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La (no) sonrisa de Hillary Clinton

Ingrid Bachmann
Por : Ingrid Bachmann Académica Facultad de Comunicaciones UC
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En sus más de treinta años en la política y los asuntos públicos, Hillary Clinton ha sido constantemente juzgada por su imagen dura y fría, contraviniendo muchas veces las expectativas culturales que ven a las mujeres como naturalmente acogedoras y sentimentales. Su seriedad y distancia han sido señaladas como un llamado de atención y hasta de advertencia de que esta mujer se escapa del molde –como si eso fuese un peligro y no un simple atributo diferenciador–.

Hace unos días, a la zaga de un foro televisado sobre seguridad nacional, un alto dirigente del Partido Republicano criticó a la candidata demócrata por no sonreír lo suficiente. Clinton no perdió la oportunidad para responder que ante los temas importantes ella es seria, pero también hizo un llamado a pensar sobre el asunto. ¿Debía sonreír?

Es un comentario común hacia las mujeres: que sonrían.

Lo que puede parecer algo inofensivo es en realidad revelador de la tendencia a minimizar a una mujer; es una directiva para hacerla parecer más agradable, lucir más placentera y, por lo tanto, menos amenazante. No hay razón alguna para ordenarle a otra mujer que sonría y menos para esperar que esté sonriendo todo el tiempo. No es tarea de las mujeres parecer más agradables, aunque la sociedad a veces insista en lo contrario: existe evidencia empírica de que las mujeres se sienten incómodas cuando se dan cuenta de que están obligadas a sonreír en un escenario dado.

[cita tipo= «destaque»]La demanda por más sonrisas claramente no tiene que ver con la capacidad de liderazgo o cuán competente podría ser Clinton como presidenta de Estados Unidos, sino con su género. ¿Y qué si Hillary Clinton no es “Miss Simpatía”?  Eso no debería ser un factor para determinar su idoneidad para la Presidencia.[/cita]

La sonrisa de Clinton –o su ausencia– se relaciona con la imagen que la candidata proyecta. No es tradicionalmente femenina, no tiene el carisma de su marido o de Barack Obama, y en contextos públicos suele aparecer fría. En su anterior intento por llegar a la Casa Blanca, en 2008, epítetos como “robot” y “sin corazón” fueron frecuentes en la cobertura de prensa, en un retrato que la pintó como demasiado ambiciosa y calculadora para ser genuina o expresar alguna emoción.

En esta campaña, Clinton ha tratado de suavizar su imagen, pero también se ha vuelto más vocal respecto de las demandas que la sociedad impone a las mujeres.

En una reciente entrevista, aseguró que sabe que proyecta una imagen distante, pero que aprendió a no expresar sus emociones en público cuando se dio cuenta de que era a lo primero que se le echaba mano en un mundo sexista en el cual estaba empezando a dejar su huella, primero como estudiante de derecho y luego como la primera socia de un bufete de abogados. «Sé que puede ser percibida como distante o fría o no emocional. Pero tuve que aprender cuando joven a controlar mis emociones. Y eso es un camino difícil caminar”, aseguró.

La demanda por más sonrisas claramente no tiene que ver con la capacidad de liderazgo o cuán competente podría ser Clinton como presidenta de Estados Unidos, sino con su género. ¿Y qué si Hillary Clinton no es “Miss Simpatía”? Eso no debería ser un factor para determinar su idoneidad para la Presidencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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