuestro barrio, nuestra vida, sacar de acá, armar un apartheid. Y esa crisis de seguridad alimenta un fascismo contra nuestros jóvenes, que ya demuestra en la inauguración de las detenciones preventivas y la criminalización de ciertos estereotipos sociales a manos de la policía que siempre plantea una metodología clasista a mansalva y sin asco. Cuál es nuestra igualdad ante la ley, sino la parodia de una balanza cargada.

Existen medios que viven de la teleserie criminológica y relatan lo macabro como la decoración de un realismo poblacional, adosado a esta identidad tan incierta de Chile.

Así la crisis se hace crisis, y todo se vuelve crisis, y se transforma en una vedette nacional que baila todos los días en los medios de comunicación. Pero se hace para plantear una poderosa red insoslayable, la continuidad del orden portaliano neoliberal, ese orden tan nuestro de cada día.

Tan incrustado orden en la intersubjetividad consumidora, que el deseo se vuelve “el sentido”. Ante un desierto de la polis y espacios todos privatizados, la crisis se vuelve mercancía y continúan los engranajes maquinando la crisis para hacerla oportunidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias