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Bachelet frente a la tentación del populismo Opinión

Bachelet frente a la tentación del populismo

Pablo Torche
Por : Pablo Torche Escritor y consultor en políticas educacionales.
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El impacto del caso Caval en algún momento comenzará a menguar. Bachelet pagará un costo elevado, eso es indudable, pero en algún punto la sociedad lo absorberá, y comenzará a juzgarla por su agenda de largo plazo, antes que por su tardía reacción al escándalo. Las reformas, por más que mal acompañadas de un relato político torpe y anticuado, y llenas de errores técnicos –esto era esperable en todo caso–, empezarán a instalarse y a funcionar de algún modo.


Con la popularidad desplomada, es normal que los gobiernos y los presidentes busquen de manera desesperada subir su aprobación de alguna forma. Ya no importa tanto enfrentar los problemas de fondo, para no hablar de las soluciones a largo plazo, lo que importa es responder a lo que la gente quiere aquí y ahora, y en lo posible con muchas cámaras de televisión alrededor.

Es indudable que esta presión ronda ahora con fuerza las oficinas de Palacio, aunque, a decir verdad, hay que señalar que Bachelet la ha resistido con notable aplomo. No es que me parezca precisamente digno de un estadista pararse en medio de una tarima para prometer botes y fichas de recuperación de enseres –tampoco me gustaba, en todo caso, cuando saltaba al ritmo de ’31 Minutos’ en una playa del litoral central para promover la señera iniciativa “Verano para todos y todas”–, pero es claro que, con el 25% de aprobación, ningún asesor de imagen estaba como para diseñar estrategias demasiado originales para poder sacar provecho comunicacional de la catástrofe.

Sin embargo, más allá del comprensible usufructo mediático de las playas arrasadas de Tongoy, me parece que, en el escenario adverso que atraviesa el Gobierno, Bachelet ha demostrado una extraordinaria resistencia al populismo.

En primer lugar, ha rechazado, con un tesón quizás excesivo, las presiones por un aumento desproporcionado del gasto fiscal. De hecho, buena parte de los problemas que enfrenta ahora el Gobierno –gratuidad de educación superior, carrera docente, hospitales– los podría haber resuelto rápidamente con solo un poco más de flexibilidad en el presupuesto fiscal; de seguro no le habrían faltado ministros de Hacienda dispuestos a hacerlo. En vez de aquello, el Gobierno ha optado por una línea de cuasiausteridad, que le ha costado entramparse en una difícil disputa en torno a los términos “realismo” y “renuncia”, que la prensa y los políticos parecen amar, aunque a mí me parece que la gente ni siquiera los entiende del todo.

En segundo lugar, ha resistido una versión mucho más grave del populismo, que es la que han seguido Chávez, Maduro y Cristina Kirchner. Esta consiste en polarizar deliberadamente a la sociedad, para construirse una mayoría firme de respaldo, más allá de cualquier escándalo o corrupción. Si Bachelet hubiera optado por este camino, y hubiera construido un discurso confrontacional contra los ricos, y contra la ya cuestionada elite, o incluso contra la parte mejor posicionada de la llamada “clase media” o de los “emprendedores”, a favor de las mayorías más postergadas por el sistema, acompañándolo de una seductora red de subsidios y beneficios inmediatos, de seguro podría haber forjado una base de apoyo más amplia para su Gobierno, aun a costa de un país dividido. De hecho, cuando uno lee a algunos analistas de izquierda –y otros que no analizan tanto–, da la idea de que esto es lo que quisieran que ocurriera.

[cita]He sido muy crítico del discurso político que ha acompañado a estas reformas, sin embargo, hay que reconocer que las reformas se están acometiendo, a buen ritmo –si bien a costa de bajo respaldo– y que, a un año y medio de Gobierno, se han puesto en marcha transformaciones estructurales en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad: recaudación tributaria, sistema electoral, sistema educacional, relaciones laborales y financiamiento de la política. Si no por la mesura, al menos por la premura que ha impreso a su Gobierno se debe dar crédito a Bachelet.[cita]

En cambio, Bachelet ha descartado sistemáticamente cualquier indicio de querer apuntalar su Gobierno por esta vía, jugándosela siempre por un discurso unitario, que permita convocar al conjunto del país en torno a las transformaciones que propone el Ejecutivo, y no solo a un sector determinado.

En estos momentos difíciles para el Gobierno, estas decisiones y convicciones permiten descubrir rasgos nuevos del tipo de liderazgo de Bachelet y, por qué no decirlo, de su grandeza.

Junto con esta resistencia a un populismo fácil y nocivo, es necesario reconocer también una notable presencia de ánimo para abordar cambios muy profundos en la sociedad chilena. De hecho, si hay algo que no se le puede criticar a Bachelet en este convulsionado año y medio de Gobierno, es su falta de ambición para llevar a cabo las grandes reformas estructurales que el país necesita.

Yo en lo personal, he sido muy crítico del discurso político que ha acompañado a estas reformas, sin embargo, hay que reconocer que las reformas se están acometiendo, a buen ritmo –si bien a costa de bajo respaldo– y que, a un año y medio de Gobierno, se han puesto en marcha transformaciones estructurales en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad: recaudación tributaria, sistema electoral, sistema educacional, relaciones laborales y financiamiento de la política. Si no por la mesura, al menos por la premura que ha impreso a su Gobierno se debe dar crédito a Bachelet.

De esta forma, si bien a pesar de indudables errores y precipitación, al menos se ha conjurado el riesgo de desperdiciar el Gobierno con medidas parche, o cosméticas, y finalmente no hacer nada. De hecho, a la luz de los acontecimientos actuales, es necesario reconocer que, si las reformas no se hubieran emprendido en el primer año de Gobierno, seguramente ya no se habrían podido emprender en absoluto.

Sobre la base de estos antecedentes, me atrevería a aventurar, respecto del futuro del Gobierno de Bachelet, un pronóstico alterno al que se viene escuchando en los últimos meses, instrumentalizado sobre todo por articulistas y políticos de derecha. Frente a la expectativa de que el Gobierno ya no volverá a levantar cabeza, que el síndrome del pato cojo se ha adelantado, y que lo más se puede hacer es tratar de aguantar hasta al final, yo propondría precisamente la previsión contraria.

El impacto del caso Caval en algún momento comenzará a menguar. Bachelet pagará un costo elevado, eso es indudable, pero en algún punto la sociedad lo absorberá, y comenzará a juzgarla por su agenda de largo plazo, antes que por su tardía reacción ante el escándalo. Las reformas, por más que mal acompañadas de un relato político torpe y anticuado, y llenas de errores técnicos –esto era esperable en todo caso–, empezarán a instalarse y a funcionar de algún modo. La población empezará, no voy a decir a ver los beneficios de las reformas –estos se demorarán varios años–, pero sí a comprenderlas, quizás a valorar su sentido, en pro de la construcción de una sociedad más integrada y más justa. Probablemente incluso se empezará a abrir camino en el imaginario nacional la posibilidad de reemplazar, o al menos matizar, los valores del individualismo y el éxito personal que han dominado el país durante estos años

Puede que Bachelet no termine su mandato con el 80% de aprobación con que salió la vez pasada, pero lo terminará, y no es descartable que lo haga con el doble o triple del respaldo que mantiene ahora. Si esto sucede, será interesante ver cómo rearticulan su discurso todos lo que tendrán que hacer fila para sacarse fotos de nuevo con ella.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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