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Nueva Constitución: la casita de Eyzaguirre en el barrio alto Opinión

Nueva Constitución: la casita de Eyzaguirre en el barrio alto

Pedro Santander
Por : Pedro Santander Director Deep PUCV
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Hay, pues, que entender el “todos” de Eyzaguirre –un pronombre que generalmente se usa para señalar que no hay excepciones ni límites– apenas como la Nueva Mayoría y la derecha chilena. Si les hacemos caso a las encuestas, estamos hablando de dos coaliciones absolutamente desprestigiadas y que juntas no representan a más del 30 % de la población –un poco menos que la cifra que votó en las últimas presidenciales–, pero que para el ministro representan a “todos”.


La reciente entrevista en la cual el ministro Eyzaguirre se explaya acerca del proceso constituyente contiene elementos que vale la pena destacar, pues permiten hacerse una idea de cómo el Gobierno proyecta la nueva Constitución.

En primer lugar, vemos que Eyzaguirre utiliza la metáfora de la casa para referirse a la nueva Carta Fundamental: “La Constitución ojalá sea lo más general posible, para que sea una casa de todos. Queremos una Constitución donde se sientan cómodos todos. Ni creemos ni queremos que la Constitución sea la casa de algunos y no de todos, está en nuestro interés el tratar de incluir, incluir e incluir”, dice el ministro.

Sin embargo, si leemos atentamente todas sus palabras, llegaremos a la conclusión de que se trata de una metáfora engañosa, falsa, pues de acuerdo a sus propias aclaraciones no todos caben en dicha casa y, además, son pocos los llamados a construirlas. En ese sentido, la casa que propone Eyzaguirre y, por extensión, la Presidenta, no es un hogar que acoge sino una casa que deja a muchos fuera y que es, por lo mismo, excluyente. Dicha exclusión se fundamenta en los límites que claramente trazó Eyzaguirre. Veamos.

Respecto de los constructores

El ministro distingue dos tipos de actores centrales que cumplirán distintos roles en el proceso constituyente (o de construcción de la casa). Por un lado, la ciudadanía (“la gente”); por otro, la clase política en el Congreso (“la sede constituyente”). El modo en que el secretario de Estado entiende a unos y a otros es radicalmente diferente. A “la gente” le asigna un rol de menor incidencia y de menor inteligencia. Dos veces repite literalmente que “vamos a invitar a la gente a que imagine la Constitución que quiere”. Lo llamativo es la invitación a la “imaginación”, sobre todo si sumamos a ello otras palabras empleadas para describir lo que “la gente” podrá hacer en este proceso: “Queremos que la intuición de cuál es el país que queremos construir, venga desde la gente”; “de los cabildos no va a salir una Constitución, se va a tener una especie de lista de preferencias y de deseos”. “Imaginación, intuición, preferencias, deseos”, esos son los sustantivos, todos muy abstractos, elegidos para caracterizar el rol de la ciudadanía en el proceso. Pero no solo son abstractos, son además palabras con las cuales se caracteriza a la gente como personas poco racionales, más que nada como sujetos emocionales (preferencias, deseos, intuición…).

Por contraste, los sujetos racionales, quienes además serán los que tomarán las decisiones serias, serán los miembros de la clase política. Dice el ministro: “… A veces los deseos pueden ser contradictorios los unos con los otros, o tienen que ser jerarquizados. Y cuando se discuta en el próximo Congreso habrá que ver cuáles ideas prevalecen sobre otras”; “sería ilusorio pensar que por el mero proceso de convergencia deliberativa usted va a llegar a una Constitución, porque eso tiene una cantidad de tecnicismos que no son propios de un proceso de convergencia deliberativa”.

Como vemos, después que los sujetos emocionales (la gente) hagan sus propuestas, los sujetos racionales (la clase política) discutirán tecnicismos y jerarquizarán qué prevalece y qué no. Esta oposición entre sujetos racionales, técnicamente preparados, y sujetos emocionales, poco racionales y sin conocimiento especializado y, por lo tanto, válido, no solo es propio del discurso neoliberal que ha conducido a la actual crisis de representatividad, también muestra qué rol ocupará cada uno de nosotros en “la casa de Eyzaguirre”. Unos imaginarán, por ejemplo, que el proceso “no es desde arriba para abajo sino que de abajo para arriba”, pura imaginación; los otros construyen y toman las decisiones finales y racionales.

[cita]Lo segundo que llama poderosamente la atención y que desmiente la metáfora de la Constitución como “la casa de todos”, es la claridad con la cual Eyzaguirre traza los límites doctrinarios que debería contener el nuevo texto constitucional: entre neoliberalismo y liberalismo. Ese es el rayado de cancha: dentro de eso, todo; fuera de aquello, nada.[/cita]

Respecto de la doctrina

Lo segundo que llama poderosamente la atención y que desmiente la metáfora de la Constitución como “la casa de todos”, es la claridad con la cual Eyzaguirre traza los límites doctrinarios que debería contener el nuevo texto constitucional: entre neoliberalismo y liberalismo. Ese es el rayado de cancha: dentro de eso, todo; fuera de aquello, nada.

“Lo que queremos es que haya una Constitución donde ambos, conservadores y liberales, socialdemócratas y neoliberales, se sientan a gusto (…) si la orientación es más hacia un lado conservador o liberal o hacia un lado neoliberal o socialdemócrata (…). Para que sea una casa de todos y flexible para acomodar las preferencias de una coalición socialdemócrata o una coalición más bien conservadora”.

Como vemos, en el diseño del Gobierno “la casa de todos”, paradójicamente, solo aceptará a algunos moradores: neoliberales y liberales. El color de la camiseta que estos podrán usar también la explicita el ministro: “No queremos una Constitución donde se sienta cómoda la Nueva Mayoría e incómoda la centroderecha, queremos una Constitución donde se sientan cómodos todos”. Hay, pues, que entender el “todos” de Eyzaguirre –un pronombre que generalmente se usa para señalar que no hay excepciones ni límites– apenas como la Nueva Mayoría y la derecha chilena. Si les hacemos caso a las encuestas, estamos hablando de dos coaliciones absolutamente desprestigiadas y que juntas no representan a más del 30% de la población –un poco menos que la cifra que votó en las últimas presidenciales–, pero que para el ministro representan a “todos”.

La doctrina de la Nueva Constitución queda así ideológicamente delimitada en el diseño gubernamental. No hay alternativa fuera de esos marcos, lo que –intertextualmente hablando– recuerda a la famosa afirmación de Margaret Thatcher “there is no alternative”, refiriéndose al capitalismo, en su versión neoliberal.

Respecto del destino del proceso constituyente

Finalmente cabe reparar en el nuevo sintagma que Eyzaguirre emplea más de una vez para referirse al Congreso, lo llama “la sede constituyente”. Dice, por ejemplo, “cuando la sede constituyente discuta la nueva Constitución, siempre va a estar el referente de lo que opinó la gente y eso es una fuerza de gravedad muy fuerte”. O también: “Queremos reflejar lo mejor posible lo que la gente opinó a través de las bases ciudadanas para una nueva Constitución. Ahora, es perfectamente posible que haya allí opiniones que haya que conciliar. Ahí la Presidenta tomará un punto de vista, que va a ser el punto de vista de este gobierno, pero no necesariamente es vinculante para la sede constituyente que lo apruebe. Ellos pueden cambiarlo como siempre el Congreso hace cambios”.

Es decir, todo se juega verdaderamente en uno de los lugares más desprestigiados de nuestro país –si no el más–, el actual Congreso que, empleando una mitigación y un aggiornamiento lingüístico, Eyzaguirre lo denomina “sede constituyente”. Sin embargo, dado el alto cuórum de dos tercios que se requiere para aprobar la posibilidad de cambiar esta Constitución, la probabilidad cierta de que ahí todo fracase si no están los votos de la derecha es claramente reconocida por Eyzaguirre. De ocurrir eso, dice, “quedaríamos con una tarea que para nosotros es bien importante, no realizada.”

Esta fría y desdramatizada descripción de aquel escenario de fracaso del cambio constitucional, causado por falta de votos de la derecha, instala la suspicacia de que en el próximo período electoral (2016 y 2017) esa será la apuesta racional del Gobierno. De este modo, gracias al altísimo –y probablemente inalcanzable– cuórum propuesto por el Ejecutivo, no habrá cambio de Constitución –lo que tranquilizará al bloque del poder– por culpa de la derecha, lo que beneficiará electoralmente a la Nueva Mayoría.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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