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Rutinas veraniegas

Por: Rodrigo Reyes Sangermani


Señor Director:

Tradicionalmente el verano supone una serie de reflexiones inútiles y repetidas como en un almanaque que describe los hitos respecto de los cuales nos movemos. Notas tontas en los noticiarios, festivales llenos de mal gusto, las mismas playas, los mismos destinos en el sur y en el norte, las mismas picadas en un Santiago hermoso sin santiaguinos, los mismos platos decorados para la foto, el exceso de alcohol coronado en una fatua algarabía, pasteles políticos haciéndose los lindos con vocerías pasajeras, circunstanciales y frívolas; un súbito interés popular por los vestidos de la Gala, los pingos del Sporting y las películas del Óscar.

Los equipos de fútbol que contratan entrenadores que nunca han entrenado, los clubes que hacen su noche de color para presentar a sus «refuerzos», las mamás previsoras preocupadas oportunamente de los útiles escolares, los giles de siempre que empiezan a quejarse en una larga cola para la revisión técnica confesando el orgullo de ser chileno por dejar todo para el último día y la constatación que en las carreteras a los mismos les encante conducir por la izquierda aunque a su derecha vaya un camión a su misma velocidad.

Por suerte, y aquí viene la ya mencionada inútil reflexión, es que siempre el verano se abre a la posibilidad de satisfacer una de las más hermosas fantasías gastronómicas cual es disfrutar de un plato de hermosas lenguas de erizo, salpicadas del fragante aroma del perejil, del crujiente sabor de la cebolla y del zumo de un limón que serpentea orgulloso cada poro exuberante de tan sabroso equinodermo nacional. Todo ello sin culpa, con siesta y buen vino para distraer el cuerpo, la conciencia y el espíritu de las más torpes rutinas veraniegas.

Rodrigo Reyes Sangermani

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