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Mala onda

Rafael Urriola U.
Por : Rafael Urriola U. Director Área Social Chile 21
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Corría la primavera de 1991 cuando llegó a mis manos el libro de Alberto Fuguet que describe a Santiago como “una metrópoli distorsionada por el toque de queda militar y los excesos noctámbulos estimulados por el falso bienestar económico de 1980 donde la hipocresía es regla general y la “mala onda” reina e impregna con tentáculos invisibles”. No sé si debo decir que me sentí interpretado por Matías Vicuña –el joven protagonista de la obra- o ésta me hizo comprender el momento por el que atravesaba un país que yo había dejado por “fuerza mayor”.

El estado de ánimo de Vicuña lo enfrenta a sí mismo, buscando una suerte de autodestrucción que no es más que un atajo para escapar de una realidad que le genera migrañas y  que, por cierto,  no le es cómoda. Cuanto de “mala onda” encontramos hoy en la ciudadanía. La iterativa contradicción de los chilenos (estamos personalmente bien, pero el país no nos gusta como está), sólo asegura que el territorio no se despoblará por voluntad de sus moradores. Conservar el paisaje está más asegurado que conservar el país, es decir, una institucionalidad política, social y económica de la que nos sintamos orgullosos.

Se desprende de la obra de Fuguet que la dictadura y los militares  junto con sus prácticas cotidianas (abusos,  impunidad  y corrupción) desquiciaron a la población, aun entre los que los habían apoyado por algún tiempo.  El triunfo del NO en el plebiscito de 1989  tuvo un carácter épico, entre otras cosas,  porque fue la última gran movilización masiva -consistente y permanente por varios meses- que tuvo lugar en Chile y con una asimetría de poder y recursos, digno de comparar con las grandes luchas de liberación en el mundo. Si ahora, con leyes y controles, los grandes empresarios pusieron el dinero que han puesto a sus candidatos, imaginémonos cuánto fue la “caja” del SI, a lo cual se sumaban los dineros directos del gobierno de Pinochet que, también se supo que alcanzó incluso para que amasara una respetable fortuna personal.

[cita] Hoy, abusos, impunidad y corrupción, en el imaginario social, está asociado a una alianza aparentemente imbatible  entre: políticos de las dos tendencias del binominal (la derecha y la Concertación);  y, entre empresarios privados y directivos del sector público. [/cita]

Hoy, abusos, impunidad y corrupción, en el imaginario social, está asociado a una alianza aparentemente imbatible  entre: políticos de las dos tendencias del binominal (la derecha y la Concertación);  y, entre empresarios privados y directivos del sector público.

Los parlamentarios, se cree muy generalizadamente, son el brazo legal de esta alianza  que asegura que todos los coludidos ganen, mediante la aprobación de leyes favorables a los poderes fácticos, lo cual como retribución,  les aseguraría suculentos aportes para sus campañas electorales. Esta es la configuración de una elite que se sitúa en la parte extrema de la pirámide de los ingresos del país. De una u otra manera, quienes pertenecen a estas instancias de poder (el 1% de la población señala un estudio de la Universidad de Chile) son los que -con su existencia y prácticas- irradian los lineamientos para que se configure  esta nueva “mala onda” en la población.

Los chicos de los ochenta, que encarna en la novela Matías Vicuña, terminaron por  no leer diarios ni ver noticias. Era siempre lo mismo, el discurso oficial cuidadosamente controlado por  la autocensura de los medios informativos de la época y castigado, si alguien osara sobrepasarlo. Ello se asemeja a la estrepitosa monotonía de los noticieros actuales de nuestros canales televisivos. Todo es igual y sumido a una suerte de “pauteo invisible” que -dirán los productores- proviene dela famosa “mano invisible” en la economía, que determina la oferta porque la demanda lo exige.  Entonces,  los chicos en este segundo decenio del siglo XXI tampoco ven esa TV, salvo las teleseries,  pero se informan por redes sociales  y opinan en tales redes, quizás con suficiente irreverencia como para que la elite las considere impertinentes.

La “mala onda” se expande. Políticos y empresarios son los peores calificados en cuanto a confianza por la población en todas las encuestas. En las próximas elecciones se puede apostar con toda tranquilidad, que las dos coaliciones del binominal obtendrán menos votos, en absoluto, que en la elección anterior (por lo demás, esto viene pasando hace años). Si estos votos potenciales pasarán a otras candidaturas o a la cómoda abstención dependerá si aparecen otras candidaturas atractivas y diferentes que transformen la “mala onda”  pasiva, abúlica, pesimista y personalista en una “buena onda” colectiva, activa y, por sobre todo, que entusiasme a asumir nuevos compromisos y a un comportamiento decente. Este es el desafío de los tiempos actuales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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