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Voto voluntario: la tiranía de las minorías


La voluntariedad del voto no es signo de desarrollo, mayor libertad o más democracia. El punto es si el derecho al sufragio es uno al que se puede renunciar sin dañar a otros y, especialmente, sin dañar al bien superior de una democracia que resuelve materias fundamentales consultando a la ciudadanía.

Cuando el voto es voluntario, con grandes niveles de abstención, las minorías se convierten en tiranías de esas mayorías silenciosas, desencantadas o simplemente indiferentes respecto de los destinos de un país.

Chile es una democracia estable, pero no una democracia desarrollada a la altura de una República como aquellas viejas históricas de Occidente. Somos recién una democracia joven con solo 26 años renaciente del infierno. Y para muchos, todavía una democracia tremendamente injusta.

Quizás esas democracias sólidas de Occidente se pueden permitir que sus ciudadanos, si así lo deciden, se queden enredados en las sábanas un domingo de elecciones.

Aún así, el presidente de Estados Unidos Barack Obama, una nación tenida como ejemplo de democracia en Occidente, sostuvo en marzo de 2015 que Estados Unidos debería retornar al voto obligatorio, porque de esa manera, mientras más ciudadanos voten, se reduce la influencia del dinero en la política, y el voto obligatorio compromete una participación mayor en las cuestiones trascendentales que un Estado resuelve en las urnas.

Para agravar el escenario chileno actual, nuestra democracia juvenil se ve hoy cruzada por el virus agresivo de la desconfianza popular. El dinero del poderoso se entrometió en la política para comprar y asegurarse beneficios a sus bolsillos hinchados de codicia sin límite, o para financiar a tal o cual campaña, por cierto con el norte puesto en que después se pasa la cuenta. Algunos políticos resultaron receptivos, provocando un daño inmenso a la política.

Se espera que una democracia joven aspire siempre a devenir una República respetada. Pero si esa democracia está herida por la desconfianza del pueblo, es imposible que en un futuro próximo alcance ese nivel de desarrollo y respeto. Al contrario, altos niveles de abstención en una democracia como la chilena actual, pavimentan no solo que las minorías se conviertan en tiranas de las mayorías, sino que, al amparo de minorías manipulables, aparezcan mesías populistas con pies de barro.

[cita tipo= «destaque»]Altos niveles de abstención en una democracia como la chilena actual, pavimentan no solo que las minorías se conviertan en tiranas de las mayorías, sino que, al amparo de minorías manipulables, aparezcan mesías populistas con pies de barro.[/cita]

Más aún, en una democracia donde el modelo de sociedad que la rige está seriamente cuestionado desde distintos flancos, especialmente por los más humildes y las capas medias, y donde se requieren transformaciones estructurales de fondo, mantener el voto voluntario es todavía más peligroso. Porque se supone que esas transformaciones deben estar directamente relacionadas con sólidas mayorías votantes, y no con masivas abstenciones que las deslegitiman.

Con frecuencia, los defensores del voto voluntario en Chile argumentan a favor de este recurriendo a ejemplos de las democracias más desarrolladas de Occidente. Una profunda equivocación, porque Chile no es de aquellas. Le falta mucho en experiencia de vida para ello.

Declarar el voto voluntario fue un grave error de quienes así lo decidieron en el Parlamento, mareados de populismo y modernidad irresponsable. Hoy, no pocos de ellos están arrepentidos.

En una democracia juvenil todavía muy imperfecta como la chilena, el Estado no puede descuidar que, con un voto voluntario, una minoría pueda resolver materias fundamentales para el país.

Colombia, con voto voluntario, es un reciente buen ejemplo: apenas un 37,4 por ciento resolvió el plebiscito que buscaba un acuerdo para poner fin a la guerra. Independientemente si con una mayor participación ganaba el SI o el NO, y si el acuerdo era bueno o malo,  la materia era de aquellas trascendentes para una nación que requería la mayor cantidad de opiniones.

Si en junio pasado en el Reino Unido, con voto voluntario, la abstención hubiese sido menor que el 28 por ciento que arrojó la consulta, quizás ese país aún se mantendría dentro de la Unión Europea, con todo el riesgo que significará su salida.

Quizás España no estaría hoy sumida en una crisis política y a las puertas de una tercera elección, si el voto fuese obligatorio. En las elecciones generales de junio pasado hubo un 34 por ciento de abstención.

Si en Hungría el voto fuese obligatorio, probablemente la participación en el referendo del 2 de octubre último habría logrado superar el 50 por ciento, requisito para que se resolviera acerca de la aceptación o no de una cuota de refugiados. La participación solo alcanzó el 39,8 por ciento. Y se trataba de una cuestión tremendamente humana.

En las últimas elecciones legislativas de Australia en julio pasado, el nivel de votantes llegó al 91 por ciento, con voto obligatorio.

Las elecciones municipales de Brasil en octubre reciente, donde el voto es obligatorio, contó con un 82 por ciento de votantes.

En febrero pasado, con sufragio obligatorio, una votación que superó el 85 por ciento en Bolivia negó al presidente Evo Morales una nueva reelección.

Y en Perú la última elección presidencial se dirimió en segunda vuelta con una estrechísima llegada entre la candidata Fujimori y PPK. Pero, aunque muy estrecha, el voto obligatorio la dirimió con una legitimada participación de poco más del 80 por ciento.

Una de las cuestiones relevantes para una nueva Constitución en Chile es recuperar el derecho a que materias de Estado puedan ser resueltas mediante el plebiscito.

¿La despenalización total del aborto? ¿Salida al mar para Bolivia? ¿Mantención o salida de Chile de algún foro internacional?

¿Lo va a decidir una minoría con un 35 por ciento de votantes, la tiranía de una minoría por sobre la inmensa mayoría de la sociedad?

En Chile el Estado no puede someter estas materias u otras similares al voto de minorías circunstanciales, ni tampoco la elección de las autoridades de la nación. Sobre todo en un ambiente de desconfianza a la política y a sus partidos.

Justamente porque nuestra democracia está enferma de desconfianza a la política, pero también respecto de algunas instituciones públicas y privadas, el Estado no puede llevar el ancla y dejar el barco a merced de los corsarios.

En una sociedad donde cada vez existen más libertades, y bienvenidas sean, hay que entender que, así como la soberanía nacional no es absoluta porque está limitada por tratados y convenciones internacionales, la libertad también lo está frente al bien superior que es la marcha de la nación. Una nación con una joven democracia que el Estado está obligado a cuidar de males que la dañen y debiliten.

El voto es un ejercicio de educación cívica, en medio de una sociedad chilena despolitizada ya desde mucho antes de que reventara el escándalo de grandes empresarios comprando favores, pagando así indirectamente por el voto.

De acuerdo a encuestas, actualmente Chile es el país más despolitizado de América, lo que no nos otorga un diploma summa cum laude.

El sufragio es un deber ciudadano y también un derecho, pero un derecho que, por todo lo expresado en estas líneas, debería declararse irrenunciable.

Es por ello que el país debe volver al voto obligatorio-compulsivo, con sanciones a quienes infringen esta obligación. Porque el retorno al voto obligatorio sin sanción, como ocurre entre otros estados como México, Costa Rica y Grecia, es prácticamente lo mismo que mantener el voto voluntario.

Así como el Estado chileno debe velar por aplicar medidas correctivas que vayan en la dirección de revertir la desconfianza popular en la política y sus partidos, asimismo debe impedir que esta joven democracia, que se reconstruyó sobre la sangre vertida en las barricadas de las protestas populares de los años 80 contra el Estado Terrorista, caiga prisionera de la tiranía de las minorías, y de quienes, por la razón que sea, no les importa el destino de este país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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