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Lo que nos queda de Pinochet

Alejandro Ancalao
Por : Alejandro Ancalao icenciado en Historia. Magister © en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
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Con asombro (aunque no tanto en realidad), he podido apreciar en la prensa el décimo aniversario de la muerte de Pinochet. Si, así en seco. Sin títulos rimbombantes que recuerden su asalto al poder institucional ni su figura dictatorial, ni menos su nombre como el principal organizador del régimen de terror y asesinatos (porque hay que recordar que eran 4 los dictadores que gobernaban a través de la Junta Militar). Este aniversario pasó sin pena ni menos gloria (como todos los otros) y sólo un grupo de leales acudió a conmemorar dicha ocasión.

Obviamente la prensa estuvo presente, especialmente el diario La Tercera, que dedicó páginas completas a recordar al hombre que transformó este país. No lo recordó como un ex dictador ni tampoco como el organizador y máximo responsable de miles de asesinatos y de la implantación de una violencia sistemática a lo largo del país y durante 17 años. Lo recordó como un hombre, un sujeto que nació destinado a la grandeza de la Historia. Un hombre que recorrió con lealtad la carrera militar y que sólo las circunstancias lo obligaron a hacerse parte del Pronunciamiento Militar y luego llevar las riendas del Gobierno Militar. Porque nunca se nombra la Dictadura, sino que se suaviza la acción violenta de asaltar el poder y establecer un régimen de terrorismo. Pero la verdad es que este décimo aniversario de Pinochet (o Daniel López, porque Pinochet no solamente gobernó con mano dura, sino también con mano larga), debe llevar a pensar en los restos que quedan de su figura y también de la obra autoritaria en el desarrollo histórico de Chile.

Muchas de las preguntas que se hicieron una vez acaba la Dictadura Militar han quedado sin respuestas o con una muy pobre. Respuestas simplistas, ideologizadas y sesgadas. No hemos podido respondernos las causas (que obviamente van más allá del gobierno de Allende), ni tampoco comprender completamente el desarrollo de la Dictadura (que no acabo con el Plebiscito ni menos con el gobierno de Aylwin). Pero quizás lo que aún queda en las sombras es la mantención de los ideales de la Dictadura (porque Pinochet estaba lejos de tener ideas propias) que se mantienen y persisten en nuestras ideas políticas y sociales (quizás lo cultural ha sido la única esfera que se ha sacudido completamente de los ideales de la Dictadura, fomentando la reflexión y el análisis de la época. El teatro, las artes visuales, la música, la plástica, todos ellas y por si solas han comprendido mucho mejor el pasado dictatorial y han podido ir más allá de lo cómodo que es ser parte del establishment gubernamental).

Lo más angustiante de todo el sistema político chileno es la confabulación (no encuentro otro adjetivo más apropiado), entre los vencedores de 1973 (los militares y la elite) y los vencedores de 1990 (los derrotados por Pinochet y triunfadores de 1990). Porque cuando el régimen dictatorial de Pinochet se legitimó a la fuerza con la Constitución, violentando y negando la ciudadanía (muy típico chileno), negando y comprimiendo la libertad pública, la igualdad política, el acceso ciudadano al poder, lo que creó a la larga fue la democracia protegida, un monstruo híbrido nacido de la Dictadura y de la Concertación de Partidos por la Democracia, negociadora a puertas cerradas de las libertades y protectora del sistema político dictatorial.

Hannah Arendt estaría muy orgullosa de verificar su premisa de que la violencia no busca justificarse, pero si legitimarse. La Concertación legitimó finalmente la violencia política (la minimizo y la hizo imperceptible, pero no la hizo desaparecer). Nació así el duopolio del poder entre los civiles dictatoriales y los civiles derrotados (ahora venidos en gobernantes). Ni siquiera Alain Touraine, el paladín de Ricardo Lagos, habría previsto como los nuevos demócratas cooptaron la idea de libertad y la transformaron en un negocio. Porque el mayor éxito de la Dictadura devino en negocio. Aquellos que fueron perseguidos y torturados hoy gozan de la simpatía y el cariño monetario de los empresarios enriquecidos dictatorialmente. La sociedad se mueve en sintonía con el mercado, controlado por los grandes almaceneros (como dice el siempre punzante Gabriel Salazar) del país: los Luksic, los Angelini, los Matte, los Paullman, los Piñera, los Solari.

Lo importante ya no son los Derechos Humanos ni el respeto a la vida, ni la participación ciudadana ni siquiera el respeto a los derechos fundamentales. Los niños y niñas muertos en manos del Estado a través del SENAME son mudos testigos de la aberrante situación. El Estado (y no me refiero al Gobierno o Gobiernos, porque no es un problema de unos pocos, aunque se podrían señalar con el dedo) no ha sido capaz ni siquiera de proteger a los indefensos de nuestra sociedad. La clase política/gobernante/empresarial no es capaz de dar ni siquiera respiro a la memoria de infantes asesinados en manos del Estado. ¿Por qué? La respuesta habría que pedírsela a aquellos que solo han usufructuado del Estado y de los negocios públicos.

[cita tipo=»destaque»]De Pinochet nos queda un Estado violento, conculcador de derechos fundamentales derivados al mercado. No podemos educarnos, ni enfermarnos, ni siquiera morir si el mercado no está presente.[/cita]

¿Qué nos queda de Pinochet? Nos queda la antiética de los negocios públicos. Lo público, aquello que nos define como comunidad, y que se le ha negado a la ciudadanía, se ha transformado en un banco privado para ganancias de privados. Lo mismo que sucedió con el Estado entre 1891 y 1925, fuente de riquezas particulares y usufructo de empresas privadas, sucede con el Estado de Pinochet. Porque desde el yerno hasta los amigos usufructuaron del Estado durante la Dictadura, haciéndose de empresas públicas y enriqueciéndose con las privatizaciones (sino, es cosa de ver al clan Piñera, a los Penta, a los Ponce Lerou). La historia de Chile nos muestra que las élites republicanas, desde 1830 en adelante han profitado de los recursos públicos. El Estado creado por Pinochet ha resultado exitoso en cuanto a darles rienda suelta a los empresarios para poder invertir sin regulaciones (y las que hay, son hechas a la medida de los mismos, sino, preguntémosle a Pablo Longueira y Ricardo Lagos).

De Pinochet nos queda un Estado violento, conculcador de derechos fundamentales derivados al mercado. No podemos educarnos, ni enfermarnos, ni siquiera morir si el mercado no está presente. Quizás la figura de Pinochet haya que olvidarla y empezar a pensar en los civiles que transformaron este país en un gran almacén y que hoy ostentan cargos públicos y son grandes empresarios (y poderosos civiles). La figura de Pinochet sólo nos trae el recuerdo de violencia y terror para la gran mayoría de los chilenos y la idea de un futuro sesgado por el mercado y los mercaderes económicos y políticos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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