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Cuando los votos pueden más que las balas

Sergio Ramírez
Por : Sergio Ramírez Escritor y ex vicepresidente de Nicaragua.
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«El presidente Maduro también ha dicho que si su partido gana las elecciones legislativas, llamará a un diálogo nacional. Es lo que debería hacer también si las pierde. Y lo que debería hacer la oposición si gana. El diálogo es un instrumento de la democracia, y de un poder irreductible».


El pasado 7 de noviembre, en Myanmar (antes Birmania), el partido oficial, respaldado por el ejército, que hasta hace poco ejerció una brutal dictadura, fue derrotado por la oposición encabezada por la premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, presa por años. Su partido, la Liga Nacional para la Democracia, ya había ganado en ocasiones anteriores pero los militares burlaron su triunfo.

Ahora, a pesar de que el tribunal electoral estaba presidido por un general de la vieja guardia, los votos fueron contados como se debe, y le dieron a la Liga 387 escaños del parlamento, contra apenas 42 para el oficialismo. Un poeta, Tin Thit, también preso por años, le ganó el asiento a otro poderoso general, U Wai Lwin, antiguo ministro de Defensa. El poeta triunfante dijo algo que no será novedoso, pero es verdadero: «los votos pueden más que las balas».

En América Latina las balas, o sea los golpes de estado y las dictaduras militares van quedando para la historia, como acaba de demostrarse en las elecciones presidenciales de Argentina. La democracia se dilucida en los recintos electorales, y no en los cuarteles. Estuve hace poco en Buenos Aires, y un fraude electoral parecía a todos un asunto de otro planeta.

Ahora sigue Venezuela, con las elecciones que se celebrarán el 6 de diciembre para renovar la totalidad de los escaños de la Asamblea Nacional. En medio de la profunda crisis social y económica, las encuestas auguran la victoria de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que desplazaría del dominio del poder legislativo al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).

En medio de muchas y graves acusaciones en contra del sistema, la historia electoral de Venezuela bajo el chavismo resulta impecable. Es el país de América Latina donde más elecciones se han dado en los años recientes, y aunque el órgano electoral se halla bajo el control oficial, es poco lo que puede alegarse hasta ahora en contra de la transparencia a la hora de contar los votos.

Los reparos están en cómo el gobierno ha asumido sus derrotas, despojando de sus poderes a los funcionarios electos, gobernadores y alcaldes, mediante maniobras legales o medidas de hecho, o metiéndolos simplemente a la cárcel. Ahora, de ganar la oposición, tal como señalan las encuestas, el presidente Maduro perdería el control del andamiaje legislativo, del que depende buena parte del poder que ejerce.

Sólo para empezar, de acuerdo a la Constitución Bolivariana, la Asamblea Nacional puede delegar en él la autoridad de dictar leyes y decretos por períodos prolongados, en una larga lista de materias. En unas nuevas circunstancias en que la oposición controlara los dos tercios de la mayoría parlamentaria, como parece que podría ser, esta transferencia absoluta de poderes al presidente, que deja prácticamente en receso a la Asamblea Nacional, ya no podría darse.

Un conflicto institucional está a la vista, y acomodar una situación semejante corresponde a los mismos mecanismos de la democracia. Debería imponerse un diálogo de convivencia, para que el país no siga descarrilándose.

Pero las declaraciones del presidente Maduro no barruntan lo mejor. Aunque ha dejado claro que respetará los resultados electorales, también ha dicho que de perder estas elecciones, «no entregaríamos la revolución y la revolución pasaría a una nueva etapa»; y que gobernaría «con el pueblo…y en unión cívico militar… quien tenga oídos que entienda, el que tenga ojos que vea clara la historia, la revolución no va a ser entregada jamás…».

Surgen entonces preguntas inquietantes: ¿Qué significa no entregar la revolución, si la mayoría legítima de los votantes pone a la Asamblea Nacional en manos de las fuerzas opositoras? ¿Una nueva etapa de la revolución significa más radicalización, y pérdida de más libertades ciudadanas, más autoritarismo? ¿Qué significa gobernar con el pueblo, si es que el pueblo ya ha votado en contra del partido oficial? Y peor de todo, ¿qué significa gobernar en unión cívico militar? ¿Qué pito tocan los generales y los coroneles a la hora en que los votos dilucidan el asunto del poder? Eso me recuerda al poeta birmano Tin Thit cuando dice, con tanta razón, que: «los votos pueden más que las balas».

El presidente Maduro también ha dicho que si su partido gana las elecciones legislativas, llamará a un diálogo nacional. Es lo que debería hacer también si las pierde. Y lo que debería hacer la oposición si gana. El diálogo es un instrumento de la democracia, y de un poder irreductible.

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