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David, Goliat y Pinochet

Jaime Vieyra-Poseck
Por : Jaime Vieyra-Poseck Antropólogo social y periodista científico
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Las reformas estructurales bacheletistas son, en rigor, un proceso que intenta poner los cimientos de una más justa distribución del poder y de la riqueza; y abre la posibilidad de minimizar la desigualdad social obscena e insostenible que padece la sociedad chilena: el 1,11%  se lleva el 57,7% del ingreso total del país, mientras el 98,89% recibe sólo el 42,3% de la totalidad del ingreso.

Este proceso reformador, por si aún no se ha entendido, es tan determinante como el plebiscito que derrotó a la dictadura: cambia estructuras del neoliberalismo made in Pinochet. Obviamente, esto ha desatado una guerra de intereses entre una minoría (ese 1,11%) ultra poderosa y multimillonaria contra una mayoría (ese 98,89%) sin más que sus manos para trabajar. La clásica lucha entre David y Goliat.

Pero ¿qué se está tratando de reformar?

Empecemos por la reforma a las AFP. Primero que nada, señalar que el motor de neoliberalismo made in Pinochet, son las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP): seis instituciones financieras privadas que gestionan el fondo de pensión de los asalariados. Desde el decreto ley de la dictadura en 1980 que cambió el sistema solidario de pensiones forzando a la previsión privada e individual, ha sido la fuente inagotable de acumulación de capital privado –con el dinero del trabajador– para expandirlo a nuevas áreas económicas.

Un dato para ilustrar este negocio formidable sin apenas parpadear y con dinero ajeno: en los primeros nueve meses de 2014, cinco AFP acumulan ganancias por USD 40 mil millones, mientras nueve de cada diez pensionados reciben menos de 150 mil pesos/mes (USD 250). Y este despropósito en plena desaceleración económica. Frente a esta desolación, Michelle Bachelet propone, como primer paso de una reforma de más calado, la creación de una AFP estatal. Por el duopolio mediático de los dueños de las AFP se responde con una amenaza: la “batalla de todas las batallas” contra cualquier reforma a las AFP. David lanza una piedra que aún no roza la espada de Goliat.

La reforma tributaria. La arquitectura tributaria chilena no ha cambiado desde la dictadura, siendo una de las más regresivas e inequitativas del mundo: el 50% con menos recursos paga el 16% de sus ingresos totales, mientras el 10% más rico solo paga el 11,8%. La reforma otorga el 3% del PIB para financiar la educacional, unos USD 8 mil millones, cinco veces menos que los USD 40 mil millones que ganan las AFP privadas en solo nueve meses. Esta reforma intenta diseñar un sistema tributario más solidario y progresivo con la fórmula de “el que más gana tributa más”, y lo hace porque el célebre “chorreo” de riqueza hacia las clases bajas por el crecimiento económico neoliberal, no se produce. Históricamente y refutando los postulados neoliberales, los tributos han sido la base civilizadora y de desarrollo social desde hace 4 mil años. Lo recuerdo, por si los macrorricos made in Pinochet lo han olvidado, obnubilados de tanta riqueza. Esta reforma fue la primera piedra de David que tocó la espada de Goliat.

[cita] La desigualdad es, en lo medular, el más grave problema de desestabilización e incertidumbre en Chile, no las reformas, como ha hecho creer la tormenta perfecta que ha creado la campaña del terror para hacerlas naufragar. Los datos son estos: el informe anual de Wealth-X y Unión de Bancos Suizos, muestra que en 2013-14, los más ricos en Chile vieron crecer su riqueza en un 15%; la agencia calificadora de riesgo Moody’s, en un informe de este mes, mantiene la calidad crediticia en Chile, por cierto, una de las mejores del mundo. [/cita]

La reforma educacional. La educación está definida en la Constitución de la dictadura como un bien de consumo, no como un derecho; y este bien de consumo es el más caro y segregado del mundo, económica, académica y socioculturalmente: un auténtico sistema educacional apartheid, en definición acertadísima del especialista en educación, Mario Waissbluth. En efecto, para que la educación sea un bien de consumo se necesita de una educación pública y de una subvencionada de baja calidad. La pública municipalizada, apenas el 37%, es para la clase baja, sin ninguna posibilidad de movilidad social; la particular subvencionada y de financiamiento compartido, el 92% del alumnado y totalmente estratificada, para las clases medias (su calidad académica depende del nivel económico y de donde viva el alumno).  En esta última categoría están sobrerrepresentados los estudiantes con calificaciones académicas deficientes que solo las universidades privadas aceptan: estas no buscan la calidad académica, sino el lucro. Una educación pública gratuita de calidad y universal, deja sin clientes a casi la totalidad de la educación básica, media y universitaria privadas que buscan solo el lucro. Otra piedra de David contra la espada de Goliat.

Pero para que este sistema educacional apartheid pueda ser posible, deben también existir unas relaciones laborales sin poder sindical: la mano de obra de la clase baja y media-baja no debe tener poder negociador para mejorar sus sueldos: sin sueldos dignos, la única solución es acudir al sistema financiero.

Y aquí entra la Reforma Laboral. En Chile, los sueldos están en el límite de la pobreza: el 70% de los trabajadores recibe sueldos líquidos que no alcanzan los $425.000 (USD 608). Esta pobreza relativa, a pesar de tener trabajo, obliga a la clase baja y medias a endeudarse para financiar la educación, en especial la universitaria, permeable a los “malos alumnos”. La reforma laboral consagra el derecho a la huelga sin reemplazantes, como en la actualidad, y a una negociación colectiva con titularidad de los sindicatos. Sin duda, esta reforma laboral mejorará la negociación salarial, encendiendo las luces rojas en el sistema financiero, sustentado en sueldos de pobreza relativa que obligan al endeudamiento. Otra piedra de David contra la espada de Goliat.

La guerra de intereses privados de una poderosa élite contra los intereses de las mayorías sin poder alguno, está servida: el sistema previsional, tributario, educacional, laboral y financiero están unidos en el neoliberalismo made in Pinochet, y todo este poder solo en unos cuantos conglomerados económico-financieros. Este sistema exige mala educación pública municipalizada, subvencionada y de financiamiento compartido para inducir a una educación, en todos los niveles pero en especial la universitaria, privada que busca solo el lucro. Esto último debe ir unido a unas relaciones laborales que exigen incapacidad sindical negociadora de los trabajadores para mantenerles con sueldos raquíticos que los impulsen a acudir al sistema financiero, dueños también de la mayoría de las universidades privadas, y endeudarse con préstamos con rentas tan inhumanas como inmorales. En el neoliberalismo made in Pinochet opera una suerte de varias puertas giratorias donde la acumulación de capital circula, siempre a más y solo pasando por las manos de los trabajadores, para regresar a la gigantesca caja de ese 1,11% de la población: los macromultimillonarios que salieron de la camada de la dictadura.

Esta derecha político-empresarial, está usando todo su poderosísimo ejército mediático (más del 80% del total), político y económico para abortar las reformas, materializado en una campaña del terror en toda regla y ya casi en el límite de la sedición, provocando y alimentando el caos y la ingobernabilidad que la asocian con las reformas. Este cuadro confirma sólo una tesis: esta élite sufre de un darwinismo social del siglo XIX y está empantanada aún en el neoliberalismo salvaje made in Pinochet, superado ya en todo el mundo después de la macrocrisis neoliberal de 2005, con el liderazgo de EE.UU. regulando el mercado.

En Chile los derechos básicos –salud, educación y pensiones– han estado en manos privadas de ese 1,11% de la población los últimos 40 años bajo neoliberalismo made in Pinochet. El resultado ha sido una acumulación ya incalculable de capital privado –basada en la desigualdad estructural en el ingreso y la relación asimétrica laboral entre empresarios y trabajadores– otorgando una deplorable calidad de vida a las mayorías y, como sabemos, la desigualdad económica conlleva a la desigualdad social, ubicando a Chile como el país más desigual en distribución del ingreso de la OCDE, y uno los más desiguales del mundo.

Un Estado que garantiza y gestiona los derechos básicos, educación y salud de calidad universales y pensiones dignas, posee entre el 35-40% del PIB para ser operativo (datos de la OCDE). El Estado chileno, después de la reforma tributaria que financia la educacional, solo tiene el 22% del PIB; falta un 18% para garantizar los derechos básicos. El combate de David contra el Goliat made in Pinochet, sólo está comenzando.

La desigualdad es, en lo medular, el más grave problema de desestabilización e incertidumbre en Chile, no las reformas, como ha hecho creer la tormenta perfecta que ha creado la campaña del terror para hacerlas naufragar. Los datos son estos: el informe anual de Wealth-X y Unión de Bancos Suizos, muestra que en 2013-14, los más ricos en Chile vieron crecer su riqueza en un 15%; la agencia calificadora de riesgo Moody’s, en un informa de este mes, mantiene la calidad crediticia en Chile, por cierto, una de las mejores del mundo; el PIB crece más del 2%. Y todo esto en plena desaceleración económica, no por las reformas, sino por la coyuntura económica internacional: desaceleración económica en China importando menos cobre, y con los precios globales de los commodities más bajos. La incertidumbre económica apocalíptica por las reformas, es una falacia. Más aún, armar premeditadamente la tormenta perfecta de falsa incertidumbre económica produce la incertidumbre. A esto se agrega una baja premeditada de inversión del empresariado en una especie de huelga empresarial larvada. Esta fábrica de incertidumbre es, en esencia, una enorme irresponsabilidad y un acto sedicioso por defender solo intereses corporativos en contra de los del país.

Pero, y por todo lo anterior, en este proceso reformador y democratizador por una igualdad que ya es de sentido común, debe participar la derecha político empresarial –¡son los dueños de Chile con más del 60% del PIB!– pero con propuestas constructivas y no obcecada y sistemáticamente obstruccionistas, que la pone al límite de la sedición.  Para eso, debe abandonar el lastre cavernario del darwinismo social del siglo XIX y la antropofagia del neoliberalismo salvaje made in Pinochet, ya superado o en vías de retroceso en los países desarrollados.

Chile se merece una derecha más moderna y más social. La que tenemos, ruboriza a multitudes y subleva a muchos. Pero si insiste en su ortodoxia fanática, ¿será profanada la leyenda bíblica? y ¿derrotará, nuevamente, el Goliat made in Pinochet al vulnerable David?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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