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Masacre en París: en defensa de los medios, para variar Opinión

Masacre en París: en defensa de los medios, para variar

Marcel Oppliger
Por : Marcel Oppliger Periodista y co-autor de “El malestar de Chile: ¿Teoría o diagnóstico?” (2012)
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Muchos acusaron un intolerable doble estándar, el síntoma de un “colonialismo mental” eurocéntrico que afecta a los medios y sus audiencias, como planteó en este diario Pedro Santander, profesor de la Escuela de Periodismo PUCV. A su juicio, “es la globalización de la hipocresía (…). Los centenares de muertos blancos de Occidente duelen a la Humanidad, los millones de muertos morenos del resto del mundo son apenas una breve crónica, relatada objetivamente”.


A pocos días de los sangrientos atentados del Estado Islámico (EI) en París, surgieron las primeras críticas a la prensa internacional. En esencia no eran cuestionamientos al trabajo periodístico en sí —o sea, a la calidad de la información—, sino a las premisas detrás del reporteo de la mayoría de los medios, incluyendo los chilenos: ¿por qué tanta cobertura sobre las 130 víctimas parisinas de un solo atentado y comparativamente tan poca sobre las muchas que el extremismo mata cada semana en lugares menos glamorosos como Siria, Afganistán, Irak, Nigeria o Yemen?

Muchos acusaron un intolerable doble estándar, el síntoma de un “colonialismo mental” eurocéntrico que afecta a los medios y sus audiencias, como planteó en este diario Pedro Santander, profesor de la Escuela de Periodismo PUCV. A su juicio, “es la globalización de la hipocresía (…). Los centenares de muertos blancos de Occidente duelen a la Humanidad, los millones de muertos morenos del resto del mundo son apenas una breve crónica, relatada objetivamente”.

En realidad, lejos de indicar una moral hipócrita, la cobertura refleja los imperativos, los modos y las funciones del periodismo profesional, que ya comete suficientes pecados como para además cobrarle otros.

Primero, ojo con las comparaciones falaces. Se puede estar 100% en contra de la política exterior norteamericana en Medio Oriente o Asia Central, pero no es correcto decir que el reciente bombardeo por error de un hospital afgano manejado por Médicos Sin Fronteras haya sido un “ataque terrorista” de EE.UU., ni es razonable reclamar que no provocara el mismo “lamento mundial ni medial” que los bombazos de París, como plantea Santander. Si cualquier acto violento que deja víctimas inocentes califica como terrorismo, sin importar sus causas, el concepto pierde sentido.

Segundo, también es engañoso denunciar que el solo hecho de asignar espacios o tiempos distintos a situaciones similares –por ejemplo, atentados terroristas perpetrados en latitudes diferentes– revela per se un sesgo prejuicioso del medio. Visto así, la única manera de rechazar la insultante noción de que hay vidas humanas de primera, segunda y tercera clase sería dar igual cobertura –o sea, igual prioridad periodística– a todos los ataques, ocurran donde ocurran. Absoluta objetividad numérica: que el body count defina el valor noticioso, sin distinción de colores, religiones, nacionalidades, medios, motivos, etc. (el sueño de los terroristas, por cierto).

Esta idea ignora que el principal desafío de la prensa es seleccionar, dentro de un vastísimo y cambiante conjunto de potenciales noticias, qué cosas publicar/transmitir en un espacio/tiempo necesariamente finito. Se trata ni más ni menos que de un esfuerzo incesante, siempre imperfecto, por filtrar la realidad y hacerla comprensible con una cantidad limitada de palabras e imágenes.

El periodismo usa herramientas conceptuales que hacen manejable esa compleja tarea de selección: los criterios noticiosos de actualidad, novedad, cercanía, relevancia y consecuencia. No son los únicos posibles y el debate al respecto es permanente, pero son claves para presentar la realidad en términos informativos, es decir, que nos ayuden a darle sentido en el marco de nuestra experiencia, si bien nunca a abarcarla en su totalidad. Esto, no la hipocresía institucional, explica por qué los medios no cubren con la misma intensidad todos los atentados terroristas, todas las elecciones, todos los escándalos, todos los terremotos, todos los partidos de fútbol, en fin.

[cita tipo= «destaque»]Ser realistas no es ser moralmente ambiguos. El Estado Islámico ha asesinado a muchísimos más iraquíes y sirios que a ciudadanos europeos, es cierto. Y no hay ética que resista el argumento de que las vidas de los primeros (“pobres, morenos y musulmanes”) valen menos que las otras (“ricos, blancos y cristianos”). Pero la prensa no puede ignorar que la masacre de París es una noticia más importante, pues gatilló cambios en la política migratoria de la Unión Europea, la respuesta policial coordinada de varios países, nuevas alianzas entre grandes potencias (Francia-Rusia), el giro de la ONU, la ampliación de la ofensiva militar internacional contra el EI, el debate europeo sobre límites a la libertad religiosa, la negativa de varios estados norteamericanos a acoger refugiados sirios y hasta eventuales efectos en la campaña electoral por la Casa Blanca, entre otras consecuencias que claman atención periodística.[/cita]

Ser realistas no es ser moralmente ambiguos. El Estado Islámico ha asesinado a muchísimos más iraquíes y sirios que a ciudadanos europeos, es cierto. Y no hay ética que resista el argumento de que las vidas de los primeros (“pobres, morenos y musulmanes”) valen menos que las otras (“ricos, blancos y cristianos”). Pero la prensa no puede ignorar que la masacre de París es una noticia más importante, pues gatilló cambios en la política migratoria de la Unión Europea, la respuesta policial coordinada de varios países, nuevas alianzas entre grandes potencias (Francia-Rusia), el giro de la ONU, la ampliación de la ofensiva militar internacional contra el EI, el debate europeo sobre límites a la libertad religiosa, la negativa de varios estados norteamericanos a acoger refugiados sirios y hasta eventuales efectos en la campaña electoral por la Casa Blanca, entre otras consecuencias que claman atención periodística.

Sin embargo, la tercera explicación para el supuesto ADN hipócrita de la prensa es la más preocupante. Según lo expresa el profesor Santander, “el 80% de las comunicaciones mundiales son controladas por 6 corporaciones transnacionales, todas ellas lideradas por blancos hombres occidentales, admiradores y defensores del capitalismo. Son sus agendas, sus valores, su clasificación social y racial los que a diario se transforman en información mediática planetaria y se postulan como valores universales”.

Si aceptamos esta premisa de caricatura, ¿para qué formar a nuevas generaciones de periodistas que únicamente serán replicadores de las ideologías y prejuicios de los propietarios de medios? De nada sirve hablarles de información veraz, diversidad de fuentes, autonomía profesional o pretensión de objetividad si van a reflejar sumisamente “las agendas” de unos pocos potentados y nada más –seguro que no lo hacen los periodistas de El Mostrador, ya que estamos acá–.

La idea de un club de plutócratas coludidos para manipular la información a escala global es de un simplismo infantil en el sofisticado mundo moderno y desconoce innovaciones de marca mayor, como el éxito internacional de la cadena árabe Al Jazeera. Bajo ese prisma pesimista, no tiene sentido ni enseñar periodismo ni informarse por la prensa, ahora o nunca.

Eso es tener en muy baja estima el profesionalismo y la ética de quienes trabajan en los medios. Pero lo más grave es que niega de plano la posibilidad de que exista una prensa libre como institución básica de las sociedades democráticas, ya que solo concibe a los periodistas como engranajes pasivos de un sistema que no los deja pensar ni actuar por su cuenta. En mi experiencia en revistas y diarios, los periodistas no son simples cajas de resonancia de los propietarios y nadie espera que lo sean; no se sienten responsables por su trabajo primero ante el dueño, sino ante sus editores y el público.

Esto no significa que la profesión o la industria estén más allá de toda crítica, ni mucho menos. Pero sean cuales sean sus imperfecciones, quienes vivimos en sociedades abiertas y democráticas contamos con el sistema informativo más confiable en la historia. Es bueno recordarlo, porque no es poca cosa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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