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El paro de la DIBAM: Los malestares en la cultura

El paro de la DIBAM: Los malestares en la cultura

«La pregunta que debe realizarse, por tanto, no es la de por qué los medios de comunicación no informan este paro en particular, sino la de por qué este paro es uno de los tantos que han sido invisibilizados mediáticamente. Para ello, evidentemente, es necesario ir más allá del discurso de la cultura como un espacio social aislado que ha acompañado el despliegue de la institucionalidad cultural por parte de Ivelic y otros tantos».


«En el colegio se enseña que cultura es cualquier cosa rara
menos lo que hagas tú” (Los Prisioneros)

La triste mezcla entre el seco calor santiaguino, la necesidad de descansar sin poder salir de la ciudad y la dificultad para hallar actividades gratuitas en la capital se ha confabulado para que, durante ya más de diez años, destaque en el enero capitalino el festival que lleva por engañoso título, dados los precios de la mayoría de los eventos y una creciente pero limitada extensión a otras ciudades, “Santiago a mil”. Allí no solo se han exhibido obras de danza, música y teatro, sino también los singulares paseos de títeres gigantes por el centro de la capital, ampliamente cubiertos por los medios de comunicación. Hace algunos años el más recordado de tales personajes, una muñeca gigante, fue visitado (a diferencia de la mayoría de los movimientos sociales, quizás demasiado reales) por la Presidenta Bachelet.

Y es que la amplia valoración del evento, por parte de los medios de comunicación y del Estado, trasciende la diplomacia que refleja, por ejemplo, el hecho de que este año haya acudido el Ministro Elizalde a la inauguración del festival. Su exitosa gestión privada, no carente de apoyo monetario por parte del Estado, parece haberse instalado como modelo de la alianza entre privados y públicos que se ha impuesto como modo privilegiado de financiamiento de la cultura en las últimas décadas. Auspiciado, entre otros, por Costanera Center y Minera Escondida, el festival en cuestión instala una inédita posibilidad de consumo cultural -y de trabajo para los profesionales de la cultura, no está demás decirlo- a nivel nacional, como parecen reconocerlo los distintos medios de comunicación. Por ejemplo, Teletrece se vale de su realización para referir a enero como el “mes del arte”.

Simultáneamente, los trabajadores de algunos de los más importantes espacios estatales de producción cultural despliegan hoy otra agenda, mucho menos predecible y muchísimo menos reconocida por los medios o las autoridades de gobierno. A saber, el necesario paro de funcionarios de la DIBAM que se extiende desde mediados de diciembre. La simultaneidad de una y otra de esas escenas, por cierto, poco tiene de paradójico. Antes bien, expresa cierto síntoma del presente neoliberal de la producción cultural, la cual es capaz de brindar el espectáculo de la organización privada de un mes de la cultura, a la vez que desarticula cualquier posibilidad de establecer una política de la cultura de carácter público y participativo, revelando la incapacidad del gobierno de dialogar incluso con los profesionales que serían parte del futuro Ministerio. Ni qué decir, por ende, de una posible participación por parte de otros productores culturales, de las universidades o de otros actores sociales. Esto es evidente al notar que el paro de los funcionarios no se debe a la falta de una política cultural, sino a lo contrario. Esto es, a un proyecto que se ha celebrado sin ser conocido, ni mucho menos discutido públicamente. Como bien remarcó Pablo Chiuminatto, bastó con que algunos participantes del proyecto conocieran su versión definitiva para que estallase el conflicto, dado que lo propuesto soslaya las propuestas de los profesionales que allí trabajan.

El paro en cuestión, lamentablemente, no ha recibido la atención que merece. Podemos destacar, por cierto, que la Universidad Austral y los sitios de memoria Villa Grimaldi y Londres 38 han manifestado su apoyo, sin que esto se haya replicado por parte de otras instituciones o grupos organizados. Predeciblemente, la clase política no ha manifestado opinión alguna al respecto, con la digna excepción de Gabriel Boric, a través de un video que se ha subido (al igual que las otras declaraciones de apoyo) en la página del movimiento en paro. Tampoco ha existido gran apoyo, y no sabemos si esto es más o menos preocupante que lo anterior, por parte de los artistas de renombre. Hasta el momento, de hecho, ninguno de los ganadores del Premio Nacional de Arte se ha manifestado. Solo unas pocas bandas musicales y un grupo de poetas se han manifestado en el espacio público, con destacables iniciativas para apoyar a los trabajadores en paro, a lo que se puede sumar el apoyo del ya mencionado Chiuminatto o Juan Radrigán.

La mayoría de los personajes ligados al arte y la cultura, sin embargo, ha mantenido un silencio desmovilizante. Desde su desencanto, el curador y crítico de arte Justo Pastor Mellado al menos ha sido más franco al describir que la situación “a nadie le importa mucho”, lo que pareciera confirmar Pablo Ortúzar al describir como “irrelevante” el paro, no sin antes cuestionar la falta de preocupación por mejorar la infraestructura cultural a partir de una política de donaciones.

Las pocas opiniones emitidas, como las de los textos recién mencionados, se limitan a pedir más importancia e independencia para la cultura, lo cual habría de traducirse en más financiamiento (público o privado) y más institucionalidad. Pierden por ello la chance de abrir la necesaria reflexión instalada por el paro acerca de qué podría comprenderse por cultura en el futuro Ministerio de las Culturas, o la pregunta por los motivos por los cuales debiera ser importante hoy para Chile la creación de nuevos espacios e instituciones culturales. Todo lo contrario, la cultura parece un espacio ya delimitado, ajeno a la política.

En esa línea, el pasado domingo Milan Ivelic, quien dirigiera el Museo Nacional de Bellas Artes entre los años 1993 y 2011, expresa su apoyo al paro en una carta que no ha carecido del siempre fugaz éxito en las redes sociales. En ella, Ivelic contrapone la falta de atención que ha padecido el paro a lo que, según narra, acontece con otros paros en el país: grandes titulares en los medios de comunicación y rápida movilización de la autoridad pertinente para solucionar el problema. Si ello no ha acontecido, señala, es porque pareciera no haber interés en las instituciones paralizadas, salvo para los funcionarios que se movilizan. Por ello, culmina su misiva con una lectura del paro como una manifestación del desinterés nacional por tales espacios: “La conclusión es obvia: en una escala de valores, el patrimonio cultural no tiene mayor importancia. ¿No estará en esta deslegitimación del cuidado del patrimonio que le compete a la Dibam la causa del paro?”

Es bastante obvio que Ivelic se equivoca al creer que las huelgas en Chile suelen generar interés mediático y soluciones políticas. Las que logran ello son las que permiten a los grupos hegemónicos instalar su discurso de crítica a quienes se movilizan en nombre del orden público, tales como los recientes paros de los funcionarios del registro civil y de los camioneros. Que Ivelic pueda creer que esas excepciones son la norma, desconociendo la existencia de muchísimos más conflictos invisibilizados en Chile, es el mejor ejemplo de que, a diferencia de lo que cree, los medios de comunicación suelen no informar las paralizaciones de trabajadores. Y de que no destacan por su preocupación o veracidad en los pocos casos en los que sí lo hacen. Por ejemplo, a propósito del conflicto que comentamos, la nota de Emol prefiere destacar la cantidad de personas que no han podido asistir a los museos (“cuando acaba de comenzar la época estival y los turistas aumentan”, como parte el escrito) antes que las presiones que los trabajadores han denunciado.

La pregunta que debe realizarse, por tanto, no es la de por qué los medios de comunicación no informan este paro en particular, sino la de por qué este paro es uno de los tantos que han sido invisibilizados mediáticamente. Para ello, evidentemente, es necesario ir más allá del discurso de la cultura como un espacio social aislado que ha acompañado el despliegue de la institucionalidad cultural por parte de Ivelic y otros tantos. Esto exige analizar menos “la escala de valores” del país y más un modo de producción que establece la ganancia privada como móvil de toda iniciativa, de modo tal que precariza los espacios en los que se juegan otros intereses que los de los grandes grupos económicos del país. Si el conflicto de la DIBAM no ha recibido la atención merecida no es porque Chile no sea un país “culto”, sino porque en el modelo imperante el paro de los trabajadores de la DIBAM no podría tener el lugar que Ivelic desea dentro de las preocupaciones políticas y mediáticas.

La cuestión no pasa entonces porque Chile sea o no un país culto sino porque no cumple con los estándares de la “alta cultura” que Ivelic desea. Así mismo, la causa del paro no es la deslegitimación de la cultura en la escala de valores de la nación, sino la precarización de los trabajadores de la cultura propia de un orden neoliberal en el que las instituciones culturales no podrían tener gran legitimidad. Para que la producción cultural posea un rol más relevante, por ende, no basta con alegar por más cultura, ya que esto solo sería posible con otra forma de producción en general. Evidentemente, esto requiere superar el reclamo gremial y aséptico que elabora un discurso de la cultura que se desea al margen de la política, y tomar posición en las disputas por la construcción de otro tipo de Estado. Para el caso, uno que promueva la participación de los trabajadores en lugar de tender progresivamente a contratar por honorarios, así como una política cultural de medios de comunicación que dispute la agenda privada de los medios de comunicación en lugar de subsidiar las más exitosas iniciativas de los privados.

Es falso, en efecto, que los políticos y los medios de comunicación no se preocupen por la cultura: el ya mencionado ejemplo de Santiago a Mil así lo muestra. Por tanto, lo que debemos cuestionar es la concepción de la cultura que allí se pone en circulación, y no es muy difícil notar que es la de la cultura como espectáculo. Ante un modelo que exige la ganancia, los medios de comunicación de masas prefieren mostrar lo que genera rating político o mediático, a través de discursos que reproducen el sentido común. La caminata de una muñeca gigante por el centro o un portonazo en el sector oriente pueden ser una representación de interés para los medios. Por el contrario, desde esa lógica la mayoría de las obras que existen en las instituciones de la DIBAM, así como la lucha de sus trabajadores, poco o nada de importancia puede tener. En ello reside, por cierto, su dignidad.

Ciertamente, esta situación puede cambiar, para lo cual es necesaria la construcción colectiva, con y más allá del Estado, de un público más amplio de otro tipo de cultura, más crítica y reflexiva. Para ello no basta con dotar de más dinero o instituciones a los reducidos espacios culturales ya existentes, sino que debemos construir una nueva concepción de la política cultural que no solo pueda extenderse gratuitamente durante el año y por distintas zonas del país, sino que además busque ampliar su público más allá de las reducidas élites que hoy visitan teatros y galerías, o de quienes se suman al efímero consumo de uno u otro espectáculo. Es interesante, en ese sentido, que el paro de la DIBAM se haya manifestado, en buena parte, a través de eventos públicos, con mayor vocación de apertura que la que poseen regularmente sus instituciones. Pareciera, entonces, que el paro no solo interrumpe los horarios del museo, sino también su lógica. Esta lúcida estrategia de los trabajadores no solo permite visibilizar sus luchas, sino también imaginar futuras políticas culturales de otro tono.

Es obvio que la cuestión no se juega, por tanto, en estar a favor o en contra de Santiago a Mil, o de otras iniciativas privadas, sino en cuestionar la retirada neoliberal del Estado en el ámbito de la producción cultural, siendo uno de sus más graves corolarios la falta de una política cultural que se extienda durante el año por las distintas regiones del país. Ante ello, la oferta privada termina siendo la única posibilidad de acceder a obras de calidad, mediada por la capacidad de pago o la fortuna de dar con alguna de las obras gratuitas, asó como de vivir en alguna de las ciudades a las que Santiago a Mil decide asistir, todo lo cual está condicionado por la caridad de los donantes de turno.

Es justamente por ello que lo que debe discutirse no es cómo mejorar la gestión neoliberal de la producción cultural, sino cómo construir una política cultural que no parta de la lógica neoliberal del subsidio de aquello que el mercado no satisface. Algo de ello hemos intentado comenzar a proponer, por cierto, en un artículo surgido de la Fundación Nodo XXI que puedo mencionar sin tanta vergüenza porque, al igual que este escrito, ha surgido de una reflexión colectiva que excede a quienes allí firmamos.

Los trabajadores de la DIBAM han resaltado, con lucidez, cierta ironía. De no haberse manifestado su paro, se habría exhibido al público en el Museo Nacional de Bellas Artes una muestra de muralismo mexicano que no fue presentada en el pasado debido al Golpe de Estado. Mientras el ministro Ottone ha interpretado la exposición como el cierre de una deuda histórica, los trabajadores muestran que la deuda del Estado chileno con la democratización de la cultura está lejos de cerrarse. El corte neoliberal de la anterior política cultural democrática impidió que, en ese entonces, se mostrase un tipo de producción cultural que nace con el deseo de ampliar su público hasta niveles inéditos. Su justo rechazo a la continuidad del orden entonces impuesto es la que hoy, tras varios gobiernos neoliberales, vuelve a impedir la presentación de tales obras.

Habría que añadir, quizás, otra irónica astucia de la historia para concluir. La actual versión de Santiago a Mil contempla un homenaje a Shakespeare, a cuatrocientos años de su muerte. Curiosamente en la cartelera no se encuentra Hamlet, sino una obra contemporánea sobre Yorick, el antiguo bufón del rey cuya calavera toma el príncipe danés al reflexionar. La pieza en cuestión es representada por Francisco Reyes, uno de los actores que más ha aparecido en las propagandas electorales de la Concertación y que hoy es vicepresidente de la Fundación Teatro a Mil. En otro teatro dentro del teatro, pareciera allí mostrarse que, según el orden del presente, el espectro que retorna no es el que demanda la justicia contra el Golpe, sino aquel que ha entretenido al poder que se considera legítimo. Ante ello, y ante tanto más, resulta necesario construir otra cultura capaz de oponerse a este y otro poder. Más que la del buen Yorick, quizás una versión de la historia del viejo topo de Hamlet nos pueda ayudar en ello. Quedará por ver quién ose presentarla.

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