Publicidad
Macri y la política exterior de Chile Opinión

Macri y la política exterior de Chile

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
Ver Más

Es difícil pensar que, en el statu quo actual, Chile adhiriera de manera intensa y como propia a la posición Argentina sobre Malvinas. No hay nada que estratégicamente lo una al vecino con este tema. Más aún, la posición Argentina enreda a Chile en el Pacífico Sur y su posición con Isla de Pascua. A menos que estuviéramos fuertemente amarrados en la estrategia sobre el Polo Sur y las reservas de agua dulce del planeta.


Lord Palmerston, ministro británico de Relaciones Exteriores a mediados del siglo XIX, dijo en una oportunidad que “Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses permanentes”. De tales dichos derivó la máxima del realismo político expresada en la sentencia de que los países no tienen amigos sino intereses.

Es conveniente recordarlo, pues tras la victoria presidencial de Mauricio Macri en Argentina, muchos políticos criollos y prensa especializada conjeturan cambios de escenario a partir de la amistad que algunos chilenos tendrían con el nuevo presidente argentino, o la supuesta admiración de este por el modelo chileno.

Este pensamiento fácil se basa en aspectos que resultan ciertos en las relaciones entre los países. Pero que solo son coadyuvantes, aceleradores o facilitadores de gestiones diplomáticas o relaciones fluidas, pero que no eliminan los intereses nacionales por razones de simpatía.

Basta recordar lo ocurrido en la crisis del gas con Argentina el año 2002 –coincidente con una dura sequía en el país–, en la cual, pese a existir un claro acuerdo de abastecimiento en un Protocolo Gasífero entre Chile y Argentina, esta dejó de cumplir alegando restricciones internas.

En esa misma línea, los intentos de los Presidentes Jorge Quiroga y Gonzalo Sánchez de Losada, que renuncia en octubre de 2003, de construir un gasoducto por Chile, tuvieron en Evo Morales –a la sazón diputado y líder del indigenista Movimiento al Socialismo– a su peor opositor. Ricardo Lagos apuesta al gasoducto y comete el peor error al nombrar a Edmundo Pérez Yoma como Cónsul General en Bolivia y le pone el negocio en una vitrina para que despierte el nacionalismo boliviano. La conclusión es el fracaso total de la “diplomacia gasificada”.

Néstor Kirchner, entonces presidente de Argentina, también tuvo su participación, aunque posteriormente, en la etapa final de la llamada “guerra del gas” en Bolivia, ya una vez producida la estatización con Evo Morales como Presidente. Este abrió un diálogo con todas las empresas presentes en el país y que tuvo muchos roces, duró más de seis meses y terminó con la firma de nuevos contratos. Entre los requerimientos bolivianos estuvo el de “ni una gota de gas para Chile”. El presidente argentino concurrió sin objeciones en las tratativas previas con los gobiernos de la región. La razón era obvia. Pese a que la actitud boliviana violaba normas expresas sobre comercio internacional, y era más que agresiva respecto a Chile, Argentina no podía dejar el campo libre a Brasil en la geopolítica de las principales reservas gasíferas del continente. Otro tanto pensaron Brasil, Francia e Inglaterra. En ese momento Argentina seguía en mora del abastecimiento acordado a nuestro país.

La política exterior chilena no se mueve con realismo sino con ideología. Según sea el gobierno de turno, la influencia del canciller o la perspectiva de los negocios en el escenario. Ha ocurrido con Bolivia y el gas, y también con Perú. La experiencia de los últimos años con este país es aún más que clara sobre lo que no se debe hacer. La “doctrina de las cuerdas separadas” del Presidente Piñera, en medio del debate en La Haya sobre el límite marítimo, es un ejemplo. La elite nacional, transversalmente, no tiene conciencia de los intereses nacionales. De otra manera no se explica que Alan García, tan amigo de los socialistas criollos, no haya trepidado en demandar a Chile, luego llamarlo “republiqueta”, para posteriormente recibir el halago de las elites económicas que lo invitan como expositor principal a sus seminarios empresariales. El imán de posibles negocios parece insuperable.

[cita tipo= «destaque»]La política exterior chilena no se mueve con realismo sino con ideología. Según sea el gobierno de turno, la influencia del canciller o la perspectiva de los negocios en el escenario. Ha ocurrido con Bolivia y el gas, y también con Perú. La experiencia de los últimos años con este país es aún más que clara sobre lo que no se debe hacer. La “doctrina de las cuerdas separadas” del Presidente Piñera, en medio del debate en La Haya sobre el límite marítimo, es un ejemplo. La elite nacional, transversalmente, no tiene conciencia de los intereses nacionales.[/cita]

Es evidente que estos son fuertes aceleradores de cooperación y buenas relaciones. Pero no son mecanismos automáticos. Los negocios deben situarse en una perspectiva estratégica y si, como ocurre con Chile, un país decide hacer de sus relaciones económicas la base de su política exterior, debe entender que necesita encontrar también mecanismos no convencionales para sostener y alimentar el ambiente cultural y diplomático en que estos prosperan. Los negocios no prosperan por inercia.

Volviendo a Argentina, la única iniciativa doctrinaria con proyección estratégica hacia ese país se debe a la Armada y sus iniciativas sobre océano-política a mediados de los años 90 del siglo pasado. Ella, pese a errores de formulación, tenía elementos que el Estado de Chile nunca ha potenciado. Concretar con Argentina –su límite geográfico por excelencia y con el cual comparte área estratégica como la Antártica– un proyecto conjunto que tenga beneficios mutuos y que, en ese entonces, se pensó podía ser la construcción común de fragatas, era una audacia debido a la cercanía con la crisis de fines de los 70 que casi significó un conflicto armado. Pero nadie se atrevió a profundizar en lo esencial de ese pensamiento, y este se disolvió en el tiempo.

Es difícil pensar que, en el statu quo actual, Chile adhiriera de manera intensa y como propia a la posición Argentina sobre Malvinas. No hay nada que estratégicamente lo una al vecino con este tema. Más aún, la posición Argentina enreda a Chile en el Pacífico Sur y su posición con Isla de Pascua. A menos que estuviéramos fuertemente amarrados en la estrategia sobre el Polo Sur y las reservas de agua dulce del planeta.

El Pacífico Sur era un segundo punto de la doctrina océano-política de la Armada que el país no ha aprovechado. No tiene una política de interés estratégico en el mar, sino meramente defensiva o disuasiva. El mar es la bisagra territorial de Chile y su plataforma para la innovación, junto con la minería, y potencia el ingreso del país al circuito del conocimiento tecnológico en la nueva era. Ahí está, esperando una respuesta.

El país debe entender que su posición estratégica en el mundo es sobre la base de intereses, y eso incluye la región. Que la geopolítica y la estrategia han cambiado los puntos focales y rejerarquizado las potencias. Que el interés compartido significa beneficios mutuos y que siempre es mejor andar acompañado, pero de un aliado cierto. Que es necesario inventar y desarrollar mecanismos no convencionales como estacas diplomáticas nuevas que expresen el interés nacional en el exterior. Y que los amigos siempre sirven y son un buen soporte de estos esfuerzos, pero que los países concurren a sus controversias y conflictos en primer lugar solos, apoyados en su poder nacional y con una concepción clara de lo que quieren y cómo pueden obtenerlo. A partir de ahí tienen sentido las alianzas y las amistades. Pensar otra cosa, es puro idealismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias