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Trump VS Clinton: segundo asalto sin KO

A propósito del trascendental momento electoral estadounidense, con efecto en todo el planeta, ofrezco reflexiones sobre algunos detalles de la puesta en escena del último debate entre Donald Trump y Hillary Clinton, realizado en la Washington University in St. Louis, MO. Lo hago, desde la perspectiva del análisis textual de la imagen transmitida a través del canal oficial de la cadena NBC en Youtube. A todas luces se trata de un evento que supera a la política, convirtiéndose en entretención universal, gratuita y de calidad (si se dispone de una conexión a internet). Cualquier similitud es mera coincidencia.


No pretendo dar las claves del ascenso, y aparente caída, del llamado fenómeno Trump. De eso, ya se ha escrito demasiado sin dar con la tecla. Como suele suceder en estos casos, el mejor análisis provendrá del futuro, cuando se mire con distancia el texto y el contexto de esta elección. Por lo tanto, las palabras que dan cuerpo a esta columna, se concentran en el deletreo de la imagen que produce la interacción entre los aspirantes a la Casa Blanca, y a comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses. Qué miedo.

El debate no se desarrolla en un set de televisión. Lo hace en el territorio donde las élites producen y reproducen el nuevo conocimiento, y donde a la vez, ese nuevo conocimiento es sometido a discusión: la universidad. La plaza pública, espacio tan democrático como peligroso para quienes pertenecen a alguna casta de poder, probablemente sea el único lugar que compite con la universidad en el sentido señalado. Y esa es la razón por la que este tipo de eventos no se llevan allí. Los equipos de campaña, los expertos electorales, los Spin Doctors, huyen de la incertidumbre y de las masas, para buscar refugio en ambientes casi completamente controlados. Luz, temperatura, vestuario, público, organización del espacio, elementos que acompañan al aspirante, todo está en los márgenes del acuerdo entre las partes. No es necesario el set de toda la vida, cuando la universidad se puede disfrazar de televisión. Ha quedado demostrado. En cualquier caso, no deja de ser un símbolo interesante que estos debates se realicen ahí, donde se supone que se piensa.

En materia. Los lectores y lectoras de El Mostrador, sabrán que me dedico al análisis de las ficciones en televisión. Entonces, ¿qué pinto hablando sobre un debate político? Para ser preciso, no es primera vez que hablo de tele realidad (ver reseña de Top Gear), y para entrar en sintonía con la pregunta, establezco de partida, que el encuentro Trump-Clinton tiene todo lo exigible a una buena serie. Dos estupendos actores que dan vida a complicados personajes, dos atractivas historias de vida que le dan sabor extra al asunto, y muchos momentos de tensión articulados en el marco de los estilos retóricos puestos en juego. Hablar de actores no es una tomadura de pelo. Si parece que exagero, hagamos recuerdo de Ronald Reagan, que nos tuvo 8 años al borde del ataque de nervios con su estilo cowboy y alzheimer incipiente. De nuevo, qué miedo. Pero, ¡cómo se manejaba frente a las cámaras! Años de circo. Tal cual.

Si ya la campaña venía tensa desde hace tiempo, la divulgación de las finas alusiones de Donald Trump sobre las mujeres, generó un ambiente previo de combate, donde el candidato republicano probablemente sentía que se jugaba su última carta. Las posibilidades para él eran matar o morir con las botas puestas. De momento, y a golpe de amenazas e insultos, el rucio sigue participando, aunque claramente la cosa se pone cuesta arriba para alguien que se ve más como un promotor del abuso sexual, que como un caballero del siglo XIX, de esos que decían que no tenían memoria. Como sea, el elefante le empieza a dar la espalda a Trump. Por la boca muere el pez, en boca cerrada no entran moscas, y así. Error de manual.

El contexto señalado permite observar el despliegue de los candidatos en un redil bastante parecido a un cuadrilatero, con ringside sites incluidos. Tanto es así, que ciertas promociones de la actividad más parecían la difusión de un combate de boxeo organizado por Don King, que dicho sea de paso, asistió al primer debate como parte de los seguidores de Donald Trump. La estructura del espacio, forzadamente redonda, disimula lo que en realidad sucede: que estamos frente a dos púgiles de las palabras. Cada uno en su esquina. Only in America, parafraseando a Don King. O más bien, un burdo ejemplo de la sociedad del espectáculo de Guy Debord.

A diferencia del primer encuentro realizado en la Hofstra University, en St. Louis MO, el podio, que muchas veces sirve de protección y sostén a los candidatos, brilló por su ausencia. Sólo se dispuso de una pequeña mesa, un piso, que era cualquier cosa menos cómodo, y por cierto, un gran micrófono para la mano, que vino a ser el guante de box. Por lo tanto, la falta de podio trastocó cualquier estrategia de comunicación clásica. De facto, determinó la movilidad de los aspirantes en esa especie de semicircunferencia donde vimos a Trump, caminar con seguridad y lentitud, mientras articulaba sus frases de barra brava. El hombre se pavoneaba haciendo círculos en su silla, mirando de frente al público, aproximándose de forma amenazante, y hasta diría, matonesca, a la candidata Clinton, que por su lado también tiene lo suyo, no se amilanó, y desde luego, siempre tuvo munición para contraatacar. No es que se le haya visto incómoda, pero este formato sin duda favoreció al promotor de misses universo. Se le vio muy suelto a pesar de la presión que tenía encima. Mi abuela -que es una sabia- tal vez diría que Trump caminaba con una sandía entre las piernas. Algo así como el cowboy que recién se baja del caballo. Supongo que la idea es que la testosterona inunde a todo quien lo observe. Un macho alfa enfrentando a la Diosa -mentirosa- en sus palabras.

En fin. Si la metáfora del box no se percibe como afortunada, aunque hay muchos elementos que así lo señalan (ver imágenes), tal vez se ajuste más a los parámetros ciudadanos una batalla de rap. Los elementos son similares. Incluso el público que los rodea en una especie de galería, que de tanto en tanto, se expresa a favor o en contra de una respuesta aguda. Llega a ser divertido de sólo pensarlo. En ambos casos, las palabras son como bofetadas hirientes, que se van sintiendo a medida que se avanza en el debate. Así, inevitablemente, se pasa de la sonrisa estudiada, por no decir forzada, a los gestos y muecas que reflejan el malestar del momento. En eso, también gana Trump, a pesar que gran parte del tiempo, muestra un rostro taimado y arrogante, con su boca dibujando lo opuesto a una sonrisa. Como si todos estuviesen en su contra.

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Hay dos detalles de Trump que llaman la atención. Lo primero es que alguien le dijo que tiene que mostrar sus palmas abiertas, para remarcar que no tiene nada que ocultar (no como Hillary con Wikileaks). Si no es por eso, entonces no se entiende la reiteración de un movimiento que con el paso de los minutos se torna irritante. Donald está lejos de ser sutil con este tema, por lo que merecidamente se convierte en material para las parodias de Alec Baldwin en Saturday Night Live.

El otro detalle (oligofrénico, si se quiere) tiene que ver con la forma de pedir la palabra, o mejor dicho, interrumpir a su contrincante. En varias ocasiones paró su dedo índice para interpelar a los moderadores. Pero lo hizo de tal forma, que es difícil no interpretar la postura con la representación de una pistola (ver el minuto 58 en Youtube). Eso, sumado a la retórica violenta, que llega a amenazar a Clinton con la cárcel en caso de ser elegido como POTUS, no resulta un detalle baladí. De hecho, es público el respaldo de la NRA (Asociación Nacional del Rifle) a su candidatura. Puestos a interpretar, el movimiento de su mano derecha también podría significar la palabra loser. Lo cierto es que la mueve sin mirar a Clinton, pero sabiéndose dentro de su campo visual.

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Mientras, Hillary Clinton juega la carta de la moderada, de la mujer con equilibro mental para ser jefa de las fuerzas armadas, sin olvidar a los partidarios de Bernie Sanders. Sabe que no es tiempo de cometer errores, y de momento, le cede el protagonismo a Donald Trump, a quien no le dio la mano en el inicio, pero sí al final del debate. No hay para que satanizar a Trump, ya lo hace él mismo, y muy bien.

Quedamos a la espera del tercer asalto en la University of Nevada, Las Vegas (que volverá a tener el formato del primero), el próximo 19 de octubre para ver si por fin hay KO, o ya la contienda se dirime por los puntos el mismo día de la elección. Me reitero majaderamente: qué miedo.

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