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¿Nueva Guerra Fría en América del Sur?

Boris Yopo H.
Por : Boris Yopo H. Sociólogo y Analista Internacional
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Después de más de una década de predominio casi indiscutido de gobiernos de centro-izquierda, y populistas de izquierda en la región, en el último año hemos visto la emergencia de fuerzas políticas liberales y de derecha en Argentina, Perú, Paraguay, y ahora Brasil. Lamentablemente, en este último caso no como producto de un proceso electoral, sino de un juicio de dudosa base jurídica y legal que crea una enorme interrogante respecto al futuro de este gigante sudamericano (un editorial del prestigioso diario El País, de España, señalaba que lo sucedido allí fue un golpe bajo a la democracia) .

Pero lo cierto es que en los próximos años la región estará conformada por una diversidad de regímenes de distinta orientación ideológica, y esto es algo que puede introducir nuevos elementos de tensión similares a los existentes durante los años de la Guerra Fría. Esta vez eso sí, son dinámicas políticas locales, y no proyectos ideológicos globales, o grandes potencias interviniendo en la política regional, lo que podría reeditar un escenario de esta naturaleza. Ya lo estamos viendo por ejemplo, en los duros intercambios entre el Secretario General de la OEA y el Presidente de Venezuela, y en la negativa de Argentina, Brasil y Paraguay para que Venezuela asuma la Presidencia del Mercosur. O en el retiro de embajadores y encargados de negocios de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela con motivo de los sucesos en Brasil. Ahora, esto es negativo para la región por tres razones principales: genera fricciones que dificultan una mayor y mejor integración regional ; polariza también a los países en el ámbito doméstico y debilita aún más a la democracia; y resta credibilidad y capacidad de acción conjunta  para actuar en foros internacionales donde se deciden reglas y se juegan intereses que afectan a la región en su conjunto.  En un cuadro de desaceleración económica, inflación y aumento del desempleo, gobiernos con poca base de sustentación popular  podrían verse tentados además, a incentivar conflictos con países vecinos (esto ya lo hemos visto muchas veces en América Latina).

[cita tipo= «destaque»]Lo cierto es que en los próximos años la región estará conformada por una diversidad de regímenes de distinta orientación ideológica, y esto es algo que puede introducir nuevos elementos de tensión similares a los existentes durante los años de la Guerra Fría.[/cita]

Así las cosas, el escenario regional se ve complicado en los próximos años, pero tampoco se trata de un resultado inevitable. Para esto está la diplomacia. Los países de la región tienen la opción también de buscar una convivencia razonable,  reconociendo esta diversidad, buscando puntos de interés común, y respetando el principio de no-intervención, que sigue siendo la viga maestra que sostiene a las relaciones internacionales (principio que por cierto puede relativizarse, pero sólo en casos extremos y bajo alguna resolución legal internacional). Lo anterior implica entre otras cosas, que es responsabilidad primero de los actores domésticos de cada país resolver los problemas políticos que mantienen polarizada a una sociedad, y que aunque es legítimo solidarizar y apoyar demandas en otros países, es necesario que ello se haga sin vulnerar este principio ya señalado. Esto es lo que permite la coexistencia entre gobiernos de distinto signo en una realidad cada vez más heterogénea en América del Sur. En este sentido, nuestro país a través de su política de “convergencia en la diversidad” se anticipó a los cambios que venían,  y con la excepción de Bolivia (por decisión de este gobierno) Chile mantiene hoy relaciones cordiales y respetuosas con los demás países del vecindario. Esto por lo demás, forma parte de una larga tradición de nuestra política exterior (sólo rota por la dictadura): Impedir que las diferencias ideológicas sean un obstáculo insalvable para la búsqueda de entendimientos y acuerdos de beneficio mutuo entre países vecinos, y desempeñar un rol facilitador y  de “país-puente” cuando nuestra colaboración sea solicitada.

Las cordiales relaciones con el gobierno de centro-derecha de Macri en Argentina, o el acompañamiento que hizo Chile en todas las fases del proceso de paz en Colombia, son ejemplos de lo anterior.  Esto por cierto no es impedimento para que nuestro país manifieste su preocupación por el estado actual de la democracia o los derechos humanos en la región, pero tampoco sirve a nuestros intereses, restringir o cortar canales de diálogo y comunicación que en la diplomacia son siempre indispensables para precisamente avanzar en estos y otros objetivos de nuestra política exterior.  Hoy, todos los países del vecindario enfrentan desafíos y problemas cuya envergadura requieren de más, y no menos, cooperación regional. El incremento de las tensiones y conflictividad no ayuda a lo anterior, por eso es alentador el acuerdo de paz en Colombia, pero son preocupantes los sucesos en Brasil y Venezuela, o los intentos por revivir diferendos que quedaron resueltos en tratados firmados hace ya mucho. En este contexto, nuestro país hace bien al reafirmar una directriz de política (convergencia en la diversidad) que es la única razonable cuando ya no hay la afinidad de hace algunos años, y que en realidad ha sido excepcional en la historia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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