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Chile ¿Crisis o conflicto?

Pablo Zúñiga
Por : Pablo Zúñiga Director de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la U. Academia de Humanismo Cristiano.
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«Pareciera ser que desde el término de la dictadura, en el horizonte dibujado por la Concertación y los partidos de derecha, no estaba la aparición del ciudadano que comenzaría exigir sus derechos. Por lógica básica, el ciudadano es un sujeto inquisitivo, un sujeto busca siempre la ampliación de sus libertades: individuales o colectivas; un sujeto que lucha por demandas simbólicas o por demandas reales, al que ya no le basta la lógica del ‘progresamos lento pero seguro'».


En los tiempos que corren nuestro país respira una ruptura entre el ciudadano y el Estado, y ya no es sólo el viejo “no estoy ni ahí”. El ciudadano cree, no muy lejos de la realidad, que el Estado es una institución cooptada por grandes empresas; preocupado sólo de reprimir y garantizar los derechos de los poderosos. Con la eterna monserga del respeto sacrosanto de las instituciones. Realidad que en los noventa se podía soportar, por el peso aplastante de la transición, y que hoy se hace inaceptable, porque del fin de la dictadura han pasado más de 26 años.

Los conceptos son fundamentales para entender la situación, dado que “la realidad social no se percibe nunca de forma directa, sino siempre a través de conceptos que estructuran lo observado por diferentes observadores de manera diferente”, como nos dice Dieter Nohlen. El gran drama radica en cuando los conceptos se utilizan en términos didácticos para confundir y agudizar la ignorancia, y eso se llama mentir.

Hoy escuchamos que Chile está en crisis, craso error, pues el pan cuesta lo mismo que ayer, el dólar sube y baja en función del mercado, el cobre lo mismo y todo se mantiene dentro de lo esperable. Si esto nos gusta o no nos gusta, es otra cosa. Decir que Chile está en crisis y que esto no resiste un año más, hasta “que llegue un mesías con un dedo afilado”, es un absurdo y una exageración. No existe una “disfunción rutinaria del sistema”, la definición más elemental de crisis. Ningún partido de gobierno lo ha abandonado; ningún grupo fundamentalista ha amenazado la nación ni ningún grupo ha declarado su independencia con armas en mano. Lo que hay son conflictos, y ni siquiera son conflictos dispersos, están altamente concentrados y uno de ellos es en la clase política, la misma que siente que las instituciones –que ellos mismos crearon- no están respondiendo a sus intereses, eso tampoco es crisis.

Las instituciones no están ancladas en las necesidades de la ciudadanía, y por lo mismo no responden con la premura que esta vislumbra, esto es natural porque la ciudadanía está en la calle (no toda, eso es obvio), en donde se vive y respira la desigualdad; mientras la otra está en el poder, protegida por la ley y por los medios de comunicación, que siempre informan de manera sesgada sólo lo que le conviene informar a ese poder.

Pareciera ser que desde el término de la dictadura, en el horizonte dibujado por la Concertación y los partidos de derecha, no estaba la aparición del ciudadano que comenzaría exigir sus derechos. Por lógica básica, el ciudadano es un sujeto inquisitivo, un sujeto busca siempre la ampliación de sus libertades: individuales o colectivas; un sujeto que lucha por demandas simbólicas o por demandas reales, al que ya no le basta la lógica del “progresamos lento pero seguro”.

Hay países que han avanzado mucho más rápido que nosotros. Eso es lo que los ciudadanos ven, que se puede hacer cambios fundamentales de forma concreta y rápida, y no en cámara lenta como le gusta a nuestra clase política. Que el poder entienda la necesidad y urgencia de esos cambios es fundamental para que el conflicto en que nos encontramos, no se convierta de verdad en una crisis que necesite de un superhéroe que venga a rescatarnos o refundar la república.

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