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La gratuidad tramposa: el fin de la era prometeica de Bachelet Opinión

La gratuidad tramposa: el fin de la era prometeica de Bachelet

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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Fue más el Congreso que La Moneda; fue más la discusión parlamentaria que la presión del Ejecutivo; fue más, al fin y al cabo, la distribución del poder entre los diputados y los senadores que el poder de una Presidenta ya sin una simbólica teológica, lo que hizo posible esta ley de gratuidad, para esquivar así la vergüenza ante la opinión pública que, como todos saben, está expectante para saber a quién indicar con el dedo de la gracia en las elecciones municipales, ahí no más, a la vuelta de la esquina.


Con el advenimiento de la gratuidad tramposa, hemos asistido al fin de una era, la era prometeica de Michelle Bachelet. La era en la que creíamos en la idea de que una mujer, canonizada de un sinfín de poderes mágicos, podría robarse el fuego por el solo hecho de ser ella quien era, y entregarnos el secreto de un mundo político exento de las lógicas –atávicas a esta altura– de mercado.

La idea prometeica rentó fundamentalmente por la simbólica de poder que encerraba. Régis Debray, en su ensayo Crítica de la razón política, decía algo que cobra total relevancia hoy por hoy: “Una idea no es eficaz porque ella sea verdadera, sino por ser creída como tal”. Nadie puede dudar que la idea política “Michelle Bachelet” fue creída como verdadera y que fue eficaz: se recuperó el poder del Estado y se copó el gobierno con una nueva elite burocrática.

Los análisis del “fenómeno incombustible” de su popularidad pasaban todos por un análisis teológico-político: la simbólica de la magia, de la mística, del misterio, de la canonización. Michelle Bachelet fue para todos durante mucho tiempo una reina medieval con dos cuerpos, uno político y otro teológico. Sus prácticas, sus acciones, sus palabras, más que políticas, fueron siempre litúrgico-sacramentales. Su poder soberano no venía por el hecho de triunfar en las urnas, sino por la fe de un pueblo devoto en su poder de sanación: la madre, la santa, la reina.

Hoy sin embargo, la idea prometeica de Michelle Bachelet no es más que oropel teológico. La gratuidad tramposa, más que el affaire Dávalos, lo vino a confirmar. Esa legitimización simbólica se acabó, y huelga advertir que se acabó en acto y no solo simbólicamente.

Ni el apuro y las chaplinadas de las que, desde el glosazo de Valdés a la ley corta de Eyzaguirre, fuimos testigos; ni la chapucería cantinflera del discurso oficial de la gratuidad que se arropó de derecho social y de triunfo histórico; ni, menos, la mediocre defensa que el gobierno hiciera de su iniciativa ante el Tribunal Constitucional, son tan relevantes como el hecho de que esta vez no haya sido Michelle Bachelet la protagonista principal de este supuesto triunfo de la gratuidad y del supuesto cumplimiento de una promesa de Programa.

[cita tipo=»destaque»]Una de las claves para entender por qué esta gratuidad es tramposa es atender al hecho de que no sea impugnada ante el Tribunal Constitucional si contiene los mismos vicios de aquello que sí fue impugnado. A la derecha y al rector de la PUC le gusta esta gratuidad. Al rector de la Universidad Adolfo Ibáñez, Andrés Benítez, no le gusta esta gratuidad, pero su actitud recuerda a la de esos “cuicos tira’os a flaite” que son chorizos y guapean, pero de lejos no más, porque, a la hora de irse a los combos, no tienen el coraje de presentar un libelo al Tribunal Constitucional impugnando lo que consideran regresivo, injusto o qué se yo.[/cita]

En efecto, fue más el Congreso que La Moneda; fue más la discusión parlamentaria que la presión del Ejecutivo; fue más, al fin y al cabo, la distribución del poder entre los diputados y los senadores que el poder de una Presidenta ya sin una simbólica teológica, lo que hizo posible esta ley de gratuidad, para esquivar así la vergüenza ante la opinión pública que, como todos saben, está expectante para saber a quién indicar con el dedo de la gracia en las elecciones municipales, ahí no más, a la vuelta de la esquina.

¿Podemos llamar a esto disciplina de coalición? Evidentemente, no. La Nueva Mayoría es un spaghetti western lleno de vaqueros sudados por la fiebre del oro y dispuestos a hacer lo que sea por unos cuantos dólares más. Un western repleto de malos y feos, pero hasta el minuto sin ningún bueno que pueda elaborar siquiera principios y orientaciones políticas desde donde al menos alinearse. Hoy la Nueva Mayoría es un séquito de “Testigos de Michelle” que domingo a domingo por la mañana, a la hora menos prudente, tocan el timbre de tu casa para predicar la palabra de una diosa, en una sociedad que ya se secularizó completamente de ella. La Nueva Mayoría nació porque Michelle Bachelet y su simbólica teológica era lo mejor que tenía para volver al poder: ella era también su reina, pero en un full de póquer. Esto que sucedió con la gratuidad evidentemente no puede ser llamado disciplina de coalición, es simple interés por ganar la mano. Para la Nueva Mayoría nunca hubo reinas, solo cartas en un full de póquer.

Una de las claves para entender por qué esta gratuidad es tramposa es atender al hecho de que no sea impugnada ante el Tribunal Constitucional si contiene los mismos vicios de aquello que sí fue impugnado. A la derecha y al rector de la PUC le gusta esta gratuidad. Al rector de la Universidad Adolfo Ibáñez, Andrés Benítez, no le gusta esta gratuidad, pero su actitud recuerda a la de esos “cuicos tira’os a flaite” que son chorizos y guapean, pero de lejos no más, porque, a la hora de irse a los combos, no tienen el coraje de presentar un libelo al Tribunal Constitucional impugnando lo que consideran regresivo, injusto o qué se yo. ¿No tiene el coraje el rector Andrés Benítez, o en el fondo razona como toda la derecha y el rector de la PUC?

La gratuidad de Michelle Bachelet y la Nueva Mayoría es tramposa porque hace creer que se ha terminado con la educación de mercado, con la idea de la educación como un bien de consumo e inversión; porque hace creer que por fin el mérito será la clave de ascenso en una sociedad que se obstina por el billetón que cada uno tiene en su cuenta corriente, si de ascenso social hablamos; porque nos inventa un mundo que no existe, pues este no es un país para débiles, viejos o pobres: es el mismo país que teníamos sin esta gratuidad. Ahí la trampa. La trampa de este neoliberalismo con rostro humano, neoliberalismo con redistribución social, neoliberalismo con gratuidad.

Lo relevante, sin embargo, fue este nuevo ejercicio del poder en la era de Bachelet. Ella importa menos, gravita menos, interesa menos. Lo que ella y La Moneda hicieron fue crear y crear más problemas, las soluciones vinieron siempre, más que del Ejecutivo, de la voluntad interesada del circuito de poder en el Congreso. Tiene aún en sus manos la fuerza del Estado, que no es menor, pero, a la vista de los acontecimientos, a ella no le interesa ni forjar ni construir poder, le interesa solo recuperarse en las encuestas, creyendo (ella misma presa de su propio mito prometeico) que con unos puntos más en la CEP podrá volver a poseer la simbólica teológica que tristemente perdió.

Lo relevante de este nuevo ejercicio del poder que implicó esta gratuidad tramposa, fue que en acto pudimos atender al nuevo teatro que se abre ante nosotros en un mundo de poder sin Bachelet, perdida, qué duda cabe, en el marasmo mental tejido entre ella y sus dos hijos, Dávalos y Peñailillo, marasmo por cierto que fácilmente podría ser zanjado por la Dra. Polo o, mejor, por la única, grande y nuestra, Carmen Gloria Arroyo, La Jueza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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