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La descomposición moral de la Iglesia chilena


Si hace solo 10 años alguien nos hubiese dicho que Cristián Precht, Gerardo Joannon, Fernando Karadima y John O’Reilly iban a estar sancionados por la Justicia o por la propia Iglesia por pederastia u otros graves delitos, lo habríamos considerado loco u odioso enemigo de la Iglesia.

¡Estamos hablando de pastores que fueron enormemente admirados por distintos sectores de la Iglesia chilena! ¡Que difícilmente –al menos respecto de alguno de ellos– no hubiesen suscitado la identificación de los católicos chilenos; y no hubiesen sido vistos como líderes ejemplares! ¡Que estimularon decenas de vocaciones sacerdotales!

Es cierto que nuestra Iglesia, a nivel mundial, sufre quizá la más profunda crisis desde la Reforma. Pero difícilmente en algún otro país se ha llegado a esta verdadera hecatombe de su liderazgo sacerdotal. Recordemos que ya a comienzos de los 2000 se habían producido los penosos casos del obispo Cox, del cura Tato y de Miguel Ortega; amén de muchos otros casos de sacerdotes menos conocidos.

[cita tipo=»destaque»] Por si todo lo anterior fuese poco, hemos quedado más atónitos (si cabe la expresión) con dos nombramientos papales: el del cardenal Francisco Javier Errázuriz como miembro de la comisión de nueve cardenales encargada de la reorganización de la Curia vaticana. Y el del obispo Juan Barros en la diócesis de Osorno.[/cita]

Peor aún, a través de los libros de Mónica González (El imperio de Karadima) y de María Olivia Monckeberg (Karadima, el señor de los infiernos), nos hemos enterado del tenebroso entramado que se generó en la Parroquia de El Bosque (que dio lugar también a una película), y de la virtual protección de que disfrutó Karadima por muchos años por parte de las más altas jerarquías del arzobispado de Santiago.

Por si todo lo anterior fuese poco, hemos quedado más atónitos (si cabe la expresión) con dos nombramientos papales: el del cardenal Francisco Javier Errázuriz como miembro de la comisión de nueve cardenales encargada de la reorganización de la Curia vaticana. Y el del obispo Juan Barros en la diócesis de Osorno. En el libro de Mónica González queda abrumadoramente demostrado que Errázuriz recibió en 2003 la primera denuncia respecto de Karadima; y que ¡hasta 2009 dejó “en receso” su prosecución! Y quedó comprobada la participación de Barros en numerosas actuaciones deplorables del propio Karadima.

Y por si lo anterior no hubiese sido suficiente, pudimos ver por televisión las torpes y penosas descalificaciones papales de gran parte de los fieles de Osorno, quienes de manera ejemplar han expresado su rechazo a un nombramiento diocesano tan vergonzoso como escandaloso.

Si no hay una enmienda de la Jerarquía de estos graves errores, todo indica que estaremos llegando a una total descomposición moral en la Iglesia chilena…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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