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Narcisismo sin pedido de disculpas: ¿consumidores activos o movimientos sociales?

Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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En el campo de la izquierda es un lugar común postular que tras el “shock antifiscal” (1976) asistimos a la consumación de la modernización autoritaria que coadyuvó al forzado tránsito que va de la topografía nacional/estatal a una burocracia privada afiliada al ‘capital financiero’. Según los análisis pioneros de Flacso, en sus años dorados, ello incidió directamente en el actual proceso de individuación que fue acompañado por la ‘obsoleta’ noción de ‘atomización’ con que las ciencias sociales (años 90) se empeñaban en explicar el déficit de acción colectiva.

Desde una perspectiva más acotada, este proceso se expresó en un viraje de la “mesocracia desarrollista” –apegada al mérito, lo público, la reforma y la empleomanía estatal– a “grupos medios” que, décadas más tarde, representan un reto desde el punto de vista de una ‘definición formal’. Tras los temibles sucesos acaecidos en los años 70, existe un consenso inquebrantable en la(s) izquierda(s) en torno al “terrorismo de Estado” y sus secuelas, que tiende a subestimar un “vacío” histórico de las clases medias como esfera ciudadana: el fallido programa de la mesocratización. El mencionado consenso aún no termina de dimensionar que la “virtuosa estatización” del espacio público (“local”) en la vieja república (1940-1970) convivía con un déficit de “asociatividad” (secularización de derechos, predomino de la adscripción por sobre el logro en el caso de las clases sociales).

Lo anterior facilitó sustantivamente la instauración del “aluvión neoliberal”. Y ello sin que tengamos que invocar ad eternum las profundas transformaciones adjudicadas al ajuste estructural (1976). El “déficit asociativo” –de afiliación pluralista– es una dimensión que precede las transformaciones estructurales de los años 70 y que jugó a favor del boom neoliberal. Esta casuística se impone más allá de los probados axiomas que la izquierda establece para vincular intereses oligárquicos y la intervención extranjera (CIA). Cuando recordamos a Tocqueville no está de más subrayar que los poderes locales ameritan poner a prueba la “capacidad asociativa” de la esfera pública no estatal en la sociabilidad, a saber, analizar “el régimen de lo público” comprende admitir una esfera fallida de deliberación y “formas de asociatividad”, que en nuestro caso fue incapaz de trascender el arco de representación establecido por el Estado chileno entre 1938 a 1973.

Lo anterior nos permite abordar de modo más preciso la drástica reconfiguración de los sectores medios en Chile, a saber, la mutación de la histórica “mesocracia estatal” suscrita a la empleomanía y a los servicios sociales, pero que a muy poco andar (1981 en adelante) reveló un patrón compulsivo, clientelar o contractualista con los servicios que facilitó el derrotero de la modernización postestatal. Ello viene a ratificar, de un lado, la génesis de los segmentos medios en el marco de la modernización desarrollista (1950-1970) como un subproducto de la expansión estatal. De otro, la desafiliación de esta mesocracia a mediados de los años 70, más el declive forzado del asalariado público, terminaron por descubrir la “estadolatría” y, de paso, sedimentar el carácter “glucoso” (aleatorio) de los nuevos grupos medios. Una vez que tiene lugar la modernización postestatal, los grupos medios revelan un patrón compulsivo hacia el consumo suntuario, la integración sociosimbólica, reivindicando al mercado como experiencia cultural y nueva matriz de acceso simbólico (1981).

Cabe subrayar que la insospechada “fetichización del consumo” en el nuevo orden social hace evidentes las complicidades de los segmentos medios en la modernización autoritaria sin agotar el problema, abundando, aquí y allá, en la tesis de la contrarrevolución de los años 70. De tal suerte, el paso de una cultura demandante de Estado hacia el acceso simbólico mediado por el sistema crediticio se verá facilitada por la débil constitución del tinglado público/deliberativo/agonístico. ¿Habermas, Sennet o Mouffe? ¡No lo sabemos! Aquí, lejos de acotar la discusión reiterando tautológicamente que a mediados de los años 70 colapsa un “programa de ciudadanía” y el régimen institucional del sistema democrático, tiene lugar la crisis de la topografía nacional-estatal, y con ello se hace evidente la ausencia de la secularización y sus externalidades en la vieja república.

Una década más tarde, el estallido de nuevos patrones simbólicos, la explosión de reivindicaciones postmateriales han modificado radicalmente los procesos “identitarios” en una especie de validación del “emprendedor” –nuevo imaginario de la sociedad del consumo–. Ahora se trata de un “consumidor activo”, un sujeto hayekiano que, cual consumidor empoderado, también reclama su lugar en las protestas del año 2011, pues se ha sumado vigorosamente –¡por qué no! a las demandas de gestión e innovación de los servicios educacionales.

A diferencia de los diagnósticos tremendistas de la izquierda, obcecados en buscar el “nuevo sujeto de la transformación”, se trata de una cohorte de grupos medios cuya socialización descansa en las reglas del mercado. Ello le da un estatuto más instrumental y menos programático a la demanda socioeducacional de los grupos medios (emprendimiento, aspiración y oscilación en la pirámide social). Los fundamentos para sugerir esta posibilidad de lectura, más allá de su carácter provisorio, dicen relación con la fragilidad de ciertos procesos históricos, algunos ubicados en la larga duración y otros más coyunturales; el insuficiente papel jugado por las elites mercantiles, y la ausencia de los “capitanes industriales Schumpeterianos”.

[cita] La emergencia de una cultura narcisista, de malestares difusos, que puede ser denominada bajo la metáfora del capitalismo libidinal. La pulsión visual estimula la constitución de un sujeto narcisista, que habita en los estímulos estéticos e iconográficos del mercado sociosimbólico. Pero este individuo –verdadero black box–- también profesa una “cultura del malestar” frente a la boutique de los bienes y servicios. [/cita]

Ello comprende un fenómeno de amplios alcances antropológicos. La emergencia de una cultura narcisista, de malestares difusos, que puede ser denominada bajo la metáfora del capitalismo libidinal. La pulsión visual estimula la constitución de un sujeto narcisista, que habita en los estímulos estéticos e iconográficos del mercado sociosimbólico. Pero este individuo –verdadero black box– también profesa una “cultura del malestar” frente a la boutique de los bienes y servicios.

Luego de tres decenios de las transformaciones inauguradas por una modernización sin modernidad, se agudiza el control tecnológico del deseo ceñido al paradigma del emprendimiento. Hacemos mención a un “consumidor activo” que las ciencias sociales (PNUD, 2001) caracterizaron como una especie de sujeto integrado pero en perpetua disconformidad. Pero cabe añadir que este sujeto establece demandas en el campo de la gestión, de los servicios, cuya “sala de parto” se ubica en las reglas del mercado instauradas en la década del 80. El reclamo está dirigido a una corrección de la modernización.

En el Chile actual identificamos la constitución de una “ciudadanía viral” (empowerment) en diversas formas de interpelar materias valóricas y culturales de la actual institucionalidad –que bien puede ser la culminación de una racionalidad utilitaria gestada a fines de los años 70–. Este proceso puede representar un atributo de la modernización postestatal en virtud de la liberalización de los modos de vida: la figura del emprendimiento representa un caso paradigmático a este respecto

Un somero “escáner social” nos obliga a mesurar el estatuto ‘real’ de la protesta social (2006-2011) en el Chile actual y devela el narcisismo de los movimientos sociales –prurito ético– justo ahora cuando el “partido del orden” (Concertación y sus tecnologías de adaptación) se dispone a retorizar los mecanismos del New Deal (realismo).

Cualquier lectura atenta a la obra de Ernesto Laclau –y sin el ánimo de forzar las cosas– deja en evidencia que en Chile tuvo lugar una activa movilización, pero no así la dinámica que describen los teóricos de los movimientos sociales (¡el mentado mayo chileno!). Movilización no es igual a Movimiento. Esto en sus rasgos más generales se sitúa bajo el hedonismo estetizante que heredamos de la modernización postestatal que tuvo lugar a comienzos de los años 80. Nos referimos a los nuevos procesos de subjetivación, a los nuevos dilemas de la acción colectiva.

En un libro titulado Modernidad Líquida, el sociólogo polaco Ziygmunt Bauman (2007) ha caracterizado al sujeto globalizado como un ciudadano líquido, profundamente desafectado de los “rituales colectivos”. La interacción de mercado se expresa en sujeto “glucoso”, cuyas opciones culturales no pueden ser retratadas bajo cánones convencionales. Esta subjetividad no responde a patrones culturales estables y dista del “programa mesocrático”, en cambio responde a los símbolos etéreos de una sociedad de bienes y servicios. La sociedad actual, para Bauman, se caracteriza por identidades nómades. Por ello, nociones como fluidez y volatilidad serían “atributos” del ciudadano postestatal que establece una reivindicación gestional.

En el caso chileno, todo ello ha dado lugar a una verdadera “cultura del collage” que obliga a redefinir los estilos de vida. El “ciudadano líquido” alude a un “actor ubicuo”, de una movilidad social oscilante, al tiempo que mucho más empoderado en la demanda por empleabilidad, eficacia y gestión –sin que ello represente la invocación de un discurso ideológico–. De allí que la cirugía social aplicada por los ‘Chicago boys’ no se agota en la sola refundación económica, sino que soterradamente fue capaz de gestar un sujeto que hoy también establece reclamos por eficiencia, resultados e indicadores a la actual “boutique” de los bienes y servicios, ¿la ‘moral comercial’ que Von Hayek identifica en el mercado? Aquí tiene lugar un movimiento pendular donde se impone la ausencia de tendencias proyectuales y, en cambio, priman reivindicaciones del “consumidor activo” más vinculado al imperio de la tecno-imagen.

La tesis a este respecto es que el nuevo realismo (Partido del orden) devela un conjunto de demandas que no establecen un horizonte de trazabilidad para los movimientos sociales. A diferencia de los barrotes del realismo, no debemos olvidar que con el auge de la mesocratización clásica fue posible el proyecto de industrialización que cimentÓ Pedro Aguirre Cerda. Allí se articulaba un proceso histórico que anudaba lo social y lo político desde el Estado. Cuestión similar tuvo lugar cuando Eduardo Frei Montalva promovía la Revolución en Libertad (reforma agraria, chilenización, etc.). Pese a los traumas que se avecinaban, la vía chilena al socialismo también articuló (a su manera) reformas estructurales en el marco de un proceso de masas que anudaba lo social y lo político.

Pero todo ello es parte de la antigua república. Casi cuatro décadas más tarde, y considerando la expansión del cambio cultural, la Nueva Mayoría en su afán de retorizar la política, impulsó una “ficción igualitaria”. Un reformismo de baja intensidad que se sirvió de una “semiótica reformista” incapaz de articular consistentemente el campo político con la esfera social. Ante la ausencia del nexo crucial, la ficción se derrumba a pedazos. Y ello sin adicionar la feroz mediatización de la política –antes descrita–.

Sin embargo, de un narcisismo movimientista tampoco podemos transitar a un narcisismo de los partidos políticos (Penta, Caval, etc.). En medio de este “empate coalicional”, la política vuelve a quedar subordinada a los lenguajes del crecimiento, al consenso, la seguridad en los espacios, el PIB, etc. En concreto, el programa reformista queda subordinado a los indicadores de crecimiento y la protesta social gira al campo de la gestión y la innovación de servicios. Hemos sido aleccionados, se trataría de mejorar la modernización –al decir de Carlos Peña–, pero tal aprendizaje convive con las ramificaciones de la subjetividad suntuaria que consignamos más arriba.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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