Publicidad
Chile: la crisis, la crítica y el peso del orden Opinión

Chile: la crisis, la crítica y el peso del orden

El resultado de lo anterior es que podemos encontrarnos con una situación donde la indignación puede alcanzar altísimos niveles –tal como se puede apreciar en las encuestas de toda índole en nuestro país– sin que ello desemboque en la articulación de una fuerza crítica que permita movilizar la indignación en una dirección transformadora.


El nuevo espíritu del capitalismo, de Boltanski y Chiapello, es, sin lugar a dudas, una de las más grandes obras de la sociología contemporánea y, a pesar del material en que se sustenta y el contexto en que se escribe, posee un carácter eminentemente universal. Pareciera ser una cruel broma del destino –para nuestra clase política, por supuesto– que una obra que dedica varios centenares de páginas a analizar el fundamental rol que juega la ideología en la legitimación del capitalismo tenga tanto que decir sobre nuestro país.

Si sobre algo hay consenso entre políticos y analistas es que en Chile hay una crisis. Pero ¿crisis de qué? Bueno, eso pareciera estar todavía en la nebulosa. Se podría decir que hay, a lo menos, dos posturas al respecto.

Por un lado, está la conocida hipótesis de Alberto Mayol sobre el derrumbe de nuestro modelo de sociedad producto de la profunda fractura que mostró el movimiento estudiantil de 2011 –fractura que para Carlos Ruiz fue expuesta el 2006–, para la cual el actual contexto de desprestigio de la clase política, y la elite en general, no es sino parte de dicho derrumbe. Por otro lado, tenemos la hipótesis de Carlos Peña, que resalta el éxito de la modernización capitalista en nuestro país y que explica la actual crisis como el malestar de aquellos que creen en el modelo y reprochan a quienes no respetan su contenido normativo –la competencia, el mérito, la libertad, etc.–.

Para quienes confían en la hipótesis-Mayol, estaríamos en presencia de una crisis que apunta directamente al corazón de nuestro modelo, sus instituciones, y que debería dar origen a una nueva organización de lo social. Por su parte, para quienes confían en la hipótesis-Peña, la crisis sería en realidad una demanda por fortalecer las bases del modelo, por incluir en sus beneficios a una mayor cantidad de población y por el respeto de sus premisas.

Lo que hay entonces es una crisis, pero una que no se deja apresar bajo un rótulo inequívoco: se ha hablado de crisis de legitimidad (¿de qué?), de crisis de confianza (¿hacia qué?), de crisis de las instituciones (¿cuáles?), de crisis de la elite (¿cuál?), de crisis de credibilidad (¿hacia quiénes?)… Pareciera que la crisis por la que atraviesa nuestra sociedad impacta en igual medida a sus intérpretes autorizados, lo que genera la sensación de que todo está en crisis. Es en este punto donde Boltanski y Chiapello pueden decirnos algo.

Si hubiese que sintetizar su trabajo en una sola premisa, esta sería que el capitalismo no logra sobrevivir y expandirse a pesar de la crítica, sino que lo hace justamente gracias a esta. Crítica y capitalismo no son, pues, elementos antitéticos, debido a que este último, al no tener otro objetivo que la acumulación ininterrumpida de capital, debe buscar fuera de sí los fundamentos morales que le garanticen su legitimación en el plano sociopolítico. He ahí el rol productivo de la crítica: los insumos para la construcción de los discursos legitimadores del capitalismo provienen, paradójicamente, de las fuentes que pretenden subvertirlo. La crítica no solo puede producir crisis, puede también colaborar en su superación.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que la crítica no es un elemento natural ni automático, por lo que requiere necesariamente de su construcción. Boltanski y Chiapello hablan de “fuentes de indignación” para referirse a la materia prima de la crítica. La indignación puede entenderse como el resultado de la vivencia de una experiencia desagradable que suscita la queja individual o colectiva. Es esta dimensión esencialmente emotiva y sentimental la que abre el espacio para la emergencia de la crítica. Esta última constituye, por tanto, un segundo movimiento donde la indignación es articulada junto con un cuerpo teórico y una retórica argumentativa que pueda vincular el padecimiento con una dimensión general de bien común. Podemos colegir, entonces, que mientras puede haber indignación sin crítica, no puede haber crítica sin indignación.

[cita tipo= «destaque»]Si bien la indignación no es equivalente a la crítica, ni la crítica es equivalente a transformación, es tarea de la izquierda convertir lo anterior en necesidad. De lo contrario, la crisis se abrirá espacio para que en su lugar caiga todo el conservador peso del orden.[/cita]

El resultado de lo anterior es que podemos encontrarnos con una situación donde la indignación puede alcanzar altísimos niveles –tal como se puede apreciar en las encuestas de toda índole en nuestro país– sin que ello desemboque en la articulación de una fuerza crítica que permita movilizar la indignación en una dirección transformadora. Es este carácter artificial y performativo de la crítica, en el sentido que no está inscrita en la naturaleza de las cosas sino que debe ser elaborada, lo que hace difícil coincidir con la localización de “la izquierda” que estableció Noam Titelman en una reciente columna en este medio (‘El más de izquierda’): “Donde estén los intereses de los trabajadores y de los desahuciados está la izquierda y, al reconocernos, podemos alegrarnos de sus victorias”.

Entender a la izquierda (y, por extensión, a la crítica) como el efecto de un acto de reconocimiento de intereses previamente establecidos entre dos entidades plenamente constituidas retrotrae el debate hacia las turbias aguas del esencialismo y la falsa conciencia. Es, muy por el contrario, debido a que no hay tal cosa como intereses de los trabajadores y los desahuciados que la izquierda tiene algo que decir, ya que esta no ocupa un lugar determinado en el mundo sino que se lo construye ahí donde existe indignación y malestar. Su localización es, por tanto, allí donde la indignación es transformada en crítica y se logra articular luchas que no tienen una vinculación directa. La izquierda y los intereses de trabajadores, desahuciados y demás oprimidos, se construyen en un mismo movimiento, y el surgimiento de la crítica es su resultado.

Pero no todo es tan sencillo. Varias décadas atrás, Theodor Adorno ya había reparado en el hecho de que el crítico nunca está, por más que lo quiera, por sobre su objeto. Es desde los márgenes de este que el crítico alza la voz, por lo que siempre hay algún grado de legitimación indirecta de lo criticado. Es esta dialéctica entre crisis y crítica la que no parece dar tregua. Pero los recientes sucesos acaecidos en nuestro país dan muestra de que no solo el modelo puede obtener fuerzas legitimadoras desde la crítica –como demuestran Boltanski y Chiapello–, sino que también puede obtenerlas de la propia crisis. La clave de esto la entrega Ernesto Laclau en La razón populista: “En una situación de desorden radical se necesita algún tipo de orden y, cuanto más generalizado es ese desorden, menos importante se vuelve el contenido […] de aquello que restaura el orden”.

El hecho de que sea tan difícil asignarle un nombre definitivo a la crisis por la que atraviesa nuestro país, como dijimos, genera una agudización de la misma.

Ante la dificultad de encontrar un marco interpretativo que le otorgue legibilidad a la crisis, se convierte a esta última en La Crisis. La Crisis, a diferencia de la crisis, es total y absoluta. No hay nada que hacer, salvo restaurar el orden tan rápido como sea posible. No por nada, en el plano político, nos encontramos con la resurrección de los “hombres de Estado”, aquellos seres capaces de poner todo en su lugar. De ahí que Jaime Bellolio esté plenamente justificado al sostener que se busca a Ricardo Lagos, como carta presidencial, por su liderazgo autoritario. Nuestra situación (la de La Crisis) no da espacio para la reflexión, ya que el imperativo es actuar.

Por lo tanto, y contrariamente a lo que pudiese parecer, cuando la crisis es de una magnitud inconmensurable o, a lo menos, se la construye de esa forma, existen altas probabilidades de que sus derroteros sean todo menos progresistas. ¿No es acaso la reciente declaración del ex contralor Ramiro Mendoza sobre el establecimiento de una “delación compensada” para quienes están vinculados a financiamiento irregular de la política y, de esta forma, poder comenzar desde cero, la más explícita señal de que estamos sumidos en La Crisis? Tal sería el nivel del desastre, que solo nos quedaría cerrar los ojos y hacer como que esto nunca pasó.

Los usos de la crítica y la crisis no están nunca predeterminados. Si bien la indignación no es equivalente a la crítica, ni la crítica es equivalente a transformación, es tarea de la izquierda convertir lo anterior en necesidad. De lo contrario, la crisis se abrirá espacio para que en su lugar caiga todo el conservador peso del orden.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias