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Una extraña designación

Por: Fernando Guzmán Zañartu, Abogado


Señor Director: 

Bajo el título “una extraña designación”, Carlos Peña sentencia en El Mercurio que el nombramiento de Mario Fernández, “católico ferviente”, como ministro del interior, muestra en el actual gobierno “La falta de una agenda clara que permita despersonalizar los cargos” y la carencia de “explicación ideológica para esta designación sorprendente”. Campea en su argumentación el peligro “de que sea la subjetividad de quien está en el poder la que al final impere”, grave cuestión pues atentaría en contra de la enseñanza de Weber, para quien en el Estado moderno las decisiones se adoptan en función de la racionalidad –“sine ira et estudio”-.

Dicho sea de paso, la política está lejos de ser una ciencia exacta al estilo de las matemáticas o de la física. Las predicciones en ésta son meramente tentativas. Su exactitud es la que permite una disciplina que se mueve al nivel de lo humano contingente, como ya lo reconocía Aristóteles aludiendo a la antigua Atenas y más modernamente Maquiavelo cuando acepta que en el 50% de las ocasiones, las consecuencias políticas son frutos de la fortuna y no de la virtud o del empeño o sabiduría del príncipe.

Pero vayamos a la carencia de “explicación ideológica” para esta “extraña designación”. Sí Mario Fernández es “católico ferviente”, entonces es plausible concluir que será también cristiano fiel. Ahora bien, la conducta de un cristiano fiel se gobierna por un principio básico: la libertad cristiana. Y este valor fundamental se afinca, a su vez, en el respeto irrestricto a la dignidad de la persona humana, en el ámbito individual; y la promoción del bien común, en el mundo de lo colectivo. Precisamente en estos dos últimos ámbitos giran algunas de las cuestiones políticas que más apremian a la actual gobernante: fortalecer el proceso constituyente que lleva adelante -Mario Fernández es especialista en el tema y tiene especial predilección por éste-; y enfrentar el desbocado y perturbador ímpetu corporativista que reina en el mercado político movido por corporaciones empresariales, estudiantiles y de trabajadores, todas tocadas por sus reformas emblemáticas –tributaria, educacional y laboral. Pues bien, el mejor antídoto al corporativismo reinante es precisamente el bien común, meta ajena a todo parcialismo gremialista. Allí, un político social cristiano como Mario Fernández, sin agenda propia, podrá moverse como pez en el agua.

Añado, el amor al prójimo, mandamiento único del cristianismo, traducido en términos de amistad cívica, rasgo que caracteriza el actuar político de Mario Fernández, puede llegar a constituirse en el factor aglutinante de una sana convivencia social, hoy tan crucialmente menoscabada por la desconfianza ciudadana y el irrespeto al honor y dignidad del otro. Este mismo mandamiento, revestido esta vez de acompañamiento personal a la actual presidenta en su misión reformadora, puede ser clave en una esfera en donde reina la soledad del poder. Weber, pero no Aristóteles, desconocía, al igual que Carlos Peña, este importantísimo factor de unidad dentro de la sociedad política y en la subjetividad de un buen gobernante.
Aún más, Mario Fernández, en razón de sus cualidades personales y vivencias políticas como miembro activo de la concertación y de la nueva mayoría, puede simbolizar – ¡Y vaya que los símbolos son importantes en política-; la simbiosis entre el humanismo cristiano y el humanismo socialista, fenómeno tan caro a estas sucesivas combinaciones políticas gobernantes. La confluencia de estos dos humanismos constituye, además, la sustancia del credo político de este gobierno. Ésta se ha manifestado, para bien o para mal, en una agenda reformadora con miras a colocar a Chile a la altura del siglo xxi, imposible de desconocer.

Vistas así las cosas, la designación de Mario Fernández como ministro del interior, no solo no debiera extrañarnos, sino que está dentro de una lógica política clarísima, aunque no sea del gusto de los racionalismos excesivos al estilo de Max Weber o Carlos Peña.

Fernando Guzmán Zañartu, Abogado

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