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Mesa Bell: periodista mártir olvidado


El 20 de diciembre de 1932 fue detenido y asesinado uno de los periodistas más notables de nuestra historia: Luis Mesa Bell. Recién con treinta años, había sido director de El Correo de Valdivia y editor de La Nación. A la fecha de su muerte dirigía la revista Wiken, a la cual había convertido en un semanario de investigación y denuncia periodística de gran impacto político y social. Además, era integrante de la NAP (Nueva Acción Pública), entidad liderada por Eugenio Matte Hurtado, y que se uniría con varias más al año siguiente para crear el Partido Socialista de Chile.

Ese año había sido especialmente turbulento en nuestro país. Comenzó con el gobierno del radical derechista, Juan Esteban Montero, que había sido electo el año anterior apoyado fuertemente por liberales y conservadores. Su gestión fue duramente criticada por inmovilista, cuando Chile era –según estadísticas internacionales– el país del mundo que más sufría los efectos devastadores de la crisis de 1929.

Además, seguía vigente el desprestigiado “Congreso Termal”, el cual había sido designado virtualmente por Carlos Ibáñez durante su dictadura.

Todo lo anterior llevó a ibañistas, alessandristas y socialistas a conspirar en su contra y derrocarlo finalmente el 4 de junio, estableciendo la República Socialista liderada por el comandante en Jefe de la Aviación, Marmaduke Grove. Sin embargo, los ibañistas quedaron muy descontentos frente a la hegemonía socialista del nuevo gobierno e intentaron deponerlo desde el principio, lo que lograron el 16 del mismo mes, con el liderazgo del civil Carlos Dávila.Y pese a que siguieron bajo la misma denominación, efectuaron una feroz represión contra socialistas y comunistas exiliando, deteniendo en campos de concentración o relegando a centenares de sus dirigentes y militantes, en destinos tan lejanos e inhóspitos como las islas de Pascua, Mocha, Melinka y Navarino.

Dentro de dicha represión, fue hecho desaparecer el joven profesor comunista Manuel Anabalón Aedo, al recalar en Valparaíso un barco que traía a treinta detenidos desde Antofagasta. Luego de la caída de Dávila (septiembre) Mesa Bell comenzó una acuciosa investigación de su paradero, que lo llevó a identificar como responsable de su desaparición al joven prefecto de 24 años de la Sección de Investigaciones (hasta 1934, una dependencia de Carabineros), Alberto Rencoret Donoso, integrante de una familia de clase alta, conservadora y católica.

Así, el 12 de noviembre Mesa Bell escribía: “No es el del profesor Anabalón Aedo el primer caso que debemos lamentar. Atropellando fundamentos solemnes de la humanidad y la justicia, la Sección de Investigaciones se ha escrito una historia en que son frecuentes toda clase de procedimientos ilegales y atentados contra la dignidad y la vida misma de los ciudadanos. Flagelaciones bárbaras, concomitancias deshonestas, cualquier recurso es bueno para la Sección de Investigaciones, cuando trata de exhibir una eficiencia que no podría lograr si confiara solo en la preparación profesional y en los conocimientos científicos de sus elementos (…) Wikén está dispuesta a romper ese silencio que en torno de las delictuales y criminales actividades del sórdido servicio ha tejido, quién sabe por qué subterráneas razones, esa que a sí misma se llama prensa seria. Y no cejará en su campaña mientras no logre que, de una vez por todas, se castigue como merecen a esos que, esgrimiendo las armas terribles que da la ley, medran, lucran, torturan y asesinan”.

Y respecto del caso Anabalón, Wikén publicaba semanalmente artículos con títulos como “Anabalón debe aparecer vivo o muerto” (5-11); “El retiro de Rencoret facilitaría la investigación” (12-11); y “Anabalón no aparece y Rencoret sigue en su puesto” (19-11). Pese a que amenazó con querellarse, Rencoret nunca lo hizo. Además, la revista sufrió una escalada represiva que comenzó con citaciones a la Intendencia y a la Sección de Seguridad, y continuó con acosos policiales. “Luego de las amenazas se pasó el sábado 12 y 19 de noviembre a asaltos nocturnos a la sede de la revista (Amunátegui 85), con descerrajamiento de cajones y substracciones de documentos; el lunes 21, a una agresión callejera con laques en contra del propietario de la revista, el argentino residente en Chile Roque Blaya Alende; el sábado 3 de diciembre, al secuestro de la edición a los suplementeros por parte de agentes de Investigaciones; y el martes 20, al decreto de expulsión del país (en aplicación de la Ley de Residencia de 1918, en su calidad de extranjero ‘indeseable’) del propietario de la revista, por el ministro del Interior, Javier Angel Figueroa Larraín” (Historias desconocidas de Chile; Edit. Catalonia, 2016; pp. 80-1).

[cita tipo= «destaque»]En los anales del Cementerio General figura que fue sepultado inicialmente en la tumba de Aurelio Díaz Meza, en la que ya no está; y que, de modo anómalo, en los registros del Cementerio no figura cuándo ni dónde fueron trasladados sus restos. Es decir, un olvido casi total de Luis Mesa Bell, quizá el más destacado mártir del periodismo chileno…[/cita]

Finalmente, ¡el mismo martes en la tarde!, Mesa Bell fue detenido por agentes de Investigaciones en calle Moneda, entre Amunátegui y Teatinos, de acuerdo a Héctor Pedreros Jáuregui, quien se encontraba conversando con él. Fue asesinado esa misma noche a golpes y su cadáver fue encontrado a la mañana siguiente en el barrio Carrascal. Notablemente, el 21 de diciembre “y siguiendo los datos aportados por Mesa Bell con su investigación, el juez respectivo logró ubicar y rescatar los restos de Anabalón que estaban fondeados en la bahía de Valparaíso” (Historias…; p. 81).

Los funerales de Mesa Bell fueron multitudinarios, calculándose la concurrencia en decenas de miles de personas. Y allí hablaron los más destacados líderes socialistas y comunistas de la época: Eugenio Matte, Marmaduke Grove, Elías Lafertte y Marcos Chamudes. Respecto de Anabalón, el juez militar Juan Segundo Contreras condenó por “homicidio calificado” a Alberto Rencoret a 12 años de presidio en su calidad de autor; y a los agentes Clodomiro Gormaz y Luis Encina a 10 años como coautores del mismo delito (ver El Mercurio; 7-6-1934). Sin embargo, mientras se veía su apelación ante la Corte Marcial, los tres se vieron beneficiados por una ley de amnistía aprobada, a instancias de Arturo Alessandri Palma, el 15 de septiembre de 1934, quedando en definitiva impunes (ver La Opinión; 21-10-1934).

A su vez, respecto del asesinato de Mesa Bell, se logró identificar a los autores materiales e intelectuales. Los primeros fueron los agentes de Investigaciones Leandro Bravo Marín y Carlos Vergara Rodríguez; y el “colaborador” Eugenio Trullenque Viñau. Los intelectuales fueron –entre otros– el subprefecto Fernando Calvo Barros; el prefecto de Santiago, Carlos Alba Facheaux; el director de Investigaciones, coronel de Carabineros, Armando Valdés; y el propio Alberto Rencoret, que de acuerdo a las declaraciones de los inculpados participó también en la reunión de varios jefes policiales que el 17 de diciembre acordaron dar muerte a Mesa Bell (ver La Opinión, 30-12-1932; y 5, 6, 9 y 10-1-1933). Así, por ejemplo, el subprefecto Calvo declaró ante el juez que “el asesinato de Mesa Bell estaba ordenado por mis jefes y yo no hice más que acatar aquellas disposiciones superiores” (La Opinión; 6-1-1933).

Finalmente la Justicia dejó completamente impunes a los autores intelectuales del crimen, incluyendo a Rencoret. Dos de los autores materiales (Trullenque y Bravo) fueron condenados a varios años de cárcel, pero nada pudo haber impedido el que silenciosamente Alessandri los indultase, así como antes había logrado la amnistía de Rencoret, Gormaz y Encina.

Por otro lado, Alberto Rencoret entró al seminario, siendo ordenado sacerdote en 1939 y obispo en 1958, terminando su carrera eclesiástica como arzobispo de Puerto Montt. Sorprendentemente, su trayectoria sería reconocida como progresista en materias sociales. Y curiosamente, abandonó su arzobispado en 1969, a los 62 años y sin causa aparente, retirándose a vivir solitariamente en Constitución, localidad de sus ancestros. Y, más impactante aún, luego del golpe de Estado de 1973 se convirtió en ferviente partidario de Pinochet, hasta que falleció en 1978 (ver Mónica Echeverría, Crónicas vedadas; Edit. Sudamericana, 1999).

Además, “nunca reconoció sus crímenes. Y tampoco los ha reconocido la jerarquía de la Iglesia Católica. En este sentido son muy ilustrativas las muestras de desconocimiento –y en algunos casos de molestia– que recogió Mónica Echeverría, a fines de los 90, cuando preguntó por el caso a connotados dignatarios eclesiásticos, varios de los cuales se habían destacado por una activa defensa de los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet…” (Historias…; p. 83).

Y reveladoramente, la memoria política e histórica de Mesa Bell que en la década del 30 se mantuvo altísima –incluyendo numerosas referencias en los debates parlamentarios– fue diluyéndose crecientemente, ¡a medida que progresaba la carrera eclesiástica de Rencoret!, hasta que quedó completamente olvidada. Solo queda una calle Meza (sic) Bell en la comuna de Quinta Normal y una animita en el lugar en que se encontró su cadáver en Carrascal. Incluso, ni siquiera es posible hoy ubicar su tumba. En los anales del Cementerio General figura que fue sepultado inicialmente en la tumba de Aurelio Díaz Meza, en la que ya no está; y que, de modo anómalo, en los registros del Cementerio no figura cuándo ni dónde fueron trasladados sus restos. Es decir, un olvido casi total de Luis Mesa Bell, quizá el más destacado mártir del periodismo chileno…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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