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La utopía de la Revolución Cubana

Pedir democracia y libertad a una revolución violenta desde sus orígenes contra la satrapía no se nos pasaba por la cabeza. Esa Revolución, la de Fidel Castro por la igualdad sociopolítica y económica, justificaba la violencia, si daba lugar como dio, a la salud y la educación gratuitas, a la solidaridad, a la acumulación de un capital humano, intelectual y social sin parangón en América Latina. Entonces no habíamos leído a Hannah Arendt. Lo hicimos solo años después, para creer con ella que “la justificación de la violencia en cuanto tal, ya no es política, sino antipolítica… cuando la liberación de la opresión conduce al menos a la constitución de la libertad, solo entonces podemos hablar de revolución”.


La Cuba de Fidel nos cambió la vida. A unos de manera luminosa porque nos dio la oportunidad de creer en la utopía de la revolución político-económico-social-igualitaria y ética, como la llevada a cabo contra la tiranía de Batista. Fue un ejemplo para luchar contra tiranos, por eso abrazamos la lucha armada sin reservas. A otros les cambió la vida de manera dramática: sufrieron cárcel, dolor, muerte, exilio y pérdidas de bienes tangibles e intangibles. La clase dominante y alguna clase media sufrió expropiaciones sin apelación ni atenuantes.

La revolución cubana fue la puesta en escena de la lucha político-ideológica, como tantas otras habidas en el mundo, pero esta con el telón de fondo de la “guerra fría”. Fue siempre de baja o alta intensidad. Las hubo altísimas, como el atentado, en marzo de 1960, contra el buque francés La Coubre, en el puerto de La Habana. En los funerales de los casi cien muertos, Fidel lanzó la consigna “Patria o Muerte, Venceremos”. Era la guerra que luego se traduciría en la invasión de cubanos exiliados, armados, entrenados y transportados por la CIA a Playa Girón, en 1961. Para cubanos y revolucionarios del mundo fue la primera derrota del imperialismo en América Latina. Luego vendría la crisis de los Misiles rusos, en 1962, zanjada por vías diplomáticas entre Rusia, Cuba y Estados Unidos.

Para entonces ya estaban vigentes el bloqueo y el embargo comercial, económico y financiero contra la Isla. Estos hechos marcarían la sin concesiones deriva antiimperialista, anticapitalista y anti Estados Unidos de la revolución cubana y de Fidel Castro.

Esa Cuba, nuestra Cuba, se acabó antes de la muerte de Fidel, el 26 de noviembre de 2016. Me asiste la certeza de que de la Cuba de nuestra primera juventud y algo más adultos, o la Cuba de la infancia de niñas y niños pioneros de boina y pañoleta, o de diversa gente, ya guerrillera o sobreviviente de otras guerras, se fue en otro tiempo. ¿Se fue en 2008, cuando el Comandante Fidel Castro se retiró del quehacer político, por razones de salud? ¿Se fue por la persistencia de su gigantesca presencia durante 49 años, sin atisbos de cambio en el férreo control político-ideológico-militar-social-cultural? ¿Se fue porque la libertad individual fue subsumida por el estatismo autoritario y la ‘dirección de orientación revolucionaria’? ¿Se fue porque la utopía de la revolución se convirtió en distopía con un riguroso control del Estado y su líder omnipresente para garantizar el control de la sociedad organizada a la sombra leninista-stalinista, más que a la de Marx? ¿Se fue por el malévolo e intolerable embargo impuesto por Estados Unidos? ¿O esa Cuba se fue por otras razones de la práctica política que acusaba ausencia de democracia civil y política, de Estado de Derecho, de libertad de pensar diferente?

Pedir democracia y libertad a una revolución violenta desde sus orígenes contra la satrapía no se nos pasaba por la cabeza. Esa Revolución, la de Fidel Castro por la igualdad sociopolítica y económica, justificaba la violencia, si daba lugar como dio, a la salud y la educación gratuitas, a la solidaridad, a la acumulación de un capital humano, intelectual y social sin parangón en América Latina. Entonces no habíamos leído a Hannah Arendt. Lo hicimos solo años después, para creer con ella que “la justificación de la violencia en cuanto tal, ya no es política, sino antipolítica… cuando la liberación de la opresión conduce al menos a la constitución de la libertad, solo entonces podemos hablar de revolución”.

Afirmo que fui tributaria de la Revolución Cubana y de su líder que guiaba nuestras rebeldes voluntades políticas. En gran parte, soy producto de esa revolución. En Cuba estudié periodismo, historia y continué con el marxismo traído desde Europa. No sospechaba que la dialéctica me enfrentaría a una realidad que solo pude ver años después.

Por eso, si hubo y hay reservas, son parte de la contradicción inevitable. Es la dialéctica y quedan conmigo. Pero duelen los presos de conciencia de ayer y de hoy. A fines de los ’80, visité La Habana y busqué a compañeros/as de la Universidad.

Algunos ya se habían ido. Anduve por la bella Escalinata del Alma Mater y por la acogedora y añeja Plaza Cadenas, palpitantes de la historia de Cuba, donde cultivé rosas blancas, “en junio como en enero” en la amistad que pregonaba José Martí. Escuché críticas, pero más que las críticas, me asombró la justificación: «criticamos con los instrumentos que nos ha dado la revolución: la dialéctica, el movimiento, el cambio. Sabemos que la economía es la determinante en ultima instancia.» No los oí.

Hace rato que dejé el marxismo como una teoría para la acción. Hoy es un instrumento para analizar las sociedades del centro y de la periferia capitalista. Mis rebeldías revolucionarias se han fundido en ubérrimos impulsos libertarios, democráticos, descentralizadores y autonomistas. Creo que responden a la implacable sentencia de Marx, de que «lo concreto es concreto, porque es síntesis de múltiples determinaciones, unidad de lo diverso…»

De vez en cuando, miro una enorme foto en la que Fidel Castro me abraza y ambos reímos porque él miraba unas cadenas de oro que llevaba colgadas al cuello y me decía «Chica, con este oro podemos pagar parte de la deuda externa de Bolivia». ¿Dónde andarán esas cadenas? Quizás socorrieron algún apuro, o se perdieron como la utopía.
Sin embargo, agradezco todo lo recibido de la Revolución Cubana, que entre la tesis y la antítesis, debe encontrar su propia síntesis, hoy sin Fidel.

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