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¿Qué te pasó, Chile?

Roberto Mayorga
Por : Roberto Mayorga Ex vicepresidente Comité de Inversiones Extranjeras. Doctor en Derecho Universidad de Heidelberg. Profesor Derecho U.Chile-U. San Sebastián.
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¿Alguien sabe qué siente y piensa del presente y futuro de Chile ese 62% (CEP), 83% (según el PNUD), que no se identifica con los candidatos presidenciales ni los partidos políticos actuales? Compleja interrogante.

Efectivamente, se trata de una inmensa mayoría ciudadana de enorme heterogeneidad. Somos personas de los más variados estamentos sociales, económicos y culturales, de las más diversas vertientes ideológicas que, junto a otros que no poseen interés alguno por la cosa pública, compartimos en común una creciente falta de credibilidad y confianza en los actuales referentes políticos.

Respecto de las elecciones, algunos podríamos participar, conscientes de que nuestros votos de poco valen, sin embargo, un apreciable porcentaje simplemente se abstendrá.

Lo curioso es que, no obstante la gravedad de esta realidad, que ha puesto en jaque la legitimidad de las elites políticas, los medios de comunicación, amén de dar a conocer encuestas y estadísticas, parecieran ignorar a esta gran masa de chilenos.

Por ejemplo, ¿ha existido algún foro en TV en que se invite a un grupo heterogéneo de estos ciudadanos a fin de que expresen su opinión y las razones de su desencanto? Por supuesto que no. Al contrario, el acceso a los medios continúa siendo el monopolio de la minoritaria elite que hoy no alcanza al 20% de la población.

Y es también curioso y sorprendente la lectura que esa minoría, de uno y otro sector, hace de las encuestas: que deben enmendarse los errores; que hay que atender las demandas de la ciudadanía; que no hay conducción política; que es urgente un cambio de gabinete; que hay que reencontrar la senda del crecimiento; que el problema está en las comunicaciones; que hay que acercarse a la base social, etc., etc.  Sin embargo, nadie ha sido claro en reconocer que, al menos buena parte del 80%, quisiera que aquellas elites les dieran el paso a otros, especialmente a nuevas generaciones.

En esta suerte de vacío político por el que atraviesa el país, se entiende la anticipación que, con solo un 14, un 5 o un 3 por ciento, se levanten candidaturas, no obstante ser de la esencia de un sistema democrático descansar en la voluntad de las grandes mayorías. Al respecto, ¿qué interpretación se dará a estos hechos si en las próximas municipales sufraga menos del 50% del universo electoral?

[cita tipo= «destaque»]Pero el tema de la falta de credibilidad y confianza es aún más preocupante si convenimos que existen indicios de que se trata de un fenómeno que trasciende lo político, en una señal de crisis humana y cultural que estaría enfermando al país. Cómo que el chileno se hubiese maleado –ciertamente con notables excepciones– en un perceptible ambiente de descalificaciones, agresividad, aprovechamiento, codicia, deslealtades y falta de escrupulosidad en los más diversos estamentos de la comunidad, que claramente ha trizado las confianzas.[/cita]

Pero el tema de la falta de credibilidad y confianza es aún más preocupante si convenimos que existen indicios de que se trata de un fenómeno que trasciende lo político, en una señal de crisis humana y cultural que estaría enfermando al país. Cómo que el chileno se hubiese maleado –ciertamente con notables excepciones– en un perceptible ambiente de descalificaciones, agresividad, aprovechamiento, codicia, deslealtades y falta de escrupulosidad en los más diversos estamentos de la comunidad, que claramente ha trizado las confianzas.

Sin confianzas son inviables los proyectos comunes, tanto políticos como no políticos. No es factible la armonía y sana convivencia a ningún nivel: familiar, laboral, vecinal, etc., y, en lo político, la llamada amistad cívica, dañándose directamente el normal funcionamiento de la democracia.

Se ha criticado mucho y con razón la década de los 60, por ese extremismo ideológico que llevó al país al caos. Sin embargo, quienes vivimos en esos tiempos sabíamos lo que pensaban los del otro lado de la vereda, pues daban la cara al asumir posiciones y confiábamos absolutamente en la nobleza y lealtad de los nuestros. Se podía confiar.

Hoy la gente ni siquiera confía en quienes están supuestamente a su lado… En aquellos tiempos había amigos, camaradas o compañeros, ideales y convicciones, no “socios”, intereses, cálculos y conveniencias, como ahora. Tal vez ello explica al humilde trabajador que, en medio del debacle de la Unidad Popular, alzó un lienzo expresando “este es un gobierno de mierda, pero lo defiendo porque es mi gobierno…”. ¿Quién haría lo mismo hoy por el actual gobierno? No se trata de ser nostálgicos del pasado, ciertamente hay que mirar el futuro, pero el pasado también ha poseído virtudes que hoy se desprecian.

¿Por qué se maleó Chile?  Los peñascazos lanzados a mansalva durante la oscuridad a inocentes conductores desde las pasarelas, equivalen a las soeces ofensas que comentaristas cobardes que se esconden en el anonimato lanzan en contra de cualquiera que se atreva a dar una opinión en los medios. En suma, un ambiente de gradual descomposición humana y cultural que explica todo tipo de deslealtades, abusos, corrupción e impune delincuencia, en que anecdóticamente la guinda de la torta la coloca recientemente un desacertado subsecretario que, con más estupidez que consciencia, se permite insultar innecesariamente y con una ordinariez increíble al club deportivo más popular del país.

No obstante la gravedad de este hondo, riesgoso e in crescendo deterioro humano y cultural, que se manifiesta sobre todo en lo político, y que ha puesto en tela de juicio al país, ¿existe alguna universidad o instituto que se encuentre investigando sus causas, significado, impacto, consecuencias y cómo enfrentarlo?

Considerando la cultura del chileno medio y su apego a las tradiciones democráticas, es difícil –a Dios gracias– que este gran vacío político sea ocupado por un populista de última hora. Mas diera la impresión que lo que la nación anhela es a alguien en quien confiar por sus manos limpias, sus iniciativas concretas y factibles y su absoluta firmeza, valentía e independencia para erradicar la corrupción y abusos, provengan de donde provengan.

Quienes han conducido el país debiesen estar y permanecer en la primera línea, aunque para estimular el surgimiento de nuevos líderes y apoyarlos generosamente, aportándoles capacidad y experiencia en la consecución de las hondas transformaciones requeridas. Pero serán estos últimos los que podrán recuperar las confianzas.

Objetivamente, no sería justo condenar al 100% de los políticos. Por fortuna, existen muchas excepciones, coincidamos o no con sus posturas. A modo de ejemplo, aquellos que han mostrado independencia y criticidad ante cúpulas partidarias y que, con honestidad, entereza y coraje, sean capaces de afrontar las desgraciadas situaciones que han herido al alma nacional, como las de corrupción en Soquimich y Penta, las injustas discriminaciones en contra de los pueblos originarios, los fallidos intentos de descentralización, los abusos de las AFP e Isapres, etc. Por citar a algunos: Manuel José Ossandón, Lily Pérez, Alejandro Guillier, Francisco Huenchumilla, o aquellos líderes juveniles de distintas tendencias que, abjurando de cúpulas y elites, han constituido nuevos movimientos.

Sabido es que de las crisis pueden surgir oportunidades. Y quién sabe que no se esté ad portas de una oportunidad histórica. De una gran oportunidad para impulsar adecuada y decididamente –sin improvisaciones ni odiosidades–, sino con los nobles ideales que esta nación merece, las profundas transformaciones que hagan de Chile un país más humano y justo.

Se trata de una oportunidad histórica para líderes de grandeza, en quienes la ciudadanía, este 80% sin voz ni voto, pueda volver a creer.

Chile no puede ni debe retroceder. Este Mes de la Patria nos invita a soñar con un futuro esplendor o, al menos, con uno mejor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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